El Derby del vacío

Recordando el trauma de la muerte de su padre, escribió Alfonso Reyes: “Después me fui rehaciendo como pude, como se rehacen para andar y correr esos pobres perros de la calle a los que un vehículo destroza una pata; como aprenden a trinchar con una sola mano los mancos; como aprenden los monjes a vivir sin el mundo, a comer sin sal los enfermos”. ¡Afortunado él, que se rehízo! Cuando este cinco de junio tuve ante mí la bulliciosa pradera de Epsom, ferviente de gloriosas expectativas, me dije: “Aquí estuvo el jardín de mis delicias, ahora triunfo de la muerte”. Desolado, devastado y sin embargo idéntico. Es el designio del amor que una presencia radiante lo llene todo y la ausencia de esa presencia todo lo vacíe. Sólo una cosa falta y ya todo sobra.

El Derby del vacíoEl Derby de este año tenía un pronóstico muy abierto. El preparador irlandés Adrian O’Brien, que había ganado las tres últimas ediciones, vió fracasar en las pruebas preparatorias a sus candidatos más cualificados, John F. Kennedy y Ol’Man River. Sin embargo le quedaba aún la baza de los pintores, Giovanni Canaletto y Hans Holbein, acompañados de una cima ilustre, Kilimanjaro. Pero ninguno concluyente, todos frágiles y dudosos. También había que contar con Elm Park, espléndido de lámina y el más brillante a dos años, aunque perjudicado por el terreno seco en el que todo indicaba que iba a correrse la prueba. Los admiradores del gran Sea The Stars, que venció en 2009, pusimos esperanzas en su hijo Storm of Stars, parecido físicamente a su padre y con actuaciones nada desdeñables. Tampoco faltaba un aspirante francés, Epicuris, con anécdota: reacio a los cajones de salida, sólo se apaciguaba acompañado en ellos por un experto en “susurrar a los caballos”, al que habían vetado las drásticas normas hípicas de su país. Por eso en lugar de participar en el Jockey Club —equivalente francés del Derby— se acogió al liberalismo inglés y competía en la difícil carrera de Epsom.

Faltan por mencionar los principales candidatos. La preparatoria más acreditada del Derby es el Dante Stakes, que se disputa en York. El gran favorito para ganarla era Jack Hobbs, de impecable pedigrí para el Derby y montado por Frankie Dettori. Pero tuvo que conformarse con el segundo puesto: el ganador fue Golden Horn, conducido por el joven astro William Buick. Los dos caballos tenían el mismo entrenador, el americano naturalizado inglés John Gosden, pero el vencedor no estaba matriculado en el Derby porque se dudaba de su aptitud para una distancia de aliento. Había que suplementarlo para que pudiera correr la gran clásica con un modesto reenganche de 75.000 libras [más de 105.000 euros] y Gosden se entregó a la tarea de convencer al escéptico propietario. Mientras, el jeque de Dubai adquirió a Jack Hobbs para que sus colores pudieran verse representados en la prueba: a pesar de ser dueño de los mejores sementales y yeguas que pueden conseguirse con dinero, el jeque rara vez logra criar algo decente y se dedica a comprar en el último momento a los caballos de probada valía de los demás. Resultado de todo ello fue un curioso intercambio: Jack Hobbs, con nuevos colores, iría montado por el jinete titular del jeque, William Buick, mientras el finalmente reenganchado Golden Horn tendría como jockey a Frankie Dettori.

Inmediatamente, los aficionados se decantaron por este último. El milanés Lanfranco Frankie Dettori fue durante años la figura más popular y emblemática del turf británico. Su eterna pícara sonrisa, sus desaforados gestos de entusiasmo al triunfar —mas infantiles que arrogantes— y su salto sin manos desde la silla tras ganar un gran premio, daban alegría a la tarde hípica más nublada. Aquellos fueron además los buenos tiempos: hace veinte años, cuando ganó en una tarde feliz de Newmarket las siete carreras de la jornada, hace diez, cuando consiguió su único Derby, no sólo los hipódromos sino Inglaterra y Europa eran lugares más dichosos. Después vino su mala racha, el verse postergado a jinetes más jóvenes, los seis meses de sanción por haber dado positivo en drogas, su despido de la cuadra del jeque, su difícil empezar de nuevo montando caballos con pocas probabilidades, mientras llegaba la crisis económica y los populistas antieuropeos a Gran Bretaña, mientras caía la audiencia televisiva de las carreras (¡incluso la BBC renunció a retransmitir Epsom y Ascot!). Ahora parecía volver Dettori por sus fueros, a por otro Derby, y quizá con él regresara el pasado dichoso y dorado en que todos vibrábamos antes de cada prueba clásica y no teníamos que limpiarnos las lágrimas para enfocar bien los prismáticos.

A sus cuarenta y cuatro años, Dettori es el más veterano de los jinetes de este Derby. Ser jockey es hoy asunto casi de adolescentes y con poco más de los treinta empieza a pensarse en la jubilación. Sin embargo el mexicano Víctor Espinoza tiene casi la edad de Dettori y acaba de ganar la triple corona americana con American Pharoah, una hazaña que no se repetía desde 1978. Esta triple corona la forman tres carreras (la primera, el Derby de Kentucky), sobre tres distancias diferentes y corridas en apenas un mes, lo que exige gran calidad versátil al caballo y maestría a su entrenador y a su jinete. Me ha producido envidia el entusiasmo que la victoria de American Pharoah ha desatado en los medios de información yanquis, incluso en los menos dados a la hípica. En España, las carreras de caballos están suspendidas desde el pasado noviembre por estúpidas querellas vanidosas entre gente insignificante para todo menos hacer daño y el asunto apenas asoma en algún diario. ¡Con la de ruido que metió la simple posibilidad de quedarnos un fin de semana sin fútbol! Creo que hasta el Papa intervino para resolver el contencioso, pero los turfistas está visto que no tenemos tanta suerte…

Salieron los participantes del Derby de Epsom, con Hans Holbein y Elm Park marcando destacados el paso. A la zaga del pelotón, Golden Horn y Dettori esperaban y esperaban. ¿No sería demasiada parsimonia? En la recta final, primero Storm of Stars y luego Jack Hobbs, con mayor brío, presentaron su ataque. Entonces, desde el fondo de la pista, vino por fin arrollador Golden Horn, magistralmente empujado por las expertas manos de Dettori. Ganó por más de tres cuerpos. Después llegó la gratificante apoteosis popular, el célebre desmontar de un salto con los brazos en alto, la extrovertida felicidad del italiano que se olvidó por un rato de su militancia inglesa… ¡La alegría, que envidia! Aún me acuerdo un poco de cómo era. Al final de Las palmeras salvajes de William Faulkner, el protagonista aniquilado por la muerte de su amada se detiene ante el abismo: “Entre la pena y la nada, elijo la pena”. Pero ¿y cuando la pena crece más que la nada? Cuando se convierte en una nada que duele…

Fernando Savater es escritor.

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