El derecho a la manipulación

La palabra manipulación se puede aplicar a multitud de actividades humanas y no provoca ningún recelo. La manipulación de los alimentos está regulada. La manipulación de la seda, del pan, del calzado, están legitimadas por la costumbre. Pero si alguien se atreve con la manipulación del arte, entonces la gente se mosquea. Y la manipulación de la literatura. O eso que mucha gente tiende a denominar literatura, y que no es otra cosa que la industria del libro. Aquellos señores, tan conservadores ellos, que inventaron el premio Nadal, con Ignacio Agustí a la cabeza, fueron capaces de decirle que no a un manipulador de la opinión literaria de España, como era González Ruano, y darle el premio a una chica que sólo conocían en su casa de la calle Balmes, Carmen Laforet. ¿Alguien se atrevería ahora a decirles a los manipuladores literarios del grupo Planeta que no le vamos a dar el premio a Maruja Torres, sino a otra que escribe con algo más de talento y que no conoce nadie? Me es indiferente que le den el premio Nadal, el Planeta o el de los Grandes Expresos Europeos, pero lo que me parece una estafa manipuladora es que los diarios lleven días anunciando que el premio es para Maruja Torres, que es a la literatura lo que Marujita Díaz a la canción española, cuando aún tendrían que estar deliberando y leyéndose los manuscritos. Me impresiona siempre la estafa, eso que queda detrás de la manipulación; las decenas de autores decentes que se han quedado de un pasmo y burlados. Y nos hemos acostumbrado a ello como si fuera un gaje del oficio, que es la base sobre la que se construyen todas las manipulaciones. ¿Por qué nuestros amigos tienen el derecho a ser unos chorizos y los adversarios no lo tienen? No lo he entendido nunca.

La guerra de Gaza, por ejemplo, que es a lo que voy. En primer lugar eso no es una guerra, es una carnicería organizada por un ejército al completo - tierra, mar y aire-frente a unos tipos de firmes creencias y escasos recursos, que tienen mar, pero no tienen Marina para defenderse; que tienen aire, polucionado, pero no helicópteros, y que tienen tierra, muy poca, y angosta y pobre como un desierto sin blindados. En lenguaje llano, una escabechina. Pero fíjense en la manipulación. Los ejércitos del Estado de Israel ya han matado cerca de un millar, incluidos niños, mujeres y ancianos. Y usted, que es responsable periodístico, da una fotografía de la masacre. Pero en aras del equilibrio informativo que le exigen los manipuladores, debe incluir otra foto del soldado israelí caído y llorado, legítimamente, por los suyos. De poco le valdrá explicar que después de ejecutar, los verdugos no tienen derecho a imagen, porque ya la han ejercido matando. No, se equivoca. Si no lo hace, le lloverán las cartas protestando por supuesta parcialidad.

Desengáñense. Israel no ha querido la paz nunca, y si alguna vez ha soñado con ella, es la paz de la victoria, aquella que nace de la liquidación del enemigo; aniquilarlo y después de quitarle las tierras, decir que eran suyas... desde los tiempos bíblicos. Bastaría el paisaje de los asentamientos en territorio palestino; nadie puede permanecer indiferente ante esa desmesura. Eso hay que verlo para creerlo. No sé si alguno de ustedes ha tenido el siniestro privilegio de viajar a Israel y visitar los campos de concentración para palestinos de Cisjordania y Gaza, y si además es del gremio periodístico, y nova pagado por las instituciones de Israel, poder vivir una de esas sesiones entre colegas donde cada uno vomita lo que lleva sufriendo sin poder escribirlo nunca. Usted puede visitar Israel y no enterarse de nada. Nunca olvidaré a un pobre militante de Comisiones Obreras de Catalunya que cuando escribí hace ya muchos años una serie sobre la mortal decadencia de la revolución cubana, mandó una carta indignada a este diario señalando lo bien que lo habían tratado y lo bien que estaba todo en su viaje oficial a Cuba. En Israel puede usted vivirlo en grado superlativo, porque hay algo que lo distingue de cualquier otro ensayo estatal, una apariencia laica en un Estado racialmente confesional. Cuando las organizaciones palestinas que luchaban contra la ocupación se vanagloriaban de su agnosticismo, el fundamentalismo era israelí. Ahora son dos fundamentalismos sin ninguna posibilidad de encuentro, pero con una diferencia: los que mueren van al paraíso. Debe estar lleno el paraíso de fanáticos, porque antes se moría por una idea, ahora se han vuelto vulgares y mueren por una recompensa, en el más allá.

