La posibilidad de la llegada al poder de un gobierno populista y euroescéptico en Italia ha concentrado los pensamientos de los inversores como pocos otros acontecimientos este año. El diferencial de rendimiento, o spread, entre los bonos italianos y alemanes se ha ampliado marcadamente, lo que indica que los inversores ven a Italia como una apuesta más riesgosa. Y los precios de las acciones italianas han caído -en especial en las acciones de los bancos nacionales, la mejor muestra del riesgo país- mientras que las primas de seguro contra un incumplimiento de deuda soberana se han incrementado. Existen inclusive temores de que Italia pueda desatar otra crisis financiera global, especialmente si una nueva elección se convierte en un referendo de facto sobre el euro.
Inclusive antes de las elecciones de marzo de Italia, en las que el populista Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y el partido Liga de derecha obtuvieron una mayoría parlamentaria combinada, advertimos que el mercado estaba siendo demasiado complaciente con el país. Italia ahora se encuentra en una situación que es algo más que una crisis política excepcional. Debe confrontar su principal dilema nacional: si seguir encadenada al euro o intentar recuperar una soberanía económica, política e institucional.
Sospechamos que Italia llegará a un acuerdo y se quedará en la eurozona en el corto plazo, aunque más no sea para evitar el daño que causaría una ruptura de gran escala. En el largo plazo, en cambio, el país podría sentirse cada vez más tentado a abandonar la moneda única.
Desde que Italia regresó al Mecanismo de Tipo de Cambio Europeo en 1996 -después de abandonarlo en 1992-, ha entregado su soberanía monetaria al Banco Central Europeo. A cambio de ello, ha tenido una inflación y costos de endeudamiento mucho más bajos, lo que resultó en una drástica reducción de los pagos de intereses -del 12% al 5% del PIB- sobre su inmensa deuda pública.
Aun así, los italianos hace mucho tiempo que no se sienten cómodos con la falta de una política monetaria independiente, y esa sensación de pérdida de control ha opacado gradualmente las ventajas de pertenecer al euro. La adopción del euro ha tenido enormes implicancias par los millones de pequeñas y medianas empresas que en otro momento dependían de una devaluación periódica de la moneda para compensar las ineficiencias del sistema económico de Italia y seguir siendo competitivas.
Las ineficiencias son muy conocidas: rigideces del mercado laboral, baja inversión pública y privada en investigación y desarrollo, altos niveles de corrupción y de evasión y elusión impositiva, y un sistema legal y una burocracia pública disfuncionales y costosos. Y, sin embargo, varias generaciones de líderes políticos italianos han hablado de "restricciones externas", más que de una necesidad doméstica, al imponer las reformas estructurales exigidas por la pertenencia al euro -acentuando así la sensación de que las reformas le han sido impuestas a Italia.
La pérdida de soberanía monetaria significa que, en efecto, existen dos cadenas de mando político en Italia. Una se extiende del gobierno alemán, a través de la Comisión Europea y del BCE, hasta la presidencia, el Tesoro y el banco central italianos. Esta cadena de mando "institucional" garantiza que Italia cumpla con sus compromisos internacionales y mantenga una adhesión estricta a las reglas fiscales de la UE, más allá de los acontecimientos políticos domésticos.
La otra cadena de mando empieza con el primer ministro italiano y se extiende a través de los ministerios de gobierno que son responsables de los asuntos nacionales. En la mayoría de los casos, las dos cadenas de mando están alineadas. Pero cuando no lo están, inevitablemente surge un conflicto. De ahí la crisis actual, que llegó a su punto crítico cuando el primer ministro designado intentó nombrar al economista euroescéptico Paolo Savona como próximo ministro de Economía y Finanzas de Italia sin antes consultar a la otra cadena de mando. La designación fue debidamente rechazada por el presidente italiano.
Regresemos a la cuestión de si Italia ahora elegirá liberarse de su camisa de fuerza. A pesar de las ventajas del euro, éste no ha beneficiado económicamente a Italia. El PIB real per capita (ajustado por inflación) de Italia hoy es menor de lo que era cuando comenzó el experimento del euro en 1998, mientras que hasta Grecia ha logrado registrar crecimiento, a pesar de su depresión desde 2009 en adelante.
Algunos explicarían este desempeño pobre con el argumento de que la eurozona es una unión monetaria incompleta, y que sus países "centrales" como Alemania drenan mano de obra y capital de los países "periféricos" como Italia. Otros podrían responder que los italianos no se adaptaron a las reglas y estándares, y no implementaron las reformas, sobre las que se basa una unión monetaria exitosa.
Sin embargo, la verdadera explicación ya no importa. El discurso que prevalece en Italia responsabiliza al euro del malestar económico del país. Y los partidos políticos que han exigido abierta o implícitamente abandonar la eurozona hoy tienen una mayoría parlamentaria, y les gustaría conservarla en otra elección más avanzado este año o a comienzos de 2019.
Si los italianos tuvieran que enfrentarse a la elección de conservar o abandonar la moneda única, las encuestas recientes sugieren que, en principio, decidirían quedarse, por miedo a una corrida de los bancos italianos y la deuda pública, como experimentó Grecia en 2012-2015. Pero los costos a largo plazo de quedarse en un club dominado por reglas dictadas por Alemania e inherentemente deflacionarias podrían tentar a los italianos a irse. Esa decisión podría producirse en el medio de otra crisis financiera, recesión o sacudida asimétrica global que expulse a varios países frágiles del euro al mismo tiempo.
Al igual que los defensores del Brexit del Reino Unido, los italianos podrían convencerse de que tienen lo que hace falta para triunfar por cuenta propia en la economía global. Después de todo, Italia tiene un gran sector industrial que es capaz de exportar a nivel mundial, y los exportadores se beneficiarían con una moneda más débil. Los italianos podrían sentirse tentados de pensar: ¿Por qué no escapar del euro antes de que esas industrias quiebren o terminen en manos extranjeras, como ya está sucediendo?
Si los italianos finalmente adoptan este camino, los costos inmediatos serán absorbidos por los ahorristas domésticos, cuyos ahorros serán redenominados en liras depreciadas. Y los costos serían aún mayores si una salida italiana precipitara otra crisis financiera con feriados bancarios y controles de capital. Frente a estas posibilidades, los italianos -como los griegos en 2015- podrían parpadear y quedarse. Pero también podrían decidir cerrar los ojos y jugársela.
Aunque Italia estaría mejor si se quedara en la eurozona e hiciera las reformas correspondientes, tememos que una salida podría volverse más probable con el tiempo. Italia es como un tren cuyo motor se descompuso; podría ser sólo una cuestión de tiempo antes de que los vagones que vienen detrás empiecen a descarrilar.
Nouriel Roubini, a professor at NYU’s Stern School of Business and CEO of Roubini Macro Associates, was Senior Economist for International Affairs in the White House's Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund, the US Federal Reserve, and the World Bank.
Brunello Rosa is co-founder, CEO, and head of research at Rosa & Roubini Associates, and a research associate at the Systemic Risk Centre at the London School of Economics.