El día que renuncié a los Beatles

Me sé todas las canciones, al igual que tú. Me las sé todas desde que era niño, pero no solo las conozco todas, sino que también las puedo tocar y cantar todas, así que elige una, desde “Love Me Do” hasta “The End”.

Hace no tantos años, después de estacionar el que en aquel entonces era mi auto nuevo afuera de las cafeterías de Long Island en las que tocaba la guitarra y cantaba, levantaba las llaves y proclamaba: “Si alguien sabe más de los Beatles que yo, le regalo mi auto”. O si por casualidad tenía un billete de cien dólares, lo pegaba en el muro detrás de mí y se lo ofrecía a cualquiera que pudiera nombrar una canción de los Beatles que yo no pudiera comenzar a interpretar en tres segundos.

El día que renuncié a los Beatles
Ellen Surrey

Sin embargo, era un juego amañado: la casa siempre gana.

De vez en cuando, me tocaba algún aficionado que pedía “You Like Me Too Much”, “Not a Second Time” o quizá “The Sheik of Araby” de la audición de Decca. Me encantaban esos retos. Pero las peticiones que de verdad me gustaban eran del tipo “Your Feet’s Too Big” o “Red Sails in the Sunset” de la presentación en el Star-Club de Hamburgo en diciembre de 1962, antes de que actuaran en The Ed Sullivan Show, la cual se grabó con un solo micrófono colocado enfrente del escenario.

¿Por qué alguien se molestaría en aprenderse todo este material?

¿Por qué un alcohólico bebe un trago o un apostador hace una apuesta más? Porque yo era un adicto, por eso. Como lo sabe cualquiera que haya pasado por los 12 pasos, no te das cuenta del grado de tu adicción hasta que la dejas.

La revelación de que mi obsesión se había convertido en un problema llegó en febrero de 2019, después de que viajé con mi guitarra a Los Ángeles a una audición de America’s Got Talent. Ahí pasé siete horas en un auditorio inmenso que estaba a reventar interactuando con gente vestida de pollo, niños comediantes, chicos en zancos, monjas cantoras y madres de promesas infantiles. Toqué mi casi infalible popurrí “Ensalada de Beatles”, el cual consta de todos los pedazos de canciones, riffs y florituras que puedo tocar en cinco minutos, con cronómetro. Suelen ser unas 60 canciones.

No obstante, después de estar ahí todo el día, no estaba en mi mejor momento, ni tampoco lo estaba el moderador, quien estuvo sentado en un escritorio y no levantó la mirada en ningún momento. Además, solo me dieron dos minutos, no cinco. En ese momento, lo supe: fracasé. Pero no solo fracasé. Había gastado cientos de dólares para volar miles de kilómetros, reservar un hotel y presentarme a una audición con un popurrí de canciones de una banda que se había separado casi medio siglo antes en vez de interpretar alguna de las canciones de mi autoría. A pesar de haber tocado toda mi vida adulta, estaba perdido como músico. Había tocado mi fondo Beatle.

En ese preciso instante, caí en la cuenta de que había llegado la hora de dejar de depender del cuarteto para expresarme. “No más Beatles, tan solo sé tú mismo”, me prometí. Así que ahí inicié el proceso de liberarlos de mi mente.

Mi método fue dejarlos de un día para otro. Por lo tanto, los cuatro fabulosos fueron expulsados de todos mis dispositivos, y de mi boca, guitarra y piano ya no salió ni una sola vez más un “Baby’s good to me, y’know”, “Try to see it my way” ni “Let me tell you how it will be”.

¿Me iba a durar esta abstinencia? No lo sabía. Incluso para el seguidor casual, el proceso de desintoxicación de los Beatles no es sencillo. Uno puede escapar de sus canciones tanto como se puede escapar de “Hotel California” en Applebee’s o de “My Life” de Billy Joel en el centro comercial.

Al principio, me impactó cuán saturado había estado todos esos años sin siquiera notarlo. Además de la música, también se había apoderado de mí la necesidad de saber todo lo que se podía saber sobre la historia de la banda, las personalidades de cada uno, los dramas con las esposas y las exesposas, los hijos, los hermanos, las hermanas, los padres, las tías. Solía conmemorar el 25 de febrero (el cumpleaños de George), el 18 de junio (el de Paul), el 7 de julio (el de Ringo) y el 9 de octubre (el de John). Había comprado y leído de inmediato (por lo regular varias veces) todos los libros que pude encontrar sobre ellos. Internet solo empeoró las cosas. Me había saturado.

Los primeros días sin los Beatles fueron difíciles. Pronto pasó una semana, luego un mes, y algo ocurrió. Fue como si hubiera despertado de un sueño profundo y ahora estuviera abierto de nuevo al mundo musical. Una sublime dicha.

Aun así, hubo momentos de nostalgia abrumadora.

“Close your eyes and I’ll kiss you, tomorrow I’ll miss you” fue la melodía que me llegó justo al corazón luego de unas seis semanas de haber empezado mi dieta cero Beatles. Pasó lo mismo con “Can’t Buy Me Love”, una canción para correr, saltar y caer como lo hicieron los cuatro fabulosos en A Hard Day’s Night aunque seas un adulto esperando en la fila de una oficina postal. Pero aguanté con firmeza.

Muy pronto, llegaron los problemas en la forma de Get Back, el documental en tres partes y de casi ocho horas que detalla la creación de lo que se convertiría en el álbum de 1970 Let It Be. Cuando el documental se estrenó en noviembre, me llovieron mensajes de texto, correos electrónicos y llamadas telefónicas de otros obsesivos que por alguna razón pensaron que iba a pagar por ver lo que, según he escuchado, es un programa terriblemente largo sobre canciones que me sé al derecho y al revés, pero que nunca me encantaron. Para mí, los primeros años de los Beatles fueron los mejores. Mis Beatles se visten todos igual, tienen el mismo corte de pelo, se van de gira por el mundo y gritan: “¡Woo!”. A mis Beatles no les gustan los ponis. A mis Beatles ni siquiera les alcanza el dinero para que George tenga su propio micrófono.

No importó que le dijera a todo el mundo, fuerte y claro, “no me interesa”. La gente pasó por alto lo que dije, como si fueran los fanáticos de 15 años que treparon las barricadas de la policía en el Shea Stadium en 1965. Decían que debía ser testigo de la maestría de Billy Preston en el teclado, al igual que de la creación de la canción “Get Back”; decían que incluso valía la pena tan solo ver la maravillosa restauración: el color, el sonido. Les dije que pronto seré viejo y no tengo ocho horas para dedicarle a Get Back. He comprado todos los álbumes de los Beatles en LP, cartuchos de ocho pistas, casetes, CD. Con eso tengo.

Por supuesto que ninguna de esas personas sabía que había renunciado a su música. Todavía me parecen peligrosamente conocidas las exigencias repetidas para que vea y hable sobre Get Back:

“¡Tómate un trago!”.

“¡Fúmate un cigarro!”.

“¡Cómete un pastelito!”.

“¡Escucha a un Beatle!”.

Pero ¿para qué volver a lo mismo? ¿Acaso a los Beatles les importa si vivo o muero, si estoy feliz o triste?

A final de cuentas, la mejor respuesta la dio precisamente de un miembro de la banda. En diciembre de 1987, en una entrevista para el programa de televisión West 57th Street, George dijo: “Los Beatles esto, los Beatles aquello, Beatle, Beatle, Beatle, Beatle. ¿Sabes qué? Solo puedo pensar: ‘Al carajo con los Beatles’”.

Josh Max es músico y escritor.

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