El desconcierto

La vida política española atraviesa un momento desconcertante. Lo podemos resumir en la pregunta que –crédulos en una sabiduría de la que carezco– me formulan con frecuencia mis amigos: ¿cómo es posible que el Gobierno, o al menos su principal partido, no esté en apariencia pagando una pesada factura en apoyo electoral tras un saldo como el que registra tanto la gestión de la pandemia como la de la economía?

Los variados intentos de zafarme de una respuesta comprometida a través de evasivas o del uso del método Ollendorff (para entendernos: pregunta lo que quieras que yo te contesto lo que me dé la gana) ya no cuelan y me obligan a esbozar algo parecido a una contestación, despreciando el riesgo de equivocarme de medio a medio.

Lo primero es ver si la pregunta está bien formulada. ¿Es cierto que no esté pagando el Gobierno una pesada factura en apoyo electoral? Las respuestas son tan variadas como la métrica que utilicemos.

El desconciertoSi hacemos caso al CIS diríamos que está mal planteada, puesto que –Tezanos dixit– se ha reforzado el voto a los partidos de gobierno (45% en la última estimación, frente al 40,9% que sumaron en noviembre de 2019) y debilita a los partidos nacionales de oposición (PP, Vox y Cs) que pasarían del 42,7% del voto de noviembre al 40,4% ahora. Así que la pregunta no habría que referirla a la factura pagada sino a los dividendos cobrados de la gestión realizada. Si, en cambio, miramos a los sondeos privados que se vienen publicando diríamos que la pregunta está bastante bien formulada, puesto que la media registra un mantenimiento del PSOE y un debilitamiento de UP, es decir, algo de factura, pero no suficiente para alterar los equilibrios políticos que produjeron las elecciones de noviembre.

En cambio, una tercera perspectiva, la que nos ofrecen los comicios de Galicia y País Vasco, muestra un panorama más matizado. Aunque comparar los resultados de esos comicios con las elecciones generales sea como comparar peras con manzanas, no cabe duda de que en ambos escenarios los resultados parecen poner un signo de interrogación sobre la supuesta fortaleza electoral de los partidos del Gobierno: si comparamos en porcentaje de voto válido los resultados de PSOE y UP hace nueve meses con los obtenidos ahora, el retroceso es del 48% en Galicia y del 38% en el País Vasco. Y si es cierto que retrocede más UP que el PSOE, los retrocesos de este último respecto a las elecciones generales son muy sustanciales: un descenso del 32% en Galicia y del 29% en el País Vasco.

Un hipotético punto medio entre estas tres formas de aproximarse a la realidad del apoyo electoral latente del Gobierno nos llevaría a concluir que el PSOE conserva la condición de primera fuerza política, aunque en conjunto el Gobierno estaría ahora algo más débil electoralmente por la merma –sobre la que hay general consenso, salvo el CIS– de UP. Muy probablemente, esa merma por el flanco izquierdo se haga más intensa tras las revelaciones sobre la financiación de la coalición morada. Y si bien ello en teoría reforzaría el caudal del PSOE, los últimos procesos electorales ponen de manifiesto que en la práctica no es así.

Vamos pues con la respuesta. Creo que el desconcierto que la pregunta revela se debe a que se está mirando a una situación inédita con las claves interpretativas que ofrecen las situaciones conocidas. Hoy la situación no se puede entender desde esas claves porque ha cambiado la geometría y con ella las reglas de la competición política.

La geometría es muy importante: en el sistema de pluralismo polarizado –por utilizar la taxonomía de Sartori– que hoy prevalece en nuestro Parlamento, el PSOE goza de una ventaja posicional muy considerable. Su sonrisa de la fortuna no es la que le ofreció Iglesias, sino la que le reporta Vox. Desde esta perspectiva, paradójicamente, pese a que en noviembre tanto el PSOE como UP obtuvieron menos escaños en que en abril, se encontraron con un regalo inesperado en la crecida del partido de Abascal.

De pronto, la conversión de Vox en tercera fuerza le otorgó al PSOE un banderín de enganche de valor incalculable, en la medida en que refuerza la polarización y le permite articular un relato –por tramposo que sea– de valladar de la democracia. Y además le hace la vida muy difícil al PP que, por vez primera, se ve sometido a la gestión de las oposiciones bilaterales, con un flanco muy fuerte a su derecha.

