El declive del poder estadounidense

por Graham E. Fuller, ex vicepresidente del consejo de inteligencia nacional de la CIA (LA VANGUARDIA, 07/12/05):

Es sorprendente constatar cómo ha cambiado el panorama global. Estados Unidos, sea cual sea su grado de popularidad, ha sido capaz de fijar la agenda internacional, controlar el rumbo de la política exterior global y utilizar sus numerosos métodos y recursos de poder para imponer su voluntad al resto del mundo a lo largo de los últimos cinco años. Por grande que haya sido el fracaso estadounidense en Iraq o incluso en Afganistán, no se ha alzado obstáculo alguno de importancia en el camino emprendido por Estados Unidos en su ejercicio unilateral del poder.

Pero todo esto ha cambiado y lo ha hecho tan sólo seis meses después de la victoria electoral de George W. Bush hace un año. Factores de orden interno han pesado sin duda en gran medida en el menguante poder de Bush: la deficiente gestión del huracán Katrina, el rechazo de sus planes de privatización de la seguridad social y los escándalos políticos a altos niveles en el seno de su propio partido.

Resulta irónico que mientras los fracasos de Bush en casa resultan discretos en comparación con la magnitud de los sufridos en el exterior, los reveses y contratiempos internos han desempeñado un papel mucho más importante a la hora de hacer saltar la capa de teflon con que Bush se protegió tras los acontecimientos del 11-S. El presidente ha dejado de ser inmune a críticas o ataques tras un periodo de cuatro años a lo largo del cual escasos críticos -incluida la prensa estadounidense- se han atrevido a cuestionar o a desafiarle a él o a sus políticas. Estados Unidos, al fin y al cabo, estaba en guerra.

Pero el caso es que el fracaso en el ámbito interno abrió la puerta a las críticas a la política exterior, e Iraq se ha convertido en su principal talón de Aquiles. Mientras la victoria disculpa todos los errores, el fracaso abre la puerta a la crítica, la reconsideración y la atribución de responsabilidades. Los expertos en política exterior y la mayoría de los observadores fuera de Estados Unidos han comprendido seguramente el deterioro de la posición estadounidense en Iraq hace un año o más en tanto que la opinión pública norteamericana no ha empezado a comprender la magnitud del fracaso hasta fecha reciente.

El goteo incesante de víctimas entre las filas de los soldados estadounidenses en Iraq y las revelaciones sobre los informes falsos de los servicios de inteligencia sobre las armas de destrucción masiva han herido y afectado al presidente. El apoyo al presidente en los sondeos de opinión se sitúa actualmente en niveles que rondan el 30% y constituye un factor que debilita al propio tiempo las iniciativas políticas de Bush en el extranjero. El proyecto neocon de permanente y continuada expansión del poder y hegemonía mundial estadounidense se ha desmoronado.

Los objetivos neoconservadores en Iraq constituyen actualmente una burla: creación de un Gobierno proestadounidense en Iraq y de bases militares asimismo estadounidenses en torno al país, creación de un nuevo centro de proyección del poder estadounidense en Oriente Medio, desarrollo de la capacidad de amenaza y derribo de regímenes antinorteamericanos en Irán y Siria, fomento de democracias pronorteamericanas en la región, apertura de relaciones diplomáticas entre Iraq e Israel y construcción de un oleoducto entre ambos países, control norteamericano de la producción petrolífera iraquí y de su economía liberada... en una palabra: asistimos al final del sueño de un Oriente Medio rehecho según los designios estadounidenses.

Estados Unidos, uno de los países más nacionalistas y patrióticos del mundo, demuestra una pasmosa ceguera hacia otros nacionalismos. Sin embargo, es un hecho que las fuerzas y tendencias nacionalistas -que suelen adoptar un tono antinorteamericano- constituyen una fuerza y motor principal en la mayoría de las áreas del planeta.

Decenas de países - ya sea de forma abierta o, con mayor frecuencia, callada- actúan para bloquear la estrategia norteamericana allí donde pueden. Europa no ha ocultado su rechazo a apoyar la mayoría de planes norteamericanos en Oriente Medio e incluso la OTAN, en el curso de su labor de mantenimiento de la paz en Afganistán, ha declarado su carácter independiente respecto del control estadounidense. Hace un año era elevada la posibilidad de un ataque estadounidense contra Irán, pero el panorama ya no es el mismo.

Rusia y China mantienen estrechas relaciones con Irán y al ir de la mano han imposibilitado que Washington presionara a Irán en determinado grado o que las Naciones Unidas aplicaran sanciones contra este país. Incluso India, que valora y aprecia sus lazos con Washington, no abandonará Irán en manos de Estados Unidos.

