El desencanto de Europa

Las recién celebradas elecciones del Parlamento europeo estuvieron marcadas por la desilusión y el desencanto. Tan solo 43% de los europeos acudieron a votar –además, muchos de ellos abandonaron los partidos principales y en muchos casos optaron por los partidos radicales antieuropeos. En efecto, los resultados oficiales no reflejan la magnitud del desencanto popular; muchas personas que continuaron votando por partidos tradicionales lo hicieron de muy mala gana, faute de mieux.

Son muchas las razones que explican este terremoto político, pero las principales son la miseria permanente, los estándares de vida reducidos, las tasas de desempleo de dos dígitos, y las esperanzas mermadas en el futuro. La fuerte crisis de Europa ha dañado la confianza en la capacidad y los motivos de los responsables del diseño de políticas, que no pudieron prevenirla, que tampoco han logrado resolverla por el momento y que rescataron a los bancos y sus acreedores mientras causaban sufrimiento a los votantes (pero no a sí mismos).

La crisis ha durado tanto tiempo que gran parte de los partidos gobernantes (y tecnócratas) se han mostrado incapaces. En la eurozona, los gobiernos sucesivos de todas las tendencias han sido acosados para poner en aplicación políticas sesgadas e injustas exigidas por el gobierno alemán e impuestas por la Comisión Europea. Aunque la Canciller, Angela Merkel, califica el auge del respaldo a los partidos radicales de “lamentable”, su administración –y las instituciones de la UE más generalmente – son esencialmente responsables de ello.

En primer lugar veamos el caso de Grecia. Merkel junto con la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, amenazaron con impedir a los griegos el uso de su propia moneda, el euro, a menos que su gobierno aceptara condiciones punitivas. Se obligó a los griegos a aceptar medidas de austeridad brutales a fin de continuar pagando una deuda insoportable, para limitar así las pérdidas de los bancos franceses y alemanes y de los contribuyentes de la eurozona cuyos préstamos a Grecia rescataron a esos bancos.

En consecuencia, Grecia ha sufrido una depresión peor que la de Alemania en los años treinta. ¿Es verdaderamente una sorpresa que el apoyo popular a los partidos gobernantes que obedecieron este dictado haya caído del 69% en las elecciones del Parlamento Europeo en 2009 a 31% en las de 2014? ¿Qué una coalición de partidos radicales de izquierda que exigía que se hiciera justicia en el manejo de la deuda encabezara las votaciones? ¿O que el partido neonazi, Golden Dawn, fuera el tercero más votado?

En Irlanda, Portugal y España los créditos tóxicos de los bancos alemanes y franceses durante los años de la burbuja se hicieron principalmente a bancos locales y no al gobierno. Sin embargo, también en este caso el eje Berlín-Bruselas-Frankfurt chantajeó a los contribuyentes locales para que pagaran por los errores de los bancos extranjeros –lo que significó presentarles a los irlandeses una factura de 64 mil millones de euros (87 mil millones de dólares), alrededor 14 mil euros por persona, por concepto de la deuda tóxica de los bancos– y al mismo tiempo impuso una austeridad masiva.

El apoyo a los partidos principales que cumplieron cayó en consecuencia –del 81% en 2009 al 49% en 2014 en España. Afortunadamente los recuerdos de las dictaduras fascistas pueden haber inoculado a España y Portugal contra el virus de la extrema derecha, con lo que se beneficiaron partidos de izquierda antiausteridad y regionalistas. En Irlanda, los independentistas resultaron victoriosos.

La idea errónea de que los contribuyentes de Europa del norte están rescatando a los del sur, también provocó una reacción en Finlandia, donde los finlandeses de extrema derecha ganaron 13% de los votos, y en Alemania, donde la Alternative für Deutschland, antieuropea obtuvo el 7%.

