El déficit de confianza global

Siempre preocupados por los déficits fiscales, los responsables de las políticas de los países desarrollados siguen ignorando un déficit diferente aunque igualmente crítico: el déficit de confianza entre las economías avanzadas y emergentes cuando se trata de la gobernancia global.

Durante décadas, los representantes de los países desarrollados en el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial utilizaron la condicionalidad de préstamos para impulsar reformas económicas -que muchas veces incluyeron medidas contenciosas de austeridad fiscal- en el llamado Tercer Mundo. Mediante reformas pragmáticas y sostenidas, países como Brasil, China y la India revirtieron sus economías para lograr incrementos asombrosos en el crecimiento del PBI -de una tasa promedio anual de 3,5% en 1980-1994 a 5,5% desde entonces.

Sin embargo, si bien los países en desarrollo hoy representan más de la mitad del crecimiento del PBI global, los países avanzados todavía tienen que admitirlos en roles de liderazgo que reflejen su creciente influencia en la economía mundial.

El hecho de que el Congreso de Estados Unidos hasta ahora no haya podido ratificar el paquete de reformas del FMI acordado por los ministros de Finanzas y presidentes de bancos centrales del G-20 en 2010 es la última fisura en la confianza -una fisura que hace que la promesa de una representación adecuada para las economías emergentes parezca un timo-. La renuencia o la incapacidad de Estados Unidos para ratificar el paquete -que incluye duplicar la cuota de financiamiento del FMI y asignar 6% del nuevo total, junto con dos direcciones, a los países en desarrollo- sin duda contribuyó a la decisión de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) de establecer su propio banco de desarrollo.

De hecho, durante años se ha venido gestando una reacción violenta contra la hegemonía occidental en la gobernancia global, a la vez que los países en desarrollo cada vez recurren menos al FMI y se inclinan más por la creación de fuentes de financiamiento alternativas y regionales. La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por su sigla en inglés), junto con China, Japón y Corea del Sur, establecieron la Iniciativa Chiang Mai en 2000, y los países latinoamericanos iniciaron negociaciones con el Banco del Sur en 2006.

La acelerada erosión de la confianza de las economías emergentes en las instituciones de Bretton Woods hoy es particularmente problemática, dado el crecimiento lento y la continua debilidad económica en los países avanzados. Si bien se espera que la economía mundial crezca 3,3% este año, se proyecta que el crecimiento promedio anual en los países avanzados sea de apenas 1,2%.

Los países desarrollados y los países en desarrollo por igual se beneficiarían si existiera una mayor coordinación en materia de políticas económicas. Si bien los grupos regionales pueden obtener algunos beneficios a corto plazo si persiguen intereses más estrechos fuera de los canales multilaterales, ni las economías emergentes ni las avanzadas pueden concretar su potencial a largo plazo en un contexto caracterizado por el aislacionismo y una mentalidad de suma cero en áreas como el comercio y las políticas de tipo de cambio.

Sin embargo, la coordinación de las políticas depende de la confianza, y para generar confianza es necesario que los líderes de los países avanzados cumplan sus promesas y ofrezcan a sus pares en los países en desarrollo oportunidades para ejercer el liderazgo. Por el contrario, los países desarrollados han venido tomando medidas que ponen en riesgo su legitimidad.

Por ejemplo, después de pasar décadas alentando a los países en desarrollo a integrar sus economías en el mercado global, los países avanzados ahora se resisten a la apertura comercial. Por cierto, a pesar de las promesas de no erigir barreras comerciales después de la crisis económica global, se introdujeron más de 800 nuevas medidas proteccionistas desde fines de 2008 hasta 2010. Los países del G-8, los supuestos defensores de la agenda de libre comercio mundial que domina la Organización Mundial de Comercio, fueron los responsables de la mayor parte de esas medidas.

Algunos cuestionan la capacidad de liderazgo de los BRICS. Pero muchos mercados emergentes ya están liderando con el ejemplo en cuestiones importantes como la necesidad de trasladar los flujos financieros globales de deuda a capital. México, por ejemplo, adoptó recientemente -antes de lo programado- los cambios en los requerimientos de capital para los bancos recomendados por el Tercer Acuerdo de Basilea (Basilea III), para reducir el apalancamiento y aumentar la estabilidad.

Durante demasiado tiempo, los países desarrollados se aferraron a su fuerte influencia en las instituciones financieras internacionales, incluso si su condición fiscal se ha deteriorado. Al ignorar el consejo que ellos dispensaron con tanta vehemencia al mundo en desarrollo, pusieron a la economía mundial de rodillas. Ahora, se niegan a cumplir sus promesas de cooperación global.

Los líderes tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo deben profundizar su compromiso con la reforma económica y la integración. Pero sólo si se les da a las economías emergentes una voz real en la gobernancia global -reduciendo así el déficit de confianza y restableciendo la legitimidad de las instituciones multilaterales- la economía global podrá alcanzar su potencial.

Peter Blair Henry is Dean of New York University’s Stern School of Business and the author of Turnaround: Third World Lessons for First World Growth.

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