El destino del Japón de Abe

El Shinzo Abe que esta semana se reúne en Seúl con la presidenta surcoreana Park Geun-hye y el premier chino Li Keqiang lo hace como líder de un país al que hoy muchos en el mundo subestiman seriamente. No hay duda de que esa dinámica se sentirá durante la primera cumbre que celebran las tres potencias del noreste asiático desde 2012.

Hace tres décadas, la evaluación que se hacía de Japón erraba en la otra dirección. Cuando el ingreso per cápita de los japoneses superó al estadounidense, muchos en Estados Unidos temieron perder el liderazgo; las manufacturas japonesas eran modelo para el mundo; algunos libros hasta predecían una posible guerra con una superpotencia nuclear japonesa. Esas ideas eran una extrapolación a partir del impresionante crecimiento económico de Japón en la posguerra; hoy, tras más de dos décadas de estancamiento, solo nos recuerdan los peligros de las proyecciones lineales.

Y ese peligro sigue vigente. Ante el veloz ascenso de China y la asertividad de su dirigencia comunista, hoy la mayoría piensa que Japón es un país de importancia secundaria. Es un error tan grande como el anterior.

A pesar de su desaceleración económica, Japón conserva recursos de poder impresionantes. Es una democracia que ha vivido en paz durante 70 años, con una sociedad estable y un alto nivel de vida. Su ingreso per cápita es cincoveces el de China; los residentes de Beijing no pueden sino envidiar la calidad del aire tokiota y las normas de seguridad de los productos japoneses. Su economía, sostenida por una industria altamente sofisticada, sigue siendo la tercera más grande del mundo.

China tiene armas nucleares y más soldados, pero el ejército japonés está mejor equipado en algunas áreas (y es obvio que tiene capacidad tecnológica para desarrollar armas nucleares en poco tiempo). Además, Japón cuenta con enormes fuentes de poder blando: su cultura (la tradicional y la popular), su aporte a los programas de ayuda al desarrollo en el extranjero y su apoyo a las instituciones internacionales.

Es cierto que Japón enfrenta serios problemas demográficos; se prevé que su población se reduzca de 127 millones a menos de 100 millones de aquí a 2050. La tasa de natalidad actual es 1,4 (muy por debajo de la tasa de reemplazo, que sería 2,1), y los japoneses se resisten a aceptar inmigrantes en grandes cantidades.

Cuando Abe se convirtió en primer ministro, hace casi tres años, prometió volver a convertir a Japón en un “país de primer nivel” mediante la implementación de un paquete de estímulo económico (apodado “Abenomics”) y una reinterpretación de la constitución japonesa que permitiera reforzar la posición de defensa del país. Pero aunque la Abenomics se puso en práctica en poco tiempo, la Dieta no aprobó la nueva legislación de defensa sino hace poco, y solo tras más de un año de intentos.

Muchos miembros del Partido Liberal Democrático de Abe hubieran preferido una reforma radical de la doctrina de defensa de Japón, que eliminara toda limitación constitucional a las fuerzas armadas del país. Pero la opinión pública y el socio de coalición de Abe, el Komeito, no lo permitieron.

Aun así, los interlocutores de Japón en la cumbre de Seúl (China y Corea del Sur), que sufrieron enormemente por la agresión japonesa en el siglo pasado, protestaron ruidosamente. Ambos sospechan de Abe, cuya retórica nacionalista y su visita al polémico Santuario de Yasukuni en los primeros tiempos del actual mandato agravaron las tensiones. De hecho, el presidente chino Xi Jinping opuso resistencia a reunirse con Abe, lo mismo que Park, que lo hará por primera vez en la cumbre de Seúl.

Por otra parte, Abe reparó las dañadas relaciones que Japón tuvo con Estados Unidos durante los gobiernos de sus antecesores, y el pasado abril, durante la visita de Estado que hizo Abe a la Casa Blanca, el presidente Barack Obama reiteró la fortaleza de la alianza bilateral. El nuevo modelo de defensa da a las fuerzas estadounidenses y japonesas más capacidad para hacer planes y ejercicios conjuntos, y la alianza pasa por su mejor momento en décadas.

De modo que en cuestiones de política exterior y de defensa, Abe ha sido relativamente exitoso. Pero la situación en el frente económico es más ambigua. Si bien hay poca inflación y desempleo, el crecimiento está estancado, y pocos de los expertos con los que hace poco hablé en Tokio prevén una aceleración significativa.

Los primeros dos componentes (o “flechas”) de la Abenomics (flexibilización de las políticas monetaria y fiscal) ayudaron a recuperar la demanda. Pero la tercera flecha (la reforma estructural) aún no salió del carcaj. Tras su triunfo en la elección parlamentaria del año pasado, Abe habló de liberalizar los mercados de la electricidad, mejorar la gobernanza corporativa y emprender una reforma tributaria. Además, espera usar el recientemente firmado Acuerdo Transpacífico para imponer una reforma del ineficiente sector agrícola.

Una restricción importante es la oferta de mano de obra. Abe propuso flexibilizar las condiciones de visado para trabajadores inmigrantes, pero en vista de la homogeneidad e insularidad de la cultura japonesa tradicional, es improbable que entren al país tantas personas como para producir una diferencia económica importante. La dificultad para abrir puertas a la inmigración obligará a Japón a movilizar su desaprovechada fuente de mano de obra femenina.

Lo cual también implica superar enormes obstáculos culturales. Abe ha hablado muchas veces (incluso en las Naciones Unidas) de las oportunidades para las mujeres, y pidió que estas lleguen a ocupar el 30% de los puestos gerenciales en Japón. Pero en la actualidad representan menos del 10% de las gerencias y alrededor del 1% de los cargos ejecutivos superiores. Japón está mal situado en el índice de desigualdad de géneros del Foro Económico Mundial, y aunque medidas oficiales como la licencia por maternidad y la provisión de más guarderías pueden ayudar, las actitudes tradicionales tardan en cambiar.

A menos que se le haga frente, la restricción de mano de obra implica que Japón no alcanzará su pleno potencial en lo económico y, por tanto, tampoco en los asuntos regionales e internacionales. Japón es una sociedad exitosa y confortable, con mucho para aportar al mundo. El peligro es que de tan confortable se encierre en sí misma y termine confirmando la opinión de la mayoría.

Joseph S. Nye, Jr., a former US assistant secretary of defense and chairman of the US National Intelligence Council, is University Professor at Harvard University. He is the author, most recently, of Is the American Century Over?. Traducción: Esteban Flamini.

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