El desafío laboral del paro juvenil

Junto a las pensiones y la mayor estabilidad en el empleo, a nadie le cabe ninguna duda de que uno de los desafíos del mercado laboral al comienzo de esta nueva legislatura es el paro juvenil. El desempleo en este colectivo resulta especialmente dramático no sólo en su aspecto cuantitativo (España tiene uno de los tristes récords en tasa de paro en este grupo de la población activa), sino también en su vertiente cualitativa. El paro es un drama que frustra expectativas, proyectos vitales en personas que, curiosamente, en su conjunto, están mejor preparadas que nunca en nuestra historia reciente. Conozco a jóvenes de gran valía personal y profesional que entran en una espiral desesperante por no poder poner en práctica todos los conocimientos que han adquirido con esfuerzo y dedicación. O, lo que puede ser a veces más frustrante, que se dedican a tareas profesionales que en absoluto son las que les apetecen o para las cuales no han estado preparándose. La gran pregunta que nos podemos hacer todos es obvia: ¿cómo se puede acabar con el desempleo juvenil? Si tuviéramos una varita mágica, o al menos una solución completa para poner fin a esta lacra, ya se habría adoptado y tardaríamos muchos años en volver a plantearnos este dilema. Pero, lamentablemente, la realidad es tozuda y la respuesta no es fácil. No es fácil porque se trata de un problema en el que influyen muchos factores, no sólo laborales, sino educativos, sociales, culturales, económicos, estructurales, etc. Por lo tanto, tratar de abordar este asunto desde una única perspectiva significará siempre poner parches y así nunca avanzaremos hacia una posibilidad firme de un mercado laboral saneado para nuestros jóvenes.

El desafío laboral del paro juvenilEn cualquier caso, sin contar con esas recetas mágicas definitivas que pudieran terminar con esta gran dificultad que nos atañe a todos, tras muchos análisis sobre lo que ocurre dentro y fuera de España, se puede poner en común una serie de principios fácilmente asumibles por todos.

Para empezar, pienso que estamos ante un atolladero que afecta, al modo de un contrato, a dos partes: de un lado, a los jóvenes y de otro, a la sociedad, las instituciones en su conjunto. Ambos tienen derechos y obligaciones. Ambos tenemos que poner con firmeza y resolución de nuestra parte soluciones que puedan favorecer una salida a esta situación.

Y, en primer lugar, ¿qué se les puede pedir a los jóvenes? Evidentemente, no lo tienen nada fácil. Han salido de sus respectivos estudios o han trabajado duro para tener una oportunidad laboral, como la de sus padres o abuelos en generaciones anteriores, y esperan encontrarla de forma rápida, normalmente para iniciar una nueva vida, lógicamente en su país, y digna. Lamentablemente muchas veces no encuentran esa ocasión. Pero siempre podrán cumplir con unos mínimos básicos que obligan a plantearse las siguientes preguntas: ¿quién soy realmente?, ¿cuáles son mis verdaderas cualidades para orientar mi futuro profesional?, ¿me informado bien de todas las opciones de las que dispongo?, ¿he invertido lo suficiente en mi formación y talento?, ¿qué se requiere en el mundo actual y qué ya no sirve?, ¿cumplo mis tareas, cualesquiera que sean, con esfuerzo y profesionalidad? Y, finalmente, ¿con lo que hago o pretendo hacer, aporto algo a la sociedad que me rodea? Son preguntas importantes, difíciles y que requiere esfuerzo responderlas, pero es necesario plantearlas.

Por parte de la sociedad, del gobierno, de las instituciones, de las empresas... ¿qué se les puede exigir o esperar de ellos? En los últimos años, el esfuerzo ha sido notable por parte de todos. Se han realizado actuaciones de gran trascendencia, como nunca se había hecho. Ahí están la estrategia de empleo juvenil y emprendimiento, el fondo de garantía juvenil, enormes bonificaciones en materia de contratación laboral, planes de empresas de incorporación a jóvenes, el nuevo e innovador diseño de la formación profesional dual... Y del lado de la sociedad civil y de las empresas privadas existen ayudas y becas para investigar, apoyos bien conocidos para emprender, planes de contratación laboral de jóvenes, de formación completa de becarios... Todo ello está dando sus frutos, y claramente son muy bienvenidos. Están bien orientados. Pero por hacer aportaciones de propuestas que se echan en falta, creo que habría que englobar todo lo que se ha venido realizando recientemente en un único programa integral, que se canalice fundamentalmente -aunque no de forma exclusiva- a través de una gran plataforma online (dado el colectivo al cual se dirige), con estrategias prácticas, en donde participen todas las entidades gubernativas implicadas y, lo que es más primordial, aquellas empresas que puedan aportar al programa. La colaboración pública/privada en este punto es clave. Un buen ejemplo de este tipo de iniciativas lo encontramos en el Reino Unido, donde su proyecto de empleo juvenil cuenta con recursos privados de empresas de headhunter, de cómo hacer un buen CV, una buena entrevista de trabajo y empresas que ofrecen vacantes para jóvenes. Colaboración público/privada práctica y de fácil acceso, en definitiva.

A mi modo de ver, ese programa de empleo juvenil debería pivotar sobre los siguientes objetivos:

1.- Facilitar la ocupación: parece lógico, pero a lo que me refiero es a enfocar la ocupación de los jóvenes de una manera distinta. La clave es, más que tener un empleo para toda la vida, tener toda la vida empleo. La empleabilidad debería ser el leitmotiv de este programa y, por ello, las iniciativas tendrían que dirigirse a cualquier tipo de oportunidades en tres vertientes distintas: trabajo por cuenta ajena, autónomo y emprendimiento. El paso de un modo de vida a otro debería ser mucho más fácil que en la actualidad, sin obstáculos y con apoyo público.

2.- Facilitar la orientación: tanto de jóvenes en edad temprana (que están en la escuela), como de padres. El mundo es muy cambiante en estos momentos. Las empresas están demandando nuevos perfiles y tanto unos como otros necesitan conocer en profundidad nuevas carreras, nuevos estudios, nuevas vocaciones de reciente aparición y que se alejan de los tradicionales grados o estudios humanísticos, jurídicos o económicos. La clave está en casar la vocación (que debe conocerse ya en el inicio de la adolescencia) con lo que está demandando la sociedad en los nuevos trabajos.

3.- Facilitar la formación: no sólo en contenidos técnicos de calidad (lo damos por supuesto), sino también en habilidades que, a veces, no se enseñan en los colegios o universidades y, a día de hoy, son vitales para la empleabilidad. Conceptos como emprendimiento, tecnología, trabajo en equipo, valores, oratoria, relaciones internacionales, deberían ser asignaturas transversales porque son absolutamente necesarias en las competencias presentes y futuras que buscan las empresas.

4.- Facilitar la ambición: éste es un tema cultural. La ambición, bien entendida, es necesaria. El ejemplo es vital y en España abundan en todos los campos grandes hombres y mujeres que con su deseo de mejorar han llegado a lo más alto en sus respectivas actividades. Sacar a la luz para el gran público la tarea que están haciendo, verbigracia, nuestros científicos y médicos, no me cabe duda que haría crecer exponencialmente las vocaciones científicas e investigadoras (tan necesarias hoy en día) y el apoyo privado a estas iniciativas.

Como se puede comprobar, la tarea es ardua pero no imposible. Ojalá nuestros jóvenes sigan siendo optimistas sobre su futuro.

Iñigo Sagardoy de Simón es abogado y profesor titular de Derecho del Trabajo de la Universidad Francisco de Vitoria.

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