El desperdicio de medicamentos y la creación de superbacterias

Esta semana el Primer Ministro británico David Cameron y el Presidente chino Xi Jinping anunciaron un nuevo fondo para ayudar a financiar la investigación, apuntando a abordar el problema de las superbacterias, es decir, microbios patógenos que han desarrollado resistencia a los medicamentos convencionales. Se trató de un momento tremendamente gratificante para mí, como jefe de un panel de evaluación independiente que desde febrero ha llamado a la creación de un fondo de innovación para dar respuesta a la resistencia antimicrobiana. Lo más importante es que se trata de un paso crucial para llegar a una solución real a este problema global y que demuestra el papel vital que puede desempeñar la innovación científica y comercial de una economía emergente, sobre todo cuando es China el país que lleva la delantera.

El anuncio complementa una reunión realizada en Berlín este mes, en que los ministros de salud de los países del G-7 (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, el Reino Unido y Estados Unidos) buscaron soluciones a los problemas de salud global más apremiantes. Un resultado esencial fue el compromiso conjunto de enfrentar la resistencia antimicrobiana, “primero, mejorando el control y la prevención de las infecciones; segundo, preservando la eficacia de los medicamentos antimicrobianos actuales y futuros; y tercero, participando en actividades de investigación que apunten a optimizar estos métodos y desarrollar nuevas sustancias antimicrobianas, vacunas, tratamientos alternativos y herramientas de diagnóstico rápido”.

Son los objetivos correctos, pero sólo pueden ser eficaces si la mayor parte del mundo colabora para lograrlos de manera simultánea; después de todo, la resistencia a los medicamentos, igual que los microbios, no se detiene en los controles fronterizos. Aquí es donde los países del G-20 (y especialmente sus economías emergentes) tienen la mayor responsabilidad, ya que son los que sufren más las infecciones resistentes a los medicamentos y los que más pueden hacer por solucionar el problema.

Para alcanzar los objetivos identificados por el G-7, una meta particularmente promisoria es la reducción del desperdicio de medicamentos. Si se reduce la exposición de las bacterias a los mismos, podemos bajar el ritmo de desarrollo de resistencias y prolongar la utilidad de los medicamentos actuales, reduciendo con ello la urgencia y el coste de descubrir otros nuevos.

En la situación actual, cada año se desperdician enormes cantidades de antibióticos, incluso en países con sistemas sanitarios altamente sofisticados. De hecho, en Estados Unidos se pierden anualmente 27 millones de tratamientos con antibióticos en pacientes que van al médico por afecciones respiratorias para los que no es realmente necesario utilizarlos.

Esto ocurre porque la vasta mayoría de las recetas de antibióticos se hacen sin el uso de herramientas de diagnóstico. En lugar de ello, los médicos, a menudo bajo presión de pacientes poco informados, tienden a usar el llamado diagnóstico “empírico”, aplicando su experiencia, intuición y juicio profesional para, en lo esencial, adivinar si hay presente una infección, su causa probable y su tratamiento más adecuado. El problema es mucho peor en los países donde es posible comprar antibióticos sin receta.

Hoy publiqué tres intervenciones específicas para abordar este problema que, en su conjunto, pueden limitar el uso excesivo y mejorar las iniciativas en curso para cambiar las conductas de médicos y pacientes dentro del sistema actual. Como ya han demostrado países como Suecia y Holanda, es posible mantener el uso de los antibióticos en niveles relativamente bajos.

Ya se han dado algunos pasos en los países emergentes: China y Brasil han reducido la venta de antibióticos sin receta en los centros urbanos más poblados. Sin embargo, la meta no debería ser que los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) imiten las prácticas de prescripción de antibióticos de los países avanzados. Para que haya un avance real en los próximos cinco años es necesario que los sistemas sanitarios de estos países den un salto que supere a los de las economías avanzadas, implementando tecnologías y herramientas de diagnóstico rápido donde sea posible y asegurando con ello que se usen antibióticos solamente en situaciones que verdaderamente lo ameriten.

Mi primera recomendación es crear un fondo de innovación global para dar impulso a la investigación y el desarrollo mediante el apoyo a equipos de investigadores de primer nivel que tengan la capacidad de lograr las mejores soluciones técnicas. Considerando su importancia para el futuro de la medicina, sorprende que los mejores innovadores del mundo no estén trabajando en este campo (con la notable excepción de IBM Watson, que está considerando aplicaciones relevantes para su emergente “inteligencia artificial”). El tiempo dirá si las pruebas de diagnóstico rápido surgen de compañías ya bien establecidas, como Apple o Google, o bien de nuevos actores.

Mi segunda recomendación es vincular los incentivos al aspecto del diagnóstico relacionado con el bien público. El uso de antibióticos destaca en medicina como una de las pocas áreas en que los beneficios de usar herramientas de diagnóstico (en términos de disminuir su desperdicio y reducir la aparición de resistencias) benefician de manera acumulativa a la sociedad en el largo plazo. El problema es que, a nivel del paciente individual, las pruebas de diagnóstico pueden parecer innecesariamente costosas o demorosas.

Quisiera superar este problema mediante la creación de bolsas de “estímulo de mercado para el diagnóstico”. Con ello los desarrolladores de estas pruebas (que suelen ser compañías pequeñas) y los médicos que las usen recibirían fuertes incentivos que promuevan su adopción y recompensas que reflejen los beneficios más generales de su uso. Si bien el sistema puede parecer complicado, el éxito de la implementación de enfoques comparables en la investigación y el desarrollo de vacunas demuestra que se puede hacer. Este sistema no sólo impulsaría la innovación, sino que también ayudaría a elevar la adopción de formas de diagnóstico actuales y futuras.

La tercera intervención consistiría en apoyar los estudios objetivos de gran envergadura que se precisan para demostrar la eficacia clínica y de costes de los nuevos productos, permitiendo con ello su adopción tecnológica en los sistemas sanitarios. Por lo general, la compañía que desarrolla la tecnología carga con su coste, que puede ser prohibitivamente alto para las de pequeño tamaño. Sin embargo, para los sistemas sanitarios sería una inversión sensata y asequible.

Si hemos de derrotar a las superbacterias, no podemos seguir usando tecnologías y procesos de hace 70 años. Tampoco podemos contar con el descubrimiento de nuevos y mejores antibióticos. Y ciertamente no podemos confiar en soluciones nacionales a lo que es claramente un problema global. En lugar de ello, los pacientes, médicos, ministerios de salud y compañías de todo el mundo deben coordinarse para cambiar el uso que hacemos de los antibióticos, en particular mediante el apoyo y la adopción de tecnologías capaces de transformar la sociedad.

Jim O'Neill, a former chairman of Goldman Sachs Asset Management, is Commercial Secretary to the UK Treasury, Honorary Professor of Economics at Manchester University, a visiting research fellow at the economic think tank Bruegel, and Chairman of the Review on Antimicrobial Resistance. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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