Cada vez que oigo o leo eso de que Israel es la única democracia de Oriente Medio, no puedo menos que recordar aquella otra manipulación que sufrimos durante décadas. La Sudáfrica del apartheid gastó millones en la promoción de la primera democracia de África,que eran ellos. Fíjense si seré ingenuo, que yo siempre pensé que algún día saldrían a relucir aquellos viajes organizados por el Estado racista sudafricano al que iban directores de periódicos, jefes de la sección internacional e intelectuales susceptibles, que entonces en España había muchos. No era más que un viaje, decían, y gratis total. ¡Qué belleza la de sus paisajes, qué emprendedores sus empresarios, qué inteligentes sus políticos! Me acuerdo de esas frases, que hoy suenan a colono sionista: "No tenemos nada contra los negros, pero este país es nuestro; los negros tienen derecho a vivir..., pero en sus territorios". No es extraño que fuera Israel el socio más íntimo del régimen racista de Sudáfrica. Yo ya soy mayor, y ya me resulta muy difícil creer en fundamentalismos, pero no me cabe duda de que si viviera en Gaza o en Cisjordania sería un colaborador de la lucha de ese pueblo, fuera con Hamas o con Al Fatah o con quien peleara contra la opresión. Entiendo que la gente se vaya, aunque esa sea la intención de Israel, que se marchen. ¿Por qué los palestinos no se instalan en Jordania?, me decía un tipo inteligente, culto, sionista e infectado de esa bacteria letal para la inteligencia: "Yo estoy con mi patria, con razón o sin ella". Sin razón, no hay patria que se sostenga mucho tiempo; lo demás es fascismo, o esa variante cutre de la hoy llamada cultura futbolera: que ganen los míos, aunque sea de mala manera.

La invasión de Gaza, la destrucción de la resistencia palestina, es una operación perfectamente organizada en el tiempo, en los medios y en la coyuntura política. Tienen hasta el 20 de enero y la toma de posesión de Obama. No por nada especial, sino para cubrirse del riesgo, porque nada puede seguir siendo lo mismo y la impunidad del Estado israelí, absolutamente vicario de Estados Unidos, no puede seguir, a menos de correr el riesgo de que allí se abra el frente que provoque un conflicto internacional. Bastaría un dato, auténtica perla del derecho a la manipulación. Estamos sufriendo el agobio que significa la posibilidad de que un país como Irán, con un régimen bastardo y criminal, se haga con el arma atómica. Anular tal posibilidad me parece una tarea imprescindible, pero ¿por qué no precisamos que el único país de Oriente Próximo que dispone de bombas atómicas es Israel? ¿Acaso las tienen para decorar el Neguev? ¿Alguien duda, después de todo lo que han hecho hasta ahora, de que podrían utilizarlas y poner al mundo ante el hecho consumado?

Es una frivolidad comparar la política de los sionistas con la de los nazis. Una bobería parecida a asimilar el nazismo con el comunismo. La pereza intelectual es lo que obliga siempre a amalgamarlo todo. Tendemos a amalgamar lo que no logramos desentrañar, para hacerlo más accesible a nuestra rutina mental. El Israel actual no tiene futuro, y eso es un problema de tiempo. Fue un proyecto ambicioso y temerario, y fracasó, como fracasó la revolución rusa, y la cubana, y muchas otras. Y debe resolverse sin echar a los sionistas al mar, ni a los palestinos en las cunetas. Así de sencillo, pero mientras haya quien piense que es enviado de Jehová o de Alá para lograr que su pueblo se constituya en paraíso, no habrá nada que hacer. Los cohetes chungos de Hamas sobre territorio israelí, centenares en diez años y ocho muertos, no son más que el recordatorio de que hay un pueblo que vive bajo la opresión y en su propia tierra. El verdugo no puede exigir que las víctimas acepten sus reglas y que además se porten bien.

Gregorio Morán