El desfase entre el PIB y el bienestar

La vinculación entre el crecimiento económico y el bienestar humano parece evidente. De hecho, el crecimiento económico, calibrado mediante el producto interior bruto, está considerado de forma generalizada el más importante objetivo del desarrollo, pero ha llegado el momento de replantearse ese criterio.

En realidad, hay una desconexión cada vez mayor entre el PIB por habitante de los países y el bienestar de sus ciudadanos, pues un crecimiento rápido de la producción exacerba los problemas de salud y erosiona las condiciones medioambientales. Así las cosas, las personas cada vez valoran más la riqueza inmaterial tanto como la material, si no más.

Pero la de persuadir a las autoridades y los políticos de las limitaciones del PIB no es una tarea fácil. Al fin y al cabo, resulta mucho más sencillo defender un marco muy conocido y aceptado desde hace mucho que abanderar una nueva concepción del mundo.

Desde luego, el PIB brinda una información valiosa sobre la producción, el gasto y las corrientes de ingresos de un país, además del flujo de bienes a través de las fronteras. Además, ha constituido una orientación fundamental para los países, al ayudarlos a descubrir los beneficios económicos que han mejorado considerablemente la calidad de vida de los ciudadanos y en muchos casos los han sacado de la indigencia.

Pero el PIB no tiene en cuenta los cambios en la totalidad de los activos de un país, lo que dificulta a las autoridades la tarea de equilibrar los intereses económicos, sociales y medioambientales. Sin unas medidas mejores en pro del bienestar –incluidos el estado del medio ambiente natural, la salud y la educación– las autoridades no pueden obtener los datos que necesitan para velar por la salud a largo plazo de la economía y de las personas en ella comprendidas.

En ese imperativo se basa el concepto de “desarrollo sostenible”, que ha ido recibiendo aceptación gradualmente desde su introducción a mediados del decenio de 1980, pero, si bien los países han reconocido la necesidad de una comprensión más amplia del desarrollo, han mantenido en gran medida el crecimiento del PIB como su objetivo fundamental. Eso tiene que cambiar. Incluso el premio Nobel radicado en los Estados Unidos Simon Kuznets, padre del PIB en la época de la depresión, dijo en 1934 que “no se puede inferir el bienestar de una nación a partir del cálculo de su renta nacional”.

Lo bueno es que ya existe un marco sólido, simple y eficaz para calibrar la sostenibilidad. Se debe a un grupo de economistas destacados, incluidos el premio Nobel Kenneth Arrow y Partha Dasgupta, de la Universidad de Cambridge, y evalúa las corrientes de ingresos de una economía en el marco de la totalidad de sus activos, incluidos los capitales humano y natural. Dicho de otro modo, tiene en cuenta la base productiva de la economía y no sólo su riqueza monetaria.

A partir de ese marco, la Universidad de las Naciones Unidas y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente hicieron público el Informe sobre la riqueza no excluyente en la Cumbre de la Tierra celebrada en 2012 en Río de Janeiro. Al brindar una comparación a largo plazo entre el PIB y la “riqueza no excluyente” correspondiente a veinte países, el informe iba encaminado a motivar a las autoridades para que adoptaran una concepción más amplia y a largo plazo del desarrollo de sus economías.

El próximo mes de noviembre, se hará público un segundo informe con muchos más países representados y más centrado en el capital humano dentro de los indicadores de las cuentas nacionales. Para ese fin, los expertos colaboradores celebrarán en este mes diversas reuniones en Malasia, que concluirán con un simposio titulado “Más allá del PIB – La transición a la sostenibilidad”.

Para transformar la comprensión del desarrollo económico en el mundo, es necesario un planteamiento dinámico. Expertos de diversas especialidades –incluidas la economía, la sociología, la psicología y las ciencias naturales– deben colaborar para formular un conjunto integrado de indicadores que ofrezca un panorama completo de la base productiva de la Humanidad, de la que depende la capacidad de las personas para perseguir su interpretación del éxito. Si bien las decisiones finales deben correr a cargo de las autoridades y los ciudadanos, el proceso debe basarse en los mejores datos científicos disponibles, y no debe estar comprometido en las exigencias políticas ni en los intereses creados.

Además, se debe reconocer una verdad fundamental: el planeta no puede albergar a sus siete mil millones de habitantes con una posición socioeconómica de renta alta. Para que todos los países alcanzaran un PIB por habitante de 13.000 dólares (que, según el Banco Mundial, corresponde a dicha posición), el PIB mundial debería aumentar de 72 billones de dólares a 91 billones. Sin embargo, si ya utilizamos el equivalente de 1,5 Tierras para contar con los recursos que consumimos y absorber nuestros desechos, el planeta sólo puede soportar de forma sostenible un PIB de sólo entre 48 y 50 billones de dólares.

Y, si el planeta ya excede su capacidad de carga sostenible, deberíamos reducir las exigencias que le imponemos... en lugar de añadir otras nuevas. Dicho de forma sencilla, no podemos seguir dependiendo del crecimiento del PIB y la ilimitada acumulación de riqueza que entraña para resolver nuestros problemas sociales y económicos.

El mundo debe ajustar sus sistemas de valores a esa realidad. Debemos aprender a hacer más con menos, separar el crecimiento económico del consumo de recursos y alimentar los aspectos sociales y espirituales de nuestra existencia.

Esa transformación será imposible sin hacer cambios fundamentales en nuestros sistemas educativos, estructuras políticas e instituciones. Es una tarea ambiciosa, pero nuestro futuro depende de que la llevemos a cabo.

Zakri Abdul Hamid is a member of the UN Secretary-General’s Scientific Advisory Board, Science Adviser to the Prime Minister of Malaysia, and co-chair of MIGHT. Anantha Duraiappah is Executive Director of the International Human Dimensions Program on Global Environmental Change, hosted by UN University in Bonn. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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