El destino del Mediterráneo

Los movimientos populares tunecino y egipcio se extienden como una mancha de aceite por el mundo árabe. Aunque las multitudinarias manifestaciones populares árabes habían desaparecido del paisaje desde el final de la época nacionalista encarnada por el Egipto naserista de los años sesenta, hoy asistimos a un regreso de lo que los medios de comunicación occidentales han bautizado con desprecio como la calle árabe. La marea popular, que reivindica a un tiempo libertad política, alternancia de poder y moralización de la vida económica, no se ha detenido en esos dos países. Jordania, Yemen, Argelia, Sudán se encuentran también en ebullición y es probable que los sigan otros. Los dirigentes hacen de pronto concesiones en todas partes; algunos millonarios corruptos cercanos al poder ya han sido detenidos en Egipto y Túnez.

Los dirigentes europeos, israelíes y estadounidenses observan con inquietud esta evolución súbita de una región del mundo que hasta ahora se mostraba en gran medida sumisa, política y económicamente.

Contra lo que se esperaba, la marea democratizadora no ha sido desencadenada por acciones exteriores, como la invasión estadounidense de Iraq, las sangrientas operaciones militares israelíes contra Líbano en el 2006 y Gaza en el 2008 o la llamada revolución del cedro tras el asesinato en Líbano del millonario y dirigente prooccidental Rafiq Hariri.

La exigencia de liberalización política y justicia socioeconómica procede de un profundo movimiento interno y subterráneo que esperaba una chispa para detonar.

Y esa chispa ha sido la inmolación de un pobre tunecino socialmente desesperado y que no soportaba seguir viviendo entre humillaciones y vejaciones permanentes. En Túnez, Argelia, Egipto y Mauritania, otras inmolaciones han insuflado a los grupos sociales más desfavorecidos y, también, a las clases medias el valor necesario para rebelarse. La juventud árabe que ha tomado la iniciativa del movimiento ya no tiene miedo. Sean cuales sean las evoluciones futuras y los intentos de encauzamiento de esos grandes movimientos populares árabes, ya nada será como antes en el funcionamiento interno de esas sociedades ni en su posición en el tablero geopolítico de la región. Entre los acontecimientos importantes que han podido inspirar, consciente o inconscientemente, a los nuevos movimientos populares, debemos citar la formidable resistencia de los libaneses, que lograron expulsar el ejército israelí que ocupaba una gran parte del sur del país en el 2000 y luego le impidieron reocuparla en el 2006, pero también la de los habitantes de Gaza, que mostraron un valor ejemplar frente a la operación israelí contra Hamas entre diciembre del 2008 y enero del 2009.

Tampoco hay que pasar por alto, en ese contexto que ha permitido unas revueltas que agrupan a un amplio espectro social de las poblaciones de los países implicados, el desarrollo de la cultura de los derechos humanos y de los grandes principios republicanos europeos de la alternancia en el poder, la separación de poderes y la igualdad de oportunidades socioeconómicas que deben disfrutar los ciudadanos. Por otra parte, resulta interesante y tranquilizador constatar que en la composición social de las multitudes que participan en las protestas los elementos islamistas sólo han sido hasta ahora un componente relativamente modesto, y que las mujeres (con velo o sin él) han tenido una participación importante.

En cambio, lo que resulta inquietante es constatar el incremento de los temores europeos y estadounidenses que se reflejan en unas declaraciones no siempre coherentes. El espantajo islamista, como el de Irán, se agita muchas veces para atenuar el apoyo a los movimientos populares que buscan democracia y justicia social. Las agencias internacionales de calificación crediticia acaban de rebajar la categoría de la deuda soberana tunecina y egipcia, y los medios económicos neoliberales, locales e internacionales, hacen exageradísimas estimaciones de las pérdidas económicas que engendran en sus países esos movimientos democráticos.

Nos encontramos, pues, en un momento crucial de la historia del Mediterráneo. ¿Intentarán los dirigentes de la ribera norte, ayudados por el aliado norteamericano, desestabilizar o frenar el movimiento de democratización de la ribera sur, hasta ahora autónomo y espontáneo? ¿O bien lo respaldarán con firmeza, aunque sólo sea no interviniendo para encauzarlo en su provecho? Podrían sentir la tentación de hacerlo, movidos por el deseo de elevar el grado de protección múltiple concedida a las ocupaciones israelíes y la colonización de lo que queda de la Palestina histórica, así como por el deseo de preservar los intereses económicos de las grandes multinacionales aliadas a las oligarquías árabes locales. Ello provocaría sin duda una fractura aún más profunda entre las dos riberas y radicalizaría la dinámica de los movimientos populares.

Quizá quepa esperar que en la ribera norte (en particular en España, Italia, Grecia y Francia, víctimas también de una crisis económica y social sin precedentes debida a los excesos de un sistema neoliberal en simbiosis con sus dirigentes) la protesta popular adquiera una mayor amplitud inspirándose en el movimiento de la ribera sur. ¿Podemos empezar a pensar en un Mediterráneo cuyas dos riberas estarían unidas por el mismo deseo de sustraerse a hegemonías externas e ideologías económicas destructoras y de edificar sociedades de justicia y equidad?

Por Georges Corm, ex ministro de Finanzas libanés, autor de El Líbano contemporáneo. Historia y sociedad, Ed. Bellaterra, 2006.

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