A instancias de Merkel y con la complicidad del BCE, que esperó hasta julio de 2012 para extinguir el pánico en el mercado de bonos provocado por los errores de los responsables del diseño de políticas de la eurozona, la Comisión también impuso una austeridad en dicha región, lo que causó una pérdida acumulada de casi el 10% del PIB entre 2011 y 2013 según el modelo económico de la propia Comisión. Al hundir a Italia en una profunda recesión (de la que aún no se recupera), la austeridad acabó con la amplia coalición del primer ministro, Mario Monti, e impulsó al Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, antisistema y antieuropeo, que obtuvo el segundo lugar en las elecciones parlamentarias europeas.

Merkel también exigió una camisa de fuerza fiscal asfixiante y no democrática para la UE, que la Comisión aplica en consecuencia. Así pues, cuando los votantes deponen a un gobierno, el encargado de hacer respetar la política fiscal de la UE, Olli Rehn, inmediatamente insiste en que la nueva administración mantenga las políticas fallidas de su predecesor, y provoca que los electores se alejen de la UE y se vayan a los extremos.

Veamos el ejemplo de Francia. Después de que François Hollande llegara a la presidencia en 2012 con la promesa de acabar con la austeridad, su Partido Socialista ganó una amplia mayoría en las elecciones parlamentarias. No obstante, Berlín lo forzó a aumentar la austeridad. Ahora, los partidos de centro derecha y de centro izquierda están desacreditados –en conjunto consiguieron únicamente el 35% del voto popular– y la agrupación racista, Front Nacional de Marine Le Pen encabezó la votación mediante promesas de cambio radical.

Además, de una crisis económica crónica, Europa tiene ahora una aguda crisis política. Con todo, las clases dirigentes de la UE parecen estar decididas a seguir haciendo las cosas como hasta ahora. En el Parlamento, es probable que una minoría ruidosa pero fragmentada de críticos, excéntricos y racistas presione a los partidos de centro derecha y de centro izquierda, que aún tienen una mayoría combinada, a unirse más.

La baja participación y el debilitamiento de los partidos principales dan al Consejo Europeo –los dirigentes nacionales de los estados miembros de la UE– una excusa para seguir llegando a acuerdos en salones aislados. En primer lugar, está la elección del próximo presidente de la Comisión Europea. El presidente saliente, José Manuel Barroso, afirma que “las fuerzas políticas que encabezaron y apoyaron… la respuesta conjunta de la Unión a la crisis… han ganado generalmente otra vez.” Merkel quiere mantener las políticas actuales que no han logrado crear crecimiento ni empleo.

Tal vez la persona que pueda cambiar las cosas sea Matteo Renzi, el dinámico primer ministro de Italia de 39 años. En el poder desde febrero, obtuvo un contundente 41% de la votación, el doble de que lo alcanzó su rival más cercano. Además de estar ya comprometido a reformar el capitalismo criminal de su país, ahora tiene el mandato de desafiar la respuesta a la crisis de Merkel. El momento es ideal: Italia se hace cargo de la presidencia rotativa de la UE en julio. Renzi ya ha pedido un aumento de 150 mil millones de euros de inversión de la UE y una mayor flexibilidad fiscal.

En lugar de una eurozona limitada por los intereses miopes de Alemania como acreedor, Europa necesita una unión monetaria que funcione para todos sus ciudadanos. Es necesario reestructurar los bancos zombis, cancelar las deudas excesivas (públicas y privadas) y combinar un aumento de la inversión con reformas que promuevan la productividad (y de ese modo, los salarios). Se debe eliminar la camisa de fuerza fiscal y se debe permitir que los gobiernos que se endeudan demasiado declaren impagos. En última instancia, la eurozona más justa, más libre y más rica que surgiría también sería de interés para Alemania.

Los europeos también deben tener una mayor capacidad de decisión sobre la dirección que tome la UE –y el derecho a cambiar de rumbo. Necesitan una primavera europea de renovación económica y política.

Philippe Legrain, an economic adviser to the President of the European Commission until February 2014, is the author of European Spring: Why Our Economies and Politics are in a Mess – and How to Put Them Right. Traducción de Kena Nequiz.

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