El diezmo del cobre

En contraste con las dificultades de la socialdemocracia europea, a la izquierda le va bien en el Cono Sur latinoamericano. Bachelet, en Chile; Lula, en Brasil, y Vázquez, en Uruguay se van con altísimas cotas de popularidad . Pero sus constituciones no les permiten volver a presentarse y está por ver si podrán transferir su capital político a los nuevos candidatos de la izquierda en las elecciones que se van a celebrar próximamente en esos tres países. Pero cualquiera que sea el resultado, una página histórica habrá girado. La izquierda ha gobernado y ha superado graves dificultades sin que nada haya venido a turbar la normalidad democrática .Y el contraste entre las personalidades de sus líderes políticos y la sociología de esos países muestra la profundidad de los cambios que se han producido en los últimos 30 años.

Chile ha sido gobernado por una mujer, divorciada, hija de un militar muerto en las cárceles de Pinochet. Brasil ha progresado en todos los frentes bajo el mandato de un sindicalista de muy humilde origen. Y en Uruguay, el primer presidente de izquierdas de su historia sale con una amplia simpatía entre los ciudadanos y se presenta para sustituirle un exguerrillero tupamaro de 70 años.
Saltando de Santiago a Montevideo y a Brasilia se percibe la trascendencia de unas elecciones que la izquierda puede perder víctima de sus divisiones. En las más próximas, las de octubre en Uruguay, tiene claramente el viento a favor. Las anteriores elecciones concitaron un interés particular por que por primera vez la izquierda podía ganar, y ganó. Ahora, como dicen los castizos del lugar, «ya no quedan vírgenes», todos los partidos importantes cargan con una historia de gobierno a sus espaldas y la capacidad de sus candidatos será determinante para la decisión del electorado.
Tabaré Vázquez no quiso reformar la Constitución para poder optar al segundo mandato. José Mujica, candidato del Frente Amplio, aparece en su continuidad como el candidato «de la gente» frente a Lacalle, del Partido Nacional, como el candidato «del capital». Pero parece como si ambos quisieran rebajar esa dolarización y Mujica habla de «no asustar al capital», mientras Lacalle promete «centrarse en lo social».
Pero si en Uruguay la izquierda ha salido unida del siempre difícil proceso de las primarias internas, no así en Chile. La Concertación, conglomerado de democristianos, socialistas y radicales que han ganado las cuatros últimas elecciones, presenta un candidato oficial, el expresidente Eduardo Frei, de la Democracia Cristiana. Pero un proceso de primarias confusamente resuelto ha originado la presencia de otros candidatos desgajados de la Concertación. Uno de ellos, el joven senador Marco Ominami, sube en las encuestas ante el cansancio de 20 años de gobierno de la Concertación.
La derecha, en cambio, se presenta unida con un solo candidato, el empresario multimillonario S. Piñera, que marca distancias con el pinochetismo y trata también de vestirse con un discurso «social».
Falta hace. Los 20 años de gobierno de la Concertación han conseguido reducir la pobreza extrema desde el 45% al 13%. Han doblado el producto per cápita y mejorado las condiciones de vida de los chilenos, sentando las bases de un sistema de protección social que el modelo ultraliberal implantado por la dictadura militar había eliminado de raíz. Pero la desigualdad sigue siendo enorme en Chile, uno de los 14 peores países del mundo por la distribución de la renta, con el agravante de que esta empeora después de aplicar los escasos impuestos ,menos del 20% del PIB, que percibe un Estado mínimo.
Y, sin embargo, nadie se atreve a hablar de impuestos en un país que necesita como pocos una política fiscal redistributiva y estímulos a un crecimiento que ha declinado con la caída de los precios del cobre. Tampoco ha podido Chile avanