El diablo de los banqueros

Acaba de saberse que el ritual católico para exorcizar al maligno se ha simplificado. Antes se requería un proceso algo tedioso, si lo que se pretendía era echar fuera del cuerpo de un cristiano el diablo, no siempre cojuelo, que lo ocupase. Se trataba de un rito que dejaba exhausto no solo al demonio, sino también al celebrante, que acababa hecho fosfatina. Giraban las cabezas, hablaba el diablo con voz cavernosa a través del poseso, levitaba el cuerpo no del demonio sino del pobre diablo poseído, olía a azufre; en fin, que la cosa era complicada y a veces el exorcista necesitaba de varias sesiones.

Eran tiempos más esforzados que estos hasta para Satanás. Lucifer se resistía agarrándose no se sabe si a las vísceras, si a los pulmones o si al tracto intestinal del ocupado, y se pasaba el vade retro una y otra vez por el forro de la cornamenta. Duraba tanto, que los que fueron a ver El exorcista acabaron desfondados solo de ver reproducido el rito en el cine, es de suponer que en versión abreviada. Sin embargo, ahora, al parecer, con un solo vade retro, una simple imposición de manos y poco menos que un sal de ahí, no me toques las... cornamentas, ya es más que suficiente.

Aquellos eran demonios y no estos de ahora. Debe de ser que Satanás está cansado. O que se hartó de hacer el okupa. Quizá que con esto de la crisis no le plantee mayor problema el hecho de salir de un soto para meterse en otro. Si Dios no fuese tan de derechas como nos suele ser mostrado por la Iglesia, si esta no se llevase tan bien como se lleva con la banca y si estos fuesen otros tiempos, podría hacerse una investigación acerca del número de banqueros ocupados por inquilino tal como el que se cita. El mismo que a partir de ahora necesitará menos sesiones de trabajo para ser desalojado. O más, si cabe. Tiempos hubo en los que un ministro exhibió estadísticas del tanto por ciento de disminución de hábitos masturbatorios de la población española, y de los consiguientes ingresos en el Purgatorio y otras dependencias eternales derivados de práctica tan vieja. Como eran hechas así, al bulto, nunca se precisó qué porcentaje de banqueros era el implicado en ambas. Aunque, como entonces aún se compraban indulgencias, es de suponer que sucediese como hoy y también entonces saliesen bien parados.

¿Qué sucede hoy? Pues que los banqueros, no los bancarios, ganaron dinero en su momento y parece ser que van a seguir ganándolo también en estos en los que hasta el demonio ve embargados sus domicilios corporales por medio de un pequeño trámite, como cualquier mindundi. Los banqueros siempre ganan. Otra cosa es la banca. La banca puede perder dinero. El bancario puede irse a la calle. Cincuenta mil, estos días, del segundo mayor banco de EEUU, por ejemplo. Cuando esto sucede, papá Estado, tan denostado por sus hijas más emancipadas, las diferentes bancas, amantes hasta el delirio de la más absoluta libertad de mercado, aquella que les permita las coyundas más disparatadas sin tener que dar explicaciones --ya saben que algunas salen algo zorronas-- al ser requerido con carantoñas por ellas, digamos que por las de moral algo más distraída que las otras, se pone tierno y arbitra los socorros pertinentes, sin preguntarse demasiado por quién se llevó el dinero. ¿Y quién se lo llevó? Ah, coñe, los banqueros. Los banqueros se llevaron el dinero. Algunos, según crónicas de estos días, en cantidades que superan los presupuestos anuales de algunos de los más pequeños estados norteamericanos.

Banca pierde, banquero gana. Es la nueva moral. Cuando el viernes negro de la bolsa de Nueva York, en la no tan lejana crisis del año 29 del pasado siglo, no hace todavía cien años, más de un banquero aquejado de residuos de la vieja moral se levantó la tapa de los sesos. En la actualidad no se tienen noticias ni siquiera de los más pequeños actos de contrición de corazón esperables. Tampoco de ningún propósito de enmienda, y nada que esperar respecto de que den cumplida satisfacción de obra. Un blindaje es un blindaje. No es de extrañar que el diablo necesite menos exorcismos, ritos menos complicados, sesiones de corta duración y corto vuelo, cuatro latines y un medio vade retro, si ahora todo vale y la libertad de mercado, incluso la del mercado de valores morales, cotiza según y cuándo, según y quién y según y cómo. Acuda usted a pedir hoy una hipoteca y ya verá que las facilidades de antaño --cuando, con tal de llenarse los bolsillos le prestaban dinero incluso a aquellos que sabían que no podrían devol- vérselo; pero conscientes de que ellos nunca lo iban a perder-- se han convertido en las dificultades de hogaño.

No escarmientan. ¿Por qué han de hacerlo, si, al fin y al cabo, siempre les va bien? Es urgente ponerle coto a las ganancias, limitarlas y exigir que las garantías que nos son exigidas a la mayoría de los mortales les sean exigidas también a ellos. De un modo u otro, a todos nos han intervenido los dineros y la tranquilidad, bien a través del IPC, de los impuestos directos o indirectos o del bienestar de que disfrutábamos. Pero no se sabe de ningún alto ejecutivo de la banca norteamericana, ni española, que haya visto reducidas sus ganancias.

No se quiere pensar en que deberían estar ya intervenidas. Por eso es muy de temer que sea mucho más fácil sacar a Satanás del cuerpo de un poseso que a un banquero de estos un centavo. Tampoco es de esperar que la Santa Madre Iglesia establezca un rito o cree alguna plaza de exorcista a estos efectos.

Alfredo Conde, escritor.