En este tablero, el PSOE juega con piezas blancas. Lleva ventajas posicionales y ventajas instrumentales. Entre las primeras, puede –y lo hace– ningunear al PP tirando por elevación contra Vox. Puede –y lo hace– hermanar políticamente a ambos que es la forma más eficaz de encoger al PP. Puede –y lo hace– usar a Cs, pese a su escaso peso parlamentario, como contraejemplo constructivo de lo que presenta como comportamiento obstructivo del Partido Popular.

Pero aún más importantes son las ventajas instrumentales. Disfruta de una posición de privilegio en el manejo tanto de los recursos materiales como de los simbólicos. Ya antes de la pandemia se comenzó a desplegar una expansión del gasto público que con las medidas adoptadas tras la aparición de aquella se ha disparado –y con él, el déficit– sin la contrapartida de tener que responder del mismo, puesto que la barrera del Pacto de Estabilidad y Crecimiento se ha dejado abierta para todos los Estados hasta que –no sabemos cuándo– se entienda que ha pasado la tormenta.

Junto a ellas, y no menos importantes que las ventajas materiales están las ventajas en recursos comunicativos. Aquí el Gobierno y en particular su presidente gozan de una potencia de fuego escandalosamente superior a la de la oposición y Sánchez la utiliza sin complejo alguno. La pandemia además ha reforzado ese desequilibrio: durante meses apenas se ha oído otra voz que la suya. En las sobremesas del fin de semana, un paseo por las cadenas nacionales de televisión era como un regreso a los tiempos del monopolio estatal, en todas estaba Sánchez hablando.

Esos recursos han servido para establecer un cuasi-monopolio del relato que esconde los fallos, magnifica los aciertos (reales o más a menudo inventados) y descalifica despiadadamente al adversario. Y eso, multiplicado por dieciocho (las apariciones monográficas de Sánchez en televisión) y enmarcado en una creciente polarización ha sido suficiente para mantener cohesionada a su base electoral e incluso conceder verosimilitud a un relato inverosímil.

La cuestión candente, creo yo, no es tanto explicar mejor o peor por qué existe este estado de opinión sino si el mismo es sostenible en el tiempo. ¡Y qué tiempo! Nosotros también –como Falstaff en Enrique IV– «hemos escuchado las campanas a medianoche», en este caso el incesante ulular de las ambulancias. Aun en esta canícula sus ecos «envenenan nuestros sueños» como escribió Cernuda. Pero muchos no han acabado de despertar a una realidad inmisericorde que el otoño hará dolorosamente visible. Cierto que se verá un tanto suavizada en sus filos más cortantes por la inesperada holgura fiscal que va a permitir al Gobierno algunas políticas paliativas que en la crisis anterior no pudieron desplegarse por falta de recursos y de alguien a quien pedírselos.

A partir de ahí, se vuelve a abrir la partida. Lo que pase dependerá sobre todo de algo que hoy es aún incierto, el ritmo de recuperación de la economía, pero también de la gestión de unos y otros. El Gobierno tiene que articular una mayoría presupuestaria que dé confianza a Bruselas, lo que, con sus actuales mimbres, no parece fácil. El principal partido de la oposición tiene que encontrar un equilibrio entre la denuncia y la propuesta que le devuelva el papel de anclaje seguro en su base electoral potencial. Tampoco es sencillo en el cuadro descrito.

Pero, sobre todo, los dos partidos que siguen siendo, pese a su debilitamiento en los últimos años, las dos únicas referencias verosímiles como eje de gobierno tendrían que encontrar una fórmula, que no tiene por qué ser una coalición que hoy se antoja casi imposible, mediante la cual se puedan articular soluciones sensatas para salir de una crisis que no puede enfrentarse desde la barricada ideológica sino desde un consenso central que es preciso a toda costa recuperar.

José Ignacio Wert fue ministro de Educación, Cultura y Deporte. Es autor de Los Años de Rajoy. La Política de la Crisis y la Crisis de la Política (Almuzara, 2020).

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