El desempleo no es una maldición hispánica

Mañana martes tendremos otros doscientos mil parados más, aproximadamente. La cifra oficial de desempleados se situará cercana a los tres millones y medio. Si contáramos los parados excluidos del cómputo oficial por un cambio metodológico impropio y no aceptado por la oficina estadística europea, rondaríamos los cuatro millones. Desde el gobierno quitarán importancia a los datos de las oficinas del INEM y nos explicarán las mil razones por las que no son representativos. En cualquier caso son muchísimas, demasiadas, las personas que queriendo trabajar no encuentran dónde ni cómo. Frente a este fracaso colectivo, caben varias alternativas. La primera, la más fácil pero también la más inútil, lamentarse públicamente y buscar rápidamente un culpable. Hay muchos candidatos -la crisis financiera, los bancos, los empresarios, los sindicatos, el gobierno- elija usted su favorito y luego descanse tranquilamente hasta que como en el poema de Brecht el paro llame a su puerta. Entonces será demasiado tarde para hacer algo.

La segunda, algo más sofisticada pero igualmente inútil, consiste en mostrarse públicamente indignado por esta lacra social y asegurar enfáticamente que ningún parado quedará sin justa protección. Es la estrategia del presidente Zapatero. Puede funcionar temporalmente, pero acabará volviéndose rabiosamente contra él porque pronto no podrá cumplir sus promesas y porque, en sus propias palabras, los españoles se consideran ciudadanos no súbditos, no quieren limosnas sino ganarse la vida por sus propios medios y esperan del gobierno que cree las condiciones generales que lo hagan posible. La tercera, la única viable en una sociedad democrática, es la que adoptó el Primer Ministro Blair ante el Parlamento Europeo cuando le exhortó a modificar el modelo social europeo, ese mito del que nos sentimos tan orgullosos y que se basa en dos injusticias flagrantes. Condena al desempleo permanente a un porcentaje elevado de la población, a lo largo de un ciclo económico aproximadamente el doble que en otras zonas del mundo como Estados Unidos o Asia. Y segrega dramáticamente a la población entre los protegidos y los que se agolpan a las puertas amenazando con derribar las barreras del sistema, jóvenes en búsqueda de su primer empleo, mujeres tardíamente incorporadas al mercado de trabajo, inmigrantes legales o irregulares.

Dentro de la misma Europa, España presenta secularmente una tasa de paro que es prácticamente el doble que la media. Incluso en los momentos de auge económico y después de quince años de crecimiento ininterrumpido. Es tentador pensar como explicación que los españoles tenemos una preferencia por el ocio más elevada, un salario de reserva más alto que decimos técnicamente los economistas. Es tentador y es una provocación deliberada. Spain is different, concluyó Blanchard, director de Estudios del FMI, al analizar el mercado de trabajo español. Pero es diferente porque las instituciones del mercado de trabajo funcionan particularmente mal, no porque los españoles seamos más vagos, más abandonados o más místicos. Somos tan racionales, tan economicistas, tan asquerosamente interesados como los que más, no vayamos a creernos la Leyenda Negra. Vean por ejemplo cómo ha caído el absentismo laboral en cuanto las cosas se han puesto feas. Lo que pasa es que los incentivos son perversos, contraproducentes.

La negociación colectiva no progresa adecuadamente, sigue anclada en prácticas franquistas y necesita mejorar. Se basa en la preservación de los derechos adquiridos, no en la responsabilidad mutua. ¿Tiene algún sentido que en un contexto de contracción del PIB del orden del tres por ciento y una inflación media del año que no superará el medio punto porcentual se consideren innegociables incrementos salariales que no superen el dos por ciento? ¿Es lógico que cuando el escenario oficial ha cambiado radicalmente en un año se consideren intocables convenios plurianuales con aumentos previstos del cuatro o el seis por ciento? ¿Alguien entiende que haya Comunidades Autónomas con tasas de paro del 25 por ciento y nadie reclame a sus gobiernos algo más que subsidios? ¿Es sostenible una sociedad en que el desempleo afecta a más de la cuarta parte de los jóvenes menores de 25 años?

Reducir el desempleo en España va a requerir bastante más que buenos propósitos, va a exigir disminuir el salario de reserva. Cómo se hace esto se puede encontrar en cualquier libro de texto de Economía Laboral. He rebuscado en mi estantería y he encontrado un clásico, Economía del Trabajo y los Salarios de Hamermesh y Rees, editado por Alianza Universidad Textos ¿se acuerdan?, con el que empecé a dar clases de esta materia en 1984. Les puedo asegurar que es mucho más actual que el Estatuto de los Trabajadores de 1980. Parafraseando a Mariano Rajoy ¿cuántos parados más serán necesarios para que se modifique este código laboral que rezuma intervencionismo por todas sus aristas?

Las líneas básicas de la reforma laboral son de sobra conocidas. Pueden resumirse en una palabra, flexibilidad, o si el gobierno quiere ser políticamente correcto, flexiseguridad como prometía al inicio. Pero sobre ella ha caído una doble maldición. La amenaza de una posible huelga general, que tiene paralizado el cerebro del gobierno, y la acusación de neoliberales a quienes como el gobernador del Banco de España se atrevan a mencionarla, acusación que tiene secuestrada a una gran parte de la comunidad académica tan activa en la oposición. El núcleo duro gobernante ha adoptado una versión leninista de Lakoff y Pettit, sus dos referencias intelectuales. Lo que no es factible desde el talante, o sea desde la izquierda paleolítica, no es posible. Si no es posible, no existe. Y si no existe, no se puede ni mencionar. Mientras tanto el paro seguirá desangrándonos como nación, erosionando los fundamentos de nuestra solidaridad interterritorial e interpersonal, y haciendo estallar la estabilidad fiscal que tantos esfuerzos nos había costado conseguir y tantos éxitos nos había deparado. Pero la realidad es tozuda y se ajusta mal a los prejuicios ideológicos. Esta crisis va a cambiar muchas cosas, no sólo el sistema financiero internacional. También, y muy profundamente, las relaciones laborales. Habrá países que lo entiendan antes y mejor y sabrán hacer los cambios necesarios. Ellos serán los ganadores de la globalización. Otros se aferrarán a ideas obsoletas, antiguallas de la Historia. Se encerrarán en sí mismos y el futuro les dará la espalda. A la sociedad española le corresponde elegir. Para empujar a un gobierno que ya ha elegido.

Fernando Fernández Méndez de Andés, Rector de la Universidad Antonio de Nebrija.