El desafío de la desigualdad

La desigualdad arbitraria pone en cuestión los fundamentos de la democracia. Tal es la piedra angular de la colosal obra de Thomas Piketty, Le capital au XXIe siècle. Desde su publicación por Seuil en el otoño, el libro del economista francés ha suscitado un extraordinario debate a ambos lados del Atlántico, que sin duda se avivará con la aparición de la versión inglesa esta primavera. Pero antes incluso de que la edición de Harvard University Press vea la luz, los más influyentes medios anglosajones (The New York Times, The Wall Street Journal, The Guardian, The Economist o The New Yorker) se han ocupado in extenso de las tesis de Piketty, un investigador de la desigualdad económica de fulgurante carrera académica y estrechos vínculos con el Partido Socialista Francés que en 2012 fue elegido por Foreign Policy entre los Top 100 global thinkerspor sus análisis sobre el reparto de la riqueza, que entre otras cosas dieron pie al lema del movimiento Occupy Wall Street: “Somos el 99%”.

Al realizar comparaciones geográficas e históricas que le permitan entender la distribución espacial de la desigualdad y su evolución en el tiempo, Piketty usa en efecto a menudo el corte estadístico del 1% para estimar los porcentajes de la renta y la riqueza que en cada país y periodo controla este segmento de la población, y sus conclusiones son demoledoras. Intentando superar prejuicios ideológicos o especulaciones teóricas, sus series de datos —que en ocasiones se remontan hasta el siglo XVIII— describen un capitalismo esencialmente patrimonial: donde el crecimiento, la competencia y el progreso técnico no provocan espontáneamente la nivelación económica; donde el reparto de la riqueza está basado sobre todo en relaciones políticas de fuerza; y donde la herencia, soporte esencial del privilegio, no está lejos de alcanzar en nuestro tiempo la importancia que tuvo hace dos siglos.

Resultado de 15 años de investigación —en la que han colaborado otros economistas, entre ellos Emmanuel Saez y Anthony Atkinson—, la obra magna de Piketty describe en lenguaje llano la dinámica de la relación entre el capital y las rentas, tanto en la vieja Europa como en el Nuevo Mundo; analiza detalladamente la estructura de las desigualdades en los ingresos y en el patrimonio; y propone finalmente mecanismos fiscales —de forma señalada un impuesto global sobre el capital— para sostener “el Estado social del siglo XXI”. Evitando tecnicismos económicos (y remitiendo sus fuentes históricas, referencias bibliográficas, métodos estadísticos y modelos matemáticos a un anejo en Internet), las casi 1.000 páginas del libro recorren desde una óptica política e histórica cuestiones esenciales de nuestra época, extendiéndose incluso a temas más periféricos a su relato como la deuda pública, el cambio climático o la construcción europea.

Aunque sus propuestas fiscales hayan resultado polémicas, y aunque su estimación de las desigualdades entre las clases sociales no tenga en cuenta la creciente nivelación económica entre los diferentes países, es difícil soslayar su tesis esencial, argumentada con una impresionante artillería de datos estadísticos e históricos, y que puede recogerse con sus propias palabras: “El capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles y arbitrarias, poniendo radicalmente en cuestión los valores meritocráticos en que se basan las sociedades democráticas». La reducción de las desigualdades en los países desarrollados desde principios del siglo XX hasta los años sesenta fue producto de las guerras y las políticas públicas generadas por su impacto, al igual que el incremento de la desigualdad desde los años setenta-ochenta debe mucho a los retrocesos políticos en materia fiscal y financiera, porque no existe —asegura— ningún mecanismo nivelador natural o espontáneo.

Meticulosa y elocuentemente, Piketty socava dos creencias optimistas aún compartidas por muchos: que la racionalidad técnica ha hecho triunfar al capital humano sobre el capital financiero e inmobiliario; y que la prolongación de la vida ha reemplazado la guerra de clases por la guerra de edades. Ambas creencias las juzga ilusorias, en línea con su estimación de la importancia crítica del capital no humano y del protagonismo de este en la determinación de la desigualdad en cada grupo de edad. En el siglo XIX, Marx teorizó la tendencia testaruda del capital a acumularse inapelablemente cada vez en menos manos; a mediados del XX, y bajo la influencia de los procesos igualitarios entonces en marcha, Simon Kuznets pronosticó la reducción progresiva de las desigualdades por el efecto combinado del crecimiento económico y la competencia. Piketty, que ha extendido los gráficos de Kuznets hasta nuestros días constatando la reversión de las tendencias igualitarias durante las últimas décadas, se aleja tanto de la acumulación infinita y divergencia perpetua implícitas en la visión apocalíptica de Marx —pese al homenaje que le rinde en el título— como de los que llama “cuentos de hadas” subyacentes a la mítica curva de Kuznets, que al cabo puede entenderse como un producto ideológico de la guerra fría.

Para Piketty, que reclama una economía política e histórica capaz de superar “la pasión infantil por las matemáticas” de esta disciplina (una pasión a la que sucumbió él mismo con una tesis doctoral de esta naturaleza, que le llevó a ser contratado como profesor por el MIT a los 22 años), las economías de mercado contienen en su seno fuerzas de convergencia ligadas a la difusión del conocimiento, pero también poderosas fuerzas de divergencia que suponen una amenaza para las sociedades democráticas. La más importante de ellas, que abrevia con la fórmula r >g, es el mantenimiento durante largos periodos del rendimiento del capital muy por encima de las tasas de crecimiento, lo que convierte a los empresarios en rentistas y exacerba las desigualdades, con el resultado de que “el pasado devora el porvenir”.

Muchos juzgarán este libro, que frente a la ortodoxia neoliberal propugna un vigoroso papel regulador de las instituciones públicas, como un producto de ese obstinado estatismo francés que acaso está en el origen de las actuales tribulaciones económicas del Hexágono. Pero en su empeño por colocar la desigualdad en el corazón del análisis económico, Le capital au XXIe siècle entra en sintonía con un extenso y difuso movimiento planetario que pone en cuestión los privilegios de las élites políticas y económicas, así como la racionalidad de las estructuras que soportan su dominio y la verosimilitud de los relatos en que se apoya el mantenimiento del statu quo global.

Se esté o no de acuerdo con sus conclusiones, la obra hace visibles las bases económicas de un malestar social y una desafección política que se manifiestan por doquier, y lo hace tras una investigación rigurosa y con una prosa elegante. Léanla.

Luis Fernández-Galiano es arquitecto.

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