El día después de la OTAN

A pesar de que se la dio por perdida muchas veces, la OTAN sobrevive. Pero otro zorro entró al gallinero... y se encontró con la típica respuesta europea al peligro: furiosos graznidos y una explosión de plumas.

El zorro en cuestión es el presidente francés, Emmanuel Macron, quien recientemente indicó que la OTAN está experimentando una especie de «muerte cerebral». No es necesario aprobar las palabras que eligió —ni la nueva pasión de Macron por el diálogo con el presidente ruso Vladímir Putin (yo, entre otros, no lo hago)— para reconocer el sentido de su argumento. El profundo cambio en las prioridades estratégicas de EE. UU. con la presidencia de Donald Trump exige a los europeos que reconsideren las suposiciones que desde hace mucho tiempo mantienen sobre su defensa colectiva.

No es esta la primera vez que la OTAN parece estar en las últimas. Muchos llegaron a la misma conclusión antes de 2014, cuando la alianza tenía pocas cosas en las que centrarse más allá de la misión en Afganistán. Cuando Rusia anexó Crimea y llevó la guerra a Ucrania oriental, insufló nueva vida a la OTAN.

Entonces llegó Trump, cuya gestión dejó a Europa en la estacada, abandonó el liderazgo estadounidense dentro del sistema internacional basado en reglas y siguió una política exterior nacionalista, proteccionista, y unilateralista. Trump declaró que la OTAN es «obsoleta».

La consecuencia es que Europa debe defenderse a sí misma por primera vez desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, después de tantos años de dependencia estratégica de EE. UU., Europa no está preparada — no sólo material, sino psicológicamente— para las duras realidades geopolíticas actuales. En ningún otro sitio es esto más claro que en Alemania.

El futuro de la OTAN es ahora más incierto nunca en su historia. Inmediatamente después de 1989, pocos dudaban de que la alianza seguiría en pie unos 20 años más tarde, pero actualmente las dudas sobre su futuro emanan no sólo de Washington D. C., sino también de París. La supervivencia de la OTAN ya no se puede dar por sentada y los europeos no pueden esperar 20 años para descubrir qué la sucederá.

Entre el giro nacionalista estadounidense, la creciente reafirmación China y la revolución digital en curso, Europa no tiene más opción que convertirse en una potencia por derecho propio. En este sentido, Macron dio exactamente en el clavo. Pero los europeos no deben albergar ilusiones sobre lo que será necesario para alcanzar la autonomía en la defensa. Para la Unión Europea, que siempre se vio a sí misma como una potencia económica más que militar, implica una profunda ruptura con el statu quo.

Ciertamente, la OTAN todavía existe y todavía hay tropas estadounidenses desplegadas en Europa. Pero la palabra clave es «todavía». Ahora que las instituciones tradicionales y los compromisos con la seguridad transatlántica están en duda, el desmembramiento de la alianza ha pasado a ser menos una posibilidad que una cuestión tiempo. ¿Cuándo decidirá finalmente Trump que es momento de terminar con todo esto? Para los europeos, sería el colmo de los sinsentidos sentarse a esperar que llegue el fatídico tuit.

Macron lo entiende, mientras que Alemania, típicamente, se ocupa de la boca para afuera de sus antiguos compromisos y promete aumentar su gasto para la defensa, pero muestra escasos avances reales. Macron entiende que la ruptura en la defensa europea una vez que se retiren las tropas estadounidenses sería mucho más grave de lo que muchos aparentemente esperan. Más que una transición gradual y apenas perceptible, sería un brusco quiebre.

Si Europa desea evitar, o al menos demorar ese resultado, debe invertir sustancialmente en sus fuerzas militares y ampliar sus propias capacidades a escala masiva. En otras palabras, debe actuar como si la ruptura ya hubiera ocurrido.

Durante gran parte de su historia moderna, Europa ha tenido que lidiar con dos desafíos: un centro turbulento (Alemania) y un flanco oriental desprotegido (Rusia y, ahora, China), que siempre ha estado abierto en término geopolíticos. Desde su fundación, la OTAN fue una solución para ambos problemas.

Si miramos más al este dentro de la OTAN y la UE, encontramos preocupaciones cada vez mayores por la seguridad entre sus estados miembros. Esto no sorprende, dada su proximidad geográfica a Rusia y la larga historia que tienen de esos países de sufrir el imperialismo ruso, cuya manifestación más recientemente fue la anexión armada de Crimea y la guerra en Ucrania oriental. Para esos países —empezando con Polonia y los estados bálticos— la integración estadounidense en la defensa europea a través de la OTAN es indispensable.

Dados los riesgos geopolíticos en el flanco oriental europeo, la OTAN proporciona un seguro necesario, e incluso impulsa la solidaridad y la unidad dentro de la UE al exigir que cada miembro contribuya con la parte justa al bien común. El cambio nacionalista de Trump bajo el eslogan «América primero» ha obligado repentinamente a Europa a confrontar la cuestión de su propia soberanía, que implica convertirse en una potencia tecnológica independiente con capacidad para actuar con decisión como un frente unido. La UE nunca lo hubiera hecho por su propia voluntad. Trump, sea cual fuere su intención, está obligando a Europa a reinventarse. Para proteger a la OTAN, la UE debe actuar como si la alianza ya hubiera desaparecido.

Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO's intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960s and 1970s, and played a key role in founding Germany's Green Party, which he led for almost two decades.

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