El declive de Podemos

Cuando Podemos obtuvo su minoritario éxito electoral, se permitió anunciar el fin de la Constitución. Meses después pronosticó el ocaso de Rajoy, tic, tac, tic, tac, ¿recuerdan? Hace algo más de un mes, en la reciente investidura, insistieron en el epílogo del PP. A Podemos le preocupan tanto los crepúsculos que cabría preguntarse si no estará intranquilo por el suyo. Su coletilla ingenuo/compulsiva de «cuando gobernemos nosotros…» pretende conjurar esa posibilidad.

A finales de los años sesenta, un brillante profesor del IESE, J. A. Pérez-López, presentó con gran éxito una tesis doctoral en la Harvard Bussines School, sobre los sistemas de control en las organizaciones y la influencia que tenían en su longevidad. Cuando el profesor –hoy ya fallecido– realizó aquel trabajo, poco pudo imaginar que cincuenta años después permitiría analizar, de forma sucinta, la situación de un partido de extrema izquierda que, financiado desde el exterior, busca destrozar nuestra sociedad.

En aquella investigación el concepto de «eficacia» se circunscribía solo al logro de objetivos a corto plazo y, en base a ese planteamiento, hay que reconocer que los líderes de Podemos han sido eficaces: cinco millones de votos lo evidencian. Igualmente lo han sido cuando han querido rodear las Cortes, acaparar las redes sociales, contrarrestar campañas mediáticas o montar escándalos de todo tipo en el Congreso. Pero esa eficacia –subrayaba la tesis– exigía profundizar en propósitos sólidos a largo plazo para llegar a convertirse en «eficiencia».

Un líder es eficiente si consigue no solo sus objetivos inmediatos, sino aquellos de mayor recorrido, donde la estabilidad y el progreso se hagan recurrentes y se impongan a la miopía y la ligereza. Aquí a Podemos ya no le salen las cuentas: pierde un millón de votos a las primeras de cambio, le crecen de manera desordenada las «confluencias», su fusión electoral con Izquierda Unida es un fracaso, se pegan por los liderazgos, surgen sus escándalos y sus dirigentes caen de los altares por justificarlos. ¿Qué ha pasado?

La tesis mencionada introducía dos conceptos más en el sistema: «atractividad» y «consistencia». Un partido político que propone lo que es atractivo, sea una renta mínima o retirar las vallas de Ceuta, es eficaz. Nadie rechazaría un sueldo ni diría que recibir refugiados no es solidario. Ahora bien, imaginemos que nuestras fronteras se abrieran: en un mes entrarían en España un millón de personas, neutralizando el millón de empleos que el Gobierno podría conseguir en dos años. No cabría mayor eficacia como oposición por parte de Podemos que provocar un paro, que no tendrían que combatir, y que, de paso, destrozaría al adversario. Pero, claro, tal comportamiento, por atractivo que fuese, no sería consistente con los principios teóricos de Podemos, ya que perjudicaría gravemente al trabajador español de toda la vida.

Y ahí arranca el problema de fondo que abordaba la tesis expuesta: cuando uno se centra en ser eficaz y atractivo, como hace Podemos, y olvida la eficiencia en el largo plazo y la consistencia con lo que de verdad importa: la organización se resquebraja.

Aconteció en Francia en Mayo del 68 a su líder Cohn-Bendit. ¿Había algo más ilusionante que poder decir: «Sed realistas, pedid lo imposible»? No, pero la eficacia de mantener la algarada continua, última frontera del intelecto, no fue sostenible. Tampoco el movimiento del 15-M en España pudo prorrogar su hechizo de forma ininterrumpida. La gente normal, los «espinares» de turno, con tendencia lógica a salvaguardar el propio interés, terminan reconociendo que tomar la calle puede fascinar un tiempo, pero nunca al precio de renunciar a su prosperidad.

Cohn-Bendit no supo reaccionar ante unas inesperadas elecciones, cuando esperaba sobrepasar en votos al partido socialista, y terminó de director de una guardería. Él fue un hombre eficaz organizando revueltas, pero no se preocupó de ser eficiente; su proyecto verde-anarquista era tentador, pero carecía de lógica interna. Los sistemas de control que medían esos factores se ignoraron y nadie activó la acción de control que impidiera su batacazo.

La falta de consistencia es autodestructiva en Podemos: lo que más le gusta es lo que menos le conviene. Su motivación es la calle, el follón, el verbo faltón y altisonante, el embuste populista, o demonizar a todo quisqui. En definitiva, tensionar la sociedad o satisfacer el odio, cuando no travestirse de daneses para engañar al electorado. Pueden perder horas perfeccionando mensajes creativos que llamen a los ministros «manostijeras» o a la prensa «máquina del fango»; y olvidar que más les valdría ocupar ese tiempo en cosas provechosas en el Parlamento: trabajar por los necesitados de verdad, defender las instituciones que nos vertebran, consolidar la democracia favoreciendo el sosiego y la prima de riesgo, dar una imagen de seriedad que eduque a los jóvenes, asumir lo bueno y lo malo de nuestro pasado, y evitar estar todo el día malencarados. Y ¿por qué no lo hacen? Porque no les gusta: conseguir un curro es trabajo; la oficina, aburrida; ganar dinero emprendiendo, arriesgado. Además, las trincheras a lomos de los trabajadores, con la excusa de ayudarlos, dan algunos frutos: cuando menos han llevado a varios de su cuerda a vivir en lugares como La Finca y a pisar moquetas y buenos restaurantes. Su ambición es conseguir el poder o ser reconocidos como estrellas del rock mediático. Por lo demás, no quieren servir a la gente como a ella le gusta ser servida. La socialdemocracia es exigente, demasiados repartos y equilibrios de poder. Cierto es que durante la crisis muchos ciudadanos desesperados se calentaron quemando sus muebles, y les votaron. Pero también es cierto que el vicio oculto en la estructura de Podemos, su termitero particular, es que cuando a la gente le va bien a ellos les va mal. ¿Qué ganan con el crecimiento y el empleo? Nada: la historia del comunismo, aun ocultando sintomáticamente su nombre, contiene más sueños frustrados que vividos.

El transcurrir de las organizaciones no es pacífico: tu prosperidad depende del crecimiento de los demás. Así que es frecuente que los directivos se pregunten: ¿el paso del tiempo cómo nos afectará? Esa pregunta debería planteársela Podemos. La verosimilitud de su declive, aun con algunos interrogantes, estará ligada al peso de las dos grandes incongruencias expuestas: «Eficacias ineficientes y aficiones no contributivas», y todo con la perspectiva inquietante de una nueva imagen de Dorian Gray en los próximos comicios.

Durante un tiempo, en Podemos han simulado la dificultad de querer analizar la razón de su decadencia, cuando podría haber una explicación sencilla. Tal vez si habláramos de arte sería un tema de opinión, pero aquí lo ocurrido ha sido otra cosa: «La mayoría de los españoles son lo suficientemente maduros para identificar lo desechable cuando lo encuentran».

José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado.

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