El desafío de que Europa se atreva a innovar

La innovación juega un papel crucial para que haya un crecimiento económico sostenible. Sin embargo, sobre todo en la Unión Europea seguimos viendo cómo se ponen obstáculos a quienes están mejor posicionados para inventar nuevos productos, servicios o formas de hacer negocios. El centro del problema parece ser el temor al riesgo. Pero los inversionistas, gerentes y empresarios deben asumir riesgos si desean que sus ideas tengan la oportunidad de alcanzar el éxito comercial.

En ningún lugar estos temas se debaten más y se entienden menos que en Europa. La innovación se ha puesto al centro mismo de Europa 2020, la estrategia de crecimiento de la Comisión Europea para la UE. Pero, a pesar del hecho de que la investigación científica europea está entre las más avanzadas del mundo, el continente va a la zaga de sus competidores globales en cuanto a su capacidad de llevar estas innovaciones al mercado.

Independientemente de la forma que se elija para medir la innovación, para que florezca son necesarias tres condiciones: una fuerza de trabajo educada y calificada, una excelente infraestructura de tecnología de información y comunicaciones, y un entorno empresarial favorable. En otras palabras, para su éxito es necesaria una economía estable, en crecimiento y con nuevas ideas, sin la carga de normativas innecesarias y onerosas. El papel de los gobiernos es crucial y la UE parece haberlo entendido mal en al menos un aspecto importante: su actitud hacia el riesgo.

La UE cuenta con instituciones y procesos de evaluación bien establecidos para asegurar que se eviten riesgos inaceptables. Cuando es necesario delinear políticas pero las bases científicas son poco claras, las decisiones en materia de normativas se basan cada vez más en el "principio preventivo", diseñado para evitar situaciones que puedan resultar excesivamente perjudiciales.

Sin embargo, no hay una interpretación universalmente aceptada de este principio. Por ejemplo, en América del Norte han llegado a un buen equilibrio entre la precaución y la proporción. En Europa, en cambio, se da más importancia a la prevención de riesgos, lo que está socavando la confianza del sector privado en la inversión en innovación.

El objetivo de la UE es loable: proteger la salud humana y el medio ambiente. Sin embargo es imposible eludir todo el riesgo, por lo que no es factible apuntar tan alto. En lugar de ello, el principio de precaución se debería utilizar con prudencia y de manera racional, equilibrando los riesgos potenciales con los beneficios que pueden ofrecer la innovación y las nuevas tecnologías.

La noción del riesgo subyace a toda interacción económica; más aún, toda política que intente eliminarlo totalmente conlleva sus propios riesgos. Si se busca innovar sin riesgo alguno será difícil resolver problemas vitales, como garantizar la alimentación, el agua y la seguridad energética para una población en constante crecimiento, o incluso garantizar que Europa siga siendo competitiva tecnológicamente. Las innovaciones que cambian el mundo -en el transporte, las telecomunicaciones, la medicina, y muchos otros ámbitos- son casi siempre resultado de asumir riesgos de manera calculada y sopesarlos frente a las ventajas que pueden aportar las nuevas tecnologías.

Después de todo, la gestión del riesgo no es simplemente aceptar niveles mayores o menores del mismo, sino entender de mejor manera cómo funciona. Cuando se analiza y prueba adecuadamente, se lo puede controlar con eficacia, e incluso reducirlo.

Desafortunadamente, este no siempre parece ser el enfoque de la UE. En sus procesos de regulación, los argumentos científicos cada vez más están perdiendo terreno frente a la opinión pública, y se infravaloran las posibles oportunidades. Lo hemos visto en la reticencia de la Comisión Europea para decidir cómo se pueden usar los productos basados ​​en la biotecnología verde. Pero hay muchos ejemplos de inseguridad jurídica similares que amenazan con socavar la innovación y la inversión en una amplia variedad de tecnologías y sectores, como la industria química, electrónica y de consumo, la protección de cultivos y los productos farmacéuticos y de nutrición.

Dado este entorno normativo, los directores ejecutivos de 12 compañías (entre las que se incluye BASF) que cuentan con un presupuesto de investigación y desarrollo anual combinado de 21 mil millones de euros ($ 28 mil millones), propusieron recientemente la adopción formal de un "principio de innovación" en la gestión del riesgo y las prácticas normativas europeas. La idea, concebida y desarrollada por los miembros del Foro Europeo sobre el Riesgo, es sencilla: siempre que se estudie formular leyes con características preventivas, debe tenerse plenamente en cuenta su impacto sobre la innovación.

Este principio no implica apoyar la innovación sin importar sus efectos sobre la salud o el medio ambiente: cuando existe un peligro real, las consideraciones preventivas deben tener prioridad. Pero sí busca apoyar un enfoque basado en la evidencia y datos científicos sólidos. Abrazándolo, Europa puede atreverse a innovar.

Kurt Bock is Chairman of the Board of Executive Directors at BASF. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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