El Día de la Diáspora vasca

Este pasado 8 de septiembre se celebró un acto muy significativo en una pequeña localidad costera vizcaína que demostró cuáles son los valores y la percepción de la realidad con los que el nacionalismo tiene sometida a la población vasca. Ispáster es un municipio de aproximadamente 700 habitantes y donde, salvo en las municipales de 2007, en que ganó un grupo independiente próximo a la izquierda abertzale, en todas las demás, desde 1979 hasta hoy, la alcaldía siempre ha sido para el PNV. Hubo dos elecciones municipales en las que todos los votos, absolutamente todos, fueron para el PNV: 1983 y 1995.

En 1999 un espejismo de pluralidad concedió votos a cuatro partidos: PNV, la izquierda abertzale, EA con 12 y Ezker Batua con 5 votos. El PSE nunca obtuvo aquí un solo voto en municipales. Y el PP obtuvo 12 en 2003, que debió de ser un arrebato histórico, ya que luego en 2007 obtuvo un voto y en las últimas de 2019 ha vuelto a repetir con un voto; en todas las demás elecciones municipales -y hemos tenido once hasta ahora- cero votos. Estamos ante un fiel reflejo de lo que ocurre en todos los pueblos de menos de mil habitantes en el País Vasco: los que no controla el PNV los controla la izquierda abertzale.

Ispáster fue además escenario de dos atentados de ETA muy significativos. Uno por su especial virulencia, en 1980, cuando una patrulla de la Guardia Civil sufrió una emboscada donde cayeron seis efectivos del cuerpo, por dos terroristas muertos con su propia granada. El otro porque fue asesinado por ETA en 1984 el secretario de su ayuntamiento, dejando viuda y seis hijos, en pleno debate político sobre el modo de elección de dichos funcionarios.

Pero ni que decir tiene que estos antecedentes no salieron a relucir en ningún caso el pasado 8 de septiembre, cuando el lehendakari del Gobierno vasco acudió solícito a la celebración, acompañado por una buena parte de sus consejeros así como por altos cargos institucionales, incluidos la presidenta del Parlamento vasco y los tres diputados generales, todos nacionalistas.

Se trataba de celebrar la segunda edición del Día de la Diáspora vasca, en lo que pretende ser, por iniciativa del Gobierno vasco y desde el año pasado en que se inauguró la serie, un homenaje y reconocimiento a los vascos que emigraron y están repartidos por el mundo, agrupados en las llamadas Euskal Etxeak (casas vascas) como las hay en muchos países de Iberoamérica y en Estados Unidos. El Gobierno vasco tiene registradas 193 Euskal Etxeak. En Europa hay 20, de las que 9 están en el resto de España y 6 en Francia. No obstante, la mayor parte de ellas -hasta 85- están en Argentina.

El término diáspora, para referirse a la dispersión por el mundo de un grupo humano, se aplicó en principio a la diáspora judía que, como es sabido, fue producto de una extorsión secular, al hacer a esta etnia la responsable de diversos males en los países de los que eran expulsados. Hay dos factores básicos que explican las llamadas diásporas. El principal sin duda es el político, como en el caso judío, por la expulsión o persecución en su país de origen. Así, la diáspora palestina, la africana, la morisca, la armenia o la cubana. El segundo es el factor económico: entre nosotros es típica la diáspora gallega.

Pero el Gobierno vasco actual, y con él el principal partido que lo sustenta, llama "diáspora vasca" solo a una manifestación histórica de la emigración protagonizada por personas que en proporción muy alta lucen apellidos euskéricos -ya saben, esos con muchas "kas", como decía el protagonista de Ocho apellidos vascos- y en las que se cifra una suerte de representación de la patria vasca repartida por el mundo. Pero, eso sí, nunca nos dirán explícitamente qué significa ser vasco.

Siempre cuentan con ejemplos que desmienten esa preferencia: ahí tenemos al actual director del Gobierno vasco que se ocupa de la diáspora, Gorka Álvarez, o a su antecesor en el cargo, Asier Vallejo. Apellidos ambos directamente vinculados a la inmigración española en el País Vasco, pero que ahora se dedican a gestionar las ayudas nacionalistas a la diáspora.

Para el PNV todos los ciudadanos del País Vasco podríamos ser miembros de un pueblo milenario: tan solo se necesita nuestra adhesión más o menos entusiasta. Pero, al mismo tiempo, el PNV, con motivo del Día de la Diáspora vasca, nos habla de raíces y de cimientos milenarios para explicar la existencia de una Nación que se asienta en los siete territorios que hoy conforman su entelequia del gran País Vasco, repartidos entre Francia y España, más ese octavo territorio conformado por los vascos de la diáspora. ¿Cómo se entiende esto?

En primer lugar, estamos ante un fraude moral en toda regla, por ocultar o solapar la verdadera diáspora vasca contemporánea, consistente en la huida del País Vasco de muchas personas, familias enteras amenazadas por el terrorismo de ETA debido a la profesión de los progenitores: empresarios susceptibles de ser extorsionados, funcionarios y representantes de la Administración, miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, profesores en las diferentes escalas de los cuerpos educativos, así como periodistas.

Y en segundo lugar, solemnizando el Día de la Diáspora vasca como protagonista principal de los movimientos de población del País Vasco en los dos últimos siglos, estamos ante una operación de lo más sofisticada para reducir a algo secundario o marginal la enorme inmigración histórica procedente de otras partes de España, que convirtió al País Vasco en un lugar sobre todo de inmigración, mucho más que de emigración. Y es que anulando esa masiva inmigración española, se corta de raíz la más elemental lógica en este asunto: si el vasco que se va lejos debe llevar su legado allá donde vaya, ¿por qué el español que emigró al País Vasco se tiene que convertir en nacionalista vasco hasta el punto de rechazar todo lo español?

Quienes vivimos en el País Vasco sabemos de sobra que para el PNV los apellidos funcionan como marca de pertenencia. No se dice nunca de manera declarada, porque sería escandaloso. Pero su fundador sí lo dijo de manera expresa y si eso se difundiera hoy eficazmente debería suponer la reprobación del PNV en cualquier foro político donde intervenga.

Mientras tanto, la estadística más solvente, como es la de José Aranda Aznar, en su ya clásico trabajo de 1998 La mezcla del pueblo vasco, nos demuestra que, en cuanto a los apellidos, en el País Vasco la mitad de la población actual no tiene ninguno de los dos primeros euskéricos, mientras que un 30% tienen uno sí y otro no y solo el 20% restante tiene los dos. Pero el nacionalismo oculta esto sistemáticamente, construye su mundo ideal basado en pueblecitos como Ispáster y en una diáspora vasca de apellidos euskéricos y ejerce dentro de sus organizaciones políticas una sutil selección natural según la cual los que más fácilmente ascienden son los que cumplen el requisito de los apellidos.

El lehendakari Urkullu se preguntaba en su discurso de Ispáster del pasado día 8: "¿Qué hubiera sido de nuestra diáspora si hubiéramos sido rechazados en los países de destino?". Y nosotros podríamos preguntarle a nuestra vez: ¿Y cómo es que el ideario de su fundador se basa en el rechazo de los inmigrantes que llegaron al País Vasco desde el resto de España a finales del siglo XIX? "Entre el cúmulo de terribles desgracias que afligen hoy a nuestra amada Patria, ninguna tan terrible y aflictiva, juzgada en sí misma cada una de ellas, como el roce de sus hijos con los hijos de la nación española" (Sabino Arana, Efectos de la invasión, 1897).

Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.

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