La cuestión de Iraq ha debilitado tanto a Estados Unidos -desde el punto de vista político y militar- que una opción militar estadounidense contra el régimen iraní ya no es posible por más que el Gobierno de Teherán se radicaliza. Resulta irónico que Irán se haya convertido en el país extranjero más poderoso en Iraq después de Estados Unidos. La Administración Bush se ha visto obligada a volver sus ojos a los europeos -a los que dilatadamente apartó en este empeño- para que le ayuden a convencer a Teherán de que modifique su política nuclear. Y Washington, tras años de retórica sobre Irán como miembro del eje del mal, se ha visto obligado ahora a negociar directamente con Teherán aun en ausencia de relaciones diplomáticas.

Estados Unidos sigue viéndose respaldado por una serie de dictadores pronorteamericanos del mundo árabe que no obstante temen la hostilidad de su propia ciudadanía contra los planes norteamericanos, ciudadanía que -de momento- mantiene la boca callada por efecto de la mordaza de los distintos regímenes.

Cuando se dan tímidos pasos hacia una mayor apertura política en un limitado número de países árabes -Jordania, Egipto y otros- los islamistas se convierten en los principales beneficiarios. La Administración Bush empieza ahora a evolucionar en lo concerniente al grado de cordura y sensatez de su política democratizadora del mundo musulmán.

El derrocamiento del régimen de Assad en Siria ha estado varios años en el punto de mira, pero Washington está perdiendo su capacidad de intimidar incluso a este frágil régimen; Asad ha recibido el apoyo de la mayoría de sus vecinos árabes, incluso de aquellos que no simpatizan con él. Siria sigue estando presionada pero Asad probablemente ya no se enfrenta a su derribo del poder.

Pakistán ha actuado con habilidad al proclamar su enérgico apoyo a Estados Unidos en su guerra contra el terrorismo pero, en último término, su colaboración resulta limitada y las fuerzas islámicas radicales en el seno de Pakistán siguen siendo potentes. Estados Unidos ni siquiera se halla en condiciones de impedir que los servicios de inteligencia pakistaníes presten ayuda a elementos talibanes o afines a ellos en Afganistán. De hecho, tras derribar el régimen talibán y declarar enemigo al mulá Omar hace cuatro años, Estados Unidos, se ve ahora obligado a negociar calladamente con él a través de canales secretos a fin de restablecer la ley y el orden en el país.

La propia China está llevando a cabo un juego extraordinariamente sagaz. Aunque numerosos elementos conservadores de Washington advierten a propósito del "peligroso rearme militar de China", la realidad indica que Washington necesita desesperadamente la colaboración de Pekín en el intento de conseguir que Corea del Norte deje de poseer armamento nuclear. Aunque hace tan sólo dos años se habló de un posible ataque militar de Estados Unidos a Corea del Norte, la cuestión es agua pasada.

La diplomacia es el único recurso que le resta a Estados Unidos de forma que no le queda otra salida que colaborar estrechamente con otros países de la región: China, Corea del Sur, Rusia y Japón. Entre tanto, la economía estadounidense depende de China de forma creciente y Pekín posee una masa ingente de deuda norteamericana. Washington debe hacer gala de prudencia en sus relaciones con Pekín.

En Latinoamérica, un país tras otro han rechazado el dominio y control estadounidense sobre la Organización de Estados Americanos (OEA) oponiéndose al candidato de Washington para la presidencia de la organización; una nueva generación de líderes hostil al neoliberalismo de Washington gobierna en Argentina, Chile y Brasil. Chávez en Venezuela se mofa abiertamente de la debilidad estadounidense en Latinoamericana.

En consecuencia, Estados Unidos ya no cuenta con el respeto - incluso el temor- de la mayor parte del mundo. Evidentemente, el poderío militar estadounidense no tiene rival. Pero, a menos que se desate una guerra real y efectiva en el campo de batalla, las fuerzas armadas norteamericanas apenas pueden remediar los efectos de los reveses propios del terreno diplomático. Naturalmente la economía norteamericana es muy potente, pero la fórmula estadounidense para articular un orden económico global ya no ejerce la influencia de que gozó.

Las aspiraciones de Washington a instaurar un fuerte y sólido mundo unipolar han dejado de ser realistas. Es cierto que Estados Unidos sigue sin rival de carácter global, pero ya no puede actuar de forma independiente, y menos a medida que el poder e incluso el respeto de que gozaba Bush se han ido desvaneciendo.

Estados Unidos desempeñará siempre un constructivo y juicioso papel en la política y estrategia mundiales. Sea como fuere, a ojos de quienes consideran que un mundo multilateral es más razonable y provechoso que un mundo unilateral, este cambio de sentido en la dirección de la marcha es positivo.