El día que durará seis años

Las elecciones presidenciales del domingo pasado han terminado por evidenciar lo que ya sabíamos: los años del chavismo han dividido el país en dos partes, al parecer irreconciliables. Nicolás Maduro, el hijo en el que Chávez puso todas sus expectativas, ha salido del maldito embrollo en que estaba metido dejando a Venezuela donde lo dejó Chávez: partida en dos y con sospechas de guerra civil. Algunos de mis amigos venezolanos, entre ellos el novelista e historiador Juan Carlos Chirinos, sostienen que Venezuela se encamina hacia esa guerra civil pendiente, pero a mí se me hace muy cuesta arriba pensar en una Venezuela en guerra consigo mismo. De hecho la guerra ya está allí: casi 100.000 cubanos de los Castro ocupan puestos sensibles de la administración venezolana, desde las fronteras y los pasaportes, hasta la seguridad, la enseñanza y la medicina.

Los analistas internacionales ya han diseccionado con detalle las razones de esta situación terrible a la que se encamina Venezuela, pero han menospreciado siempre el papel interior de los cubanos en el país, al frente de cuyo ejército de ocupación (de acuerdo con el poder chavista, desde luego) está el general Ramiro Valdés, Ramirito para Fidel y Raúl Castro, hacedor con Ernesto Guevara de dos terroríficas «instituciones» del régimen cubano en los años 60, cuando su prestigio hacía palidecer la más mínima crítica que se levantara contra la Revolución cubana: la UMAP (Unidad Militar de Ayuda a la Producción), donde iban a parar todos aquellos ciudadanos a los que el régimen castrista tildaba de «antisociales» y «antirrevolucionarios», y el (o la) G2, los servicios de inteligencia del Estado cubano, capaces de meterse en un contenedor de basura de una esquina del barrio de La Víbora (La Habana) para acusar a cualquier vecino de robarse un pollo para dar de comer a su familia.

En mi última visita a Caracas, diciembre de 2012 el chavismo flotaba en la gloria de las elecciones ganadas por su Comandante y en la zozobra de su propia enfermedad: el cáncer que se lo llevaría a la tumba y a la eternidad en una fecha que todavía está por decidir, aunque oficialmente fue el 5 de marzo pasado. De aquí en adelante, aunque se hable del «fantasma» de Chávez, el último caudillo tipo Carlos Andrés Pérez pero en el nuevo régimen, Venezuela tendrá que hacer su camino sin un padrecito que citaba a Bolívar miles de veces en sus discursos interminables, tantas veces como el heredero Nicolás Maduro ha citado a su padre en la campaña para las últimas elecciones: más de siete mil veces por semana.

No dejo de recomendar, para aquellos a los que les interesa Venezuela, en particular, y América Latina, en general, el reportaje escrito en libro por Beatriz Lecumberri, titulado La revolución sentimental, ya en las librerías españolas. Ese recorrido por la Venezuela de Chávez nos da números y episodios suficientes para, de la forma más objetiva, posible sacar las más nefastas conclusiones. Sí, hay mucha gente que ha aprendido a leer en Venezuela, en estos últimos catorce años, pero siguen siendo analfabetos funcionales, manejados y manipulados por los aparatos de poder en manos de los funcionarios cubanos. Sí, es verdad, hay muchos ciudadanos venezolanos en la más absoluta de las pobrezas que en estos catorce años han visto un médico por primera vez en su vida. ¿A cambio de qué, cómo ha quedado ahora el país? En la ruina absoluta. «El país está en el suelo»; me dijo Guillermo Morón, historiador, autor de Historia General de Venezuela, durante mi última visita al país. Endeudado hasta las cejas, a pesar de ser uno de los países más ricos del mundo, la devaluación de más del 200% de la moneda nacional hace que el mercado negro se ponga las botas en plena recesión. Apagones en mitad de la noche, desabastecimiento, incapacidad burocrática, abusos de poder: esas son las costumbres del castrismo cubano exportadas al chavismo venezolano.

Como dos gotas de agua gemelas, el castrismo va cada vez más tomando posiciones de gran combate en la Venezuela de Chávez, un país que se parece muy poco a Cuba, en la medida en que en Cuba lo único que hay es economía de sobremesa (turismo, ocio, sol, ron, baile, música: pasión), mientras que en Venezuela hay esa misma pasión, mutatis mutandis, y, entre otras cosas, un gran chorro de petróleo que podría manchar al mundo entero de negro durante más de cinco años. Al mismo tiempo, tal vez aconsejado por Castro (que cometió en este asunto muchos errores juveniles), Chávez no ha tocado ni un solo galón de petróleo de los pactados con las compañías norteamericanas. Para colmo, importa gasolina en un país en donde casi se regala: importa porque tiene las refinerías cerradas e inservibles, con una gran cantidad de técnicos petrolíferos caminando hacia el exilio económico y profesional, hacia Colombia.

Hace algunos años, la oposición venezolana corrió con riesgos que todavía está pagando: decidieron no presentarse a unas elecciones legislativas, por evidencia de fraude electoral, y dejaron el camino expedito para el absolutismo al que aspirada el teniente coronel Chávez Frías. Cuando se originó el embrollo del golpe de Estado que pretendía sacar a Chávez de Miraflores y del Gobierno venezolano, se adelantaron los acontecimientos, se trató de invadir la Embajada de Cuba, donde decían que se había refugiado Diosdado Cabello, militar no muy dado a las veleidades cubanas y hoy presidente del Parlamento (del Poder Popular, como en Cuba). Además, esa misma oposición estaba fragmentada, era gritona más que efectiva, y caminó por la cuerda floja del suicidio durante muchos años. Hasta que apareció, en lontananza un líder con fuerza, joven, limpio, bien educado (lo que odia el chavismo: la educación y la armonía en esa misma educación) y preparado para la lucha democrática. Cuando llegó por primera vez a las urnas, el 7 de octubre de 2012, Chávez se encontró por primera vez con la horma de su zapato: aquí había un líder de la Venezuela joven, con fuerza y pasión en los ojos, con talento en la cabeza y preparado para enfrentarse a un monstruo gorgónico cuya costumbre es la trampa electoral, ayudado por los técnicos castristas mediáticos (de propaganda) y tecnológicos. Eso es así, aunque a algunos no les conste y aunque les repugne cuanto estamos diciendo.

Ahora Capriles ha logrado, al menos en apariencia, la mitad de los votos de Venezuela. Es un triunfo en unas elecciones en las que el truco, los abusos, las irregularidades, los ventajismos (más de cincuenta horas de la televisión oficial para Maduro, una hora y media para Capriles). Es un triunfo en que todos los elementos, incluso los que no estaban permitidos en unas elecciones normales, han jugado contra él y a favor del candidato chavista, el presidente encargado Maduro Moro). De aquí en adelante, Venezuela ha de saber que cuenta con un líder de verdad, hecho a las verdes y las maduras (nunca mejor dicho); un líder que ha madurado en la lucha política y que está intacto a pesar de la aparente derrota que ha sufrido el domingo pasado. Venezuela debe saber desde ahora que el camino es largo: Aveledo, el hombre de las elecciones del MUD (Capriles) lo dejó dicho la noche anterior a las elecciones: «El día de mañana (refiriéndose al domingo) será muy largo, durará seis años». Así será en el inmediato futuro, donde la lucha de los demócratas venezolanos será fundamentalmente no dejarse arrebatar las armas pacíficas que le quedan para luchar contra la dictadura en ciernes que, junto a una hipotética guerra civil, puede caerles encima.

J.J. Armas Marcelo es escritor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *