El desgobierno y la temible alternativa

Justo ahora que la presión de los mercados cede y ya no se habla de asalto al euro; que España experimenta una tímida recuperación; que los economistas van poniéndose de acuerdo para vaticinar una tendencia sostenida al alza, aunque muy lenta en los primeros años; ahora que el proceso de reconversión de las cajas parecía muy orientado; justo después de haber coronado el primer paquete de reformas, incluida la laboral; ahora que parecía que las cosas empezaban a ir mejor y se veía una tenue claridad al final del túnel; pues ahora resulta que los socialistas no tienen bastante. En vez de medir bien sus pasos, se embalan, improvisan, se contradicen, se persiguen y, por si fuera poco, tienen accesos de fiebre sucesoria.

Uno de los diferenciales incuestionables de los países avanzados, y se supone que España todavía está en el club de los primeros -si no de los 10, es muy probable que de los 15 y seguro que de los 20 primeros, aunque nadie lo diría-, es la capacidad de planificación, la previsión, la preparación para afrontar una diversidad de escenarios. Pues bien, España no dispone de una planificación estratégica de su economía. Se abstiene de contemplar inversiones en nuevos sectores productivos o emergentes. Añade incógnitas innecesarias a las inevitables y cuestiona sin el más mínimo rigor la arquitectura de distribución territorial del poder. En España, nadie es capaz de predecir el modelo energético a 20 ni a 10 años vista. Pero no se habla de todo esto y de lo que pueda añadir el lector, porque la lista no es exhaustiva, sino de cuestiones marginales o coyunturales. Quizá hoy mismo, a la salida del Consejo de Ministros, algún vicepresidente o ministro-bombilla volverá a repicar las campanas de alarma para anunciar nuevas medidas de ahorro energético, fiscal o ambiental. Vete tú a saber.

Todavía no se han digerido los 110 km/hora de velocidad máxima de la semana pasada. No está nada claro que se llegue a hacer el descuento del 5% en los trenes de cercanías. Menos todavía lo de las luminarias. El carrusel de Zapatero gira y gira. No como en todas partes. En los países aludidos, los que se supone que son de nuestro nivel, se estudia el impacto y la viabilidad de las medidas antes de anunciarlas. Se debaten los pros y contras. Opinan los expertos, aunque no siempre sea posible hacer caso a todos. Se consulta con las administraciones implicadas. Se conocen los costes y quienes los asumirán. En España no. En los otros países avanzados, incluso existen unos protocolos, muy conocidos y calibrados, de respuesta automática ante contingencias excepcionales, pero conocidas. Si la contaminación sube tanto, los que tienen las matrículas tal no podrán coger el coche los días nones. Se ponen encima de la mesa y se contrastan los cálculos sobre los beneficios del sacrificio ciudadano, de forma que se generen consensos. En España no.

¿Qué pasaría si se hubiera elaborado y aprobado un plan integral en el que, entre otras muchas medidas coherentes, se contemplaran velocidades y consumos variables en función del precio del crudo? Ocurriría que todo el mundo sabría lo que tiene que hacer según si los indicadores suben o bajan. Pero resulta que este no es el estilo de España. Aquí reinan la sorpresa y la imposición por decreto. La pretensión es hacer pedagogía a base de varapalos, y de paso coger la oposición a contrapié.

Resultado, la oposición dispara a bocajarro. La ciudadanía se cansa, se distancia todavía más del Gobierno. Los periodistas de buena fe, despistados, obligados a perder horas para intentar saber quién tiene razón, cuánta razón tiene cada uno, qué parte de lo que afirman es real y qué inventado. El resto, que en el sistema mediático de la capital son casi todos, se suma en cuerpo y alma al festival del embrollo. ¿Existe la posibilidad de regeneración? ¿Alguien dirá basta? Por desgracia, nadie está en condiciones de hacerlo. O, mejor dicho, a nadie le conviene (y entiéndase nadie como nadie entre los que podrían ser escuchados). Al contrario, la degradación de la política española y del desfile mediático que la acompaña todavía no ha llegado al límite. Los que aún recuerdan cómo acabó el Partido Popular, los que no dejan de tener presente que el reiterado temor al retorno de la derecha ha sido el primer factor que ha sostenido al PSOE en el poder, tendrían que estar alarmados por cómo los socialistas hacen todo lo posible para facilitar la mayoría absoluta al PP.

El final estrepitoso de José Luis Rodríguez Zapatero parece cada vez más inevitable. Mariano Rajoy se puede permitir el lujo de confirmar a Francisco Camps para las elecciones autonómicas de Valencia porque lleva una ventaja más que suficiente en los sondeos. Ahora, la derecha ya tiene del todo claro que el próximo año volverá al poder. El desgobierno de los socialistas le pone la victoria en bandeja. ¿Qué cambiará? ¿En qué nos proponen o se proponen mejorar? En nada. Habrá alternancia, pero lo más probable es que salgamos perdiendo. España no cambiará hasta que tome conciencia de que no va bien. Mientras tanto, que Valle Inclán nos coja confesados.

Xavier Bru de Sala, escritor.

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