El desafío de la decadencia de Rusia

Mientras Europa debate la continuidad del régimen de sanciones contra Rusia, la política de agresión a Ucrania del Kremlin no se detiene. A pesar de su larga decadencia, Rusia todavía plantea una amenaza muy real al orden internacional en Europa y el resto del mundo. De hecho, incluso puede ser que la decadencia vuelva a Rusia mucho más peligrosa.

Digamos las cosas como son: lo que sucede en Ucrania es una agresión de Rusia. La ficción del presidente Vladímir Putin de que su país no participa en el conflicto casi se vino abajo cuando un combatiente ruso en Donetsk confirmó al servicio de la BBC para Rusia que tropas del Kremlin están siendo decisivas para el avance rebelde y que grandes operaciones militares en el este de Ucrania (entre ellas el sitio y la captura en febrero del importante centro logístico de Debáltsevo) estuvieron al mando de oficiales rusos.

Pero la amenaza de Rusia se extiende mucho más allá de Ucrania. Al fin y al cabo, Rusia es el único país con suficientes misiles y cabezas nucleares para destruir a Estados Unidos. A la par que la influencia económica y geopolítica de Rusia fue desapareciendo, lo mismo sucedió con su voluntad de renunciar al estatus nuclear. De hecho, no sólo ha vuelto a emplear la táctica de tiempos de la Guerra Fría de enviar aviones militares a sobrevolar sin previo aviso el territorio de los países bálticos y el Mar del Norte, sino que también ha lanzado veladas amenazas nucleares contra países como Dinamarca.

Y no sólo armas tiene Rusia. También cuenta con un vasto territorio, abundancia de recursos naturales y una población educada, que incluye numerosos científicos e ingenieros talentosos.

Pero Rusia se enfrenta a serios desafíos. Sigue siendo una “economía de monocultivo”, ya que dos terceras partes de sus exportaciones son de energía. Y su población se está reduciendo, lo que en buena medida se debe a que la esperanza media de vida del varón ruso es 65 años, toda una década menos que en otros países desarrollados.

Si bien los males de Rusia podrían curarse con reformas liberalizadoras, es improbable que se encare una agenda de ese tipo en un país plagado de corrupción y con líderes enfáticamente antiliberales. No olvidemos que Putin ha procurado promover una identidad neoeslavófila cuyo rasgo principal es la desconfianza hacia la influencia cultural e intelectual de Occidente.

En vez de elaborar una estrategia para la recuperación a largo plazo de Rusia, Putin adoptó una metodología reactiva y oportunista (que a veces puede funcionar, pero por poco tiempo) en respuesta a la inseguridad interna, la percepción de amenazas externas y la debilidad de sus vecinos. Se lanzó a una guerra no convencional en Occidente, al tiempo que buscaba estrechar lazos con Oriente, algo que expone a Rusia cada vez más a terminar convertida en socio menor de China y privada de acceso en Occidente al capital, la tecnología y los contactos que necesita para revertir su caída.

Pero Putin no es el único problema de Rusia. Es cierto que cultivó el nacionalismo ruso (Timothy Colton, de la Universidad de Harvard, afirma que en una reunión reciente del Club de Discusión Valdai, Putin dijo que era el “mayor nacionalista” del país), pero lo hizo arando en tierra fértil. Otras figuras de alto nivel en Rusia también son extremadamente nacionalistas (como Dmitry Rogozin, quien en octubre del año pasado prologó con elogios un libro que reclama la devolución de Alaska), de modo que es improbable que a Putin lo suceda un liberal. Esta hipótesis se refuerza por el reciente asesinato del ex vice primer ministro y líder de la oposición, Borís Nemtsov.

De modo que Rusia parece condenada a seguir decayendo, y no es algo para celebrar en Occidente. Los estados en decadencia (basta pensar en el Imperio Austrohúngaro en 1914) tienden a volverse menos prudentes y, por tanto, mucho más peligrosos. En cualquier caso, en el largo plazo una Rusia próspera tendría más para ofrecer a la comunidad internacional.

Entretanto, Estados Unidos y Europa se enfrentan a un dilema político. Por un lado, es importante oponerse al reto de Putin al principio fundamental de que ningún estado puede violar la integridad territorial de otro por la fuerza. Aunque es difícil que las sanciones cambien la situación de Crimea o logren una retirada de las tropas rusas de Ucrania, han permitido sostener dicho principio, al dejar en claro que no se lo puede infringir impunemente.

Por otro lado, es importante no aislar completamente a Rusia, ya que el país comparte intereses con Estados Unidos y Europa en temas de seguridad y no proliferación nuclear, terrorismo, exploración espacial, el Ártico, Irán y Afganistán. Una segunda Guerra Fría no conviene a nadie.

Compatibilizar estos objetivos no será fácil, especialmente mientras la crisis en Ucrania continúa. En la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero, muchos senadores estadounidenses pidieron que se provea de armas a Ucrania. Pero esta propuesta podría agravar la situación, dada la superioridad militar convencional de Putin en el lugar. Además, como los líderes alemanes (incluida la canciller Angela Merkel) se opusieron a la idea, insistir en ella dividiría a Occidente y daría a Putin aun más ventaja.

Otros participantes de la conferencia sostuvieron que Occidente debe cambiar el juego y expulsar a Rusia del SWIFT, el sistema internacional de liquidación de transferencias bancarias. Pero los críticos señalan que eso sería perjudicial para el SWIFT y para Occidente, cuyos bancos perderían las millonadas de dólares que Rusia les adeuda. Por su parte, los rusos advirtieron informalmente que eso sería “la verdadera opción nuclear”.

Diseñar e implementar una estrategia que ponga coto al revisionismo de Putin y al mismo tiempo garantice la permanencia futura de Rusia en el sistema internacional es uno de los desafíos más importantes a los que se enfrentan Estados Unidos y sus aliados. Por ahora, parece haber un consenso político en mantener las sanciones, ayudar a reforzar la economía de Ucrania y seguir fortaleciendo la OTAN (un resultado que sin duda Putin no buscó). Después, lo que suceda depende en gran medida de Putin.

Joseph S. Nye, Jr. a former US assistant secretary of defense and chairman of the US National Intelligence Council, is University Professor at Harvard University and a member of the World Economic Forum Global Agenda Council on the Future of Government. He is the author, most recently, of Is the American Century Over?. Traducción: Esteban Flamini.

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