El día siguiente de la sentencia

¿Cuál sería la respuesta más adecuada a una eventual –y, al parecer, probable– sentencia desfavorable del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatut? ¿Por qué razón el editorial conjunto de los rotativos catalanes ha provocado un pequeño terremoto en la política española? Vivimos un momento de aceleración política en el que las preguntas de incierta respuesta se acumulan. De manera distinta, políticos y periodistas somos interpelados de forma contundente por una realidad social y política en transformación o inestable. Empecemos por la segunda cuestión. El editorial conjunto es la primera muestra unitaria de la sociedad civil catalana ante la amenaza de una sentencia que desvirtúe el texto estatutario. La iniciativa ha hecho saltar por los aires la tesis surrealista que sostiene que la defensa del autogobierno catalán es un tema identitario que solo preocupa a cuatro políticos ociosos que ocultan su mediocridad envolviéndose en la senyera. El alud de adhesiones que ha recibido la publicación del texto es una señal muy clara de la amplia transversalidad ideológica y política que hay detrás de la defensa del autogobierno catalán. Ahora nadie, ni aquí ni en Madrid, podrá aparentar que ignora las fibras que se han tocado y que no sabe qué es lo que está en juego. Se acabaron las coartadas para las irresponsabilidades.

En cuanto a la primera pregunta, me da la impresión de que la clave no está tanto en el dispositivo de la respuesta como en su contenido político y en la liturgia. El contenido político remite al proyecto de país, y la liturgia, a la capacidad de articular dinámicas unitarias, dinámicas de país. No es preciso ser un experimentado analista para advertir que la situación ya es delicada. Y que, haga lo que haga el TC, una parte del mal ya está hecho. Pero tampoco estamos ante una situación en la que se juegue al todo o nada. En este contexto, ¿qué impacto pueden tener las consultas para la autodeterminación planteadas para el día13? Evidentemente, no tendrán ningún efecto legal, pero sí tendrán valor simbólico independientemente de los resultados, solo por el hecho de llevarse a cabo. Es cierto que hay que distinguir el efecto suflé de la realidad que hay debajo. Pero el hecho es que antes de realizarse ya están dando visibilidad a una realidad emergente.
¿Qué realidad? El punto de arranque es el siguiente: la sociedad catalana necesita actualizar y ampliar el autogobierno para dar respuesta a los retos de la globalización. Por este motivo el debate sobre la soberanía ya está plenamente instalado en la sociedad catalana. Hoy ya ha tomado forma una sensibilidad soberanista transversal que ocupa una parte de la centralidad política catalana. No estoy hablando del separatismo tradicional. Ni de un movimiento radical que choca con los esquemas mesocráticos de la sociedad catalana. Tampoco de un sentimiento identitario de base étnica o antiespañol. Eso sí, la España que se niega a reconocer la evidencia de la diversidad nacional del Estado español causa una fatiga creciente en ciudadanos catalanes que no sienten una especial pulsación nacionalista. La distancia que existe entre la realidad de la compleja sociedad catalana y la caricatura que a menudo muestran los medios radicados en Madrid ha acabado creando un efecto doble: la prensa internacional ha incorporado una parte de las deformaciones de la Brunete mediática en su interpretación de la realidad catalana, pero la sociedad catalana se ha distanciado emocionalmente de un proyecto de España cerrado a la diversidad interna. Para la mayor parte de la opinión pública catalana, ya aparece como una evidencia el fracaso de la idea de la España plural. Con matices, pero ninguno de los dos partidos mayoritarios en España apuesta por ella. Así, pues, la conclusión parece obvia, pero, a pesar de eso. esta constatación no abona un sentimiento mayoritario de ruptura con España. Sí, en cambio, la idea de que el autogobierno catalán no debería tener más límites que los que indique la voluntad popular libremente expresada. O, dicho de otro modo, Catalunya debe poder decidir sobre todo lo que la afecta y tiene el derecho a explorar la ampliación gradual de su autogobierno para hacer frente a la construcción de un proyecto nacional propio. Hoy ya es muy difícil –o imposible– que la ciudadanía de Catalunya acepte que esta aspiración puede ser ahogada por una interpretación restrictiva de la Constitución.

¿Qué es, pues, lo que está en juego en la respuesta? Básicamente, la credibilidad de los representantes políticos catalanes. De todos, estén en el Govern o en la oposición. No se trata de una cuestión trivial. Si los políticos vinculados al catalanismo político no son capaces de actuar de forma unitaria en la defensa del autogobierno, la decepción entre la ciudadanía será enorme. Importa menos el qué que el cómo. Y es preciso que entiendan que ya no se trata de salvar un artículo o 20. Esto puede ser muy importante, pero lo que realmente es fundamental es transmitir la idea de que, haga lo que haga el TC, la recreación del proyecto nacional catalán no se detiene en ningún caso. Hacer creíble, en definitiva, que existe un horizonte posible, a pesar de que su perfil o su profundidad no sea del todo coincidente para las diferentes opciones políticas de una sociedad singularmente plural.

Enric Marín, profesor de Comunicación de la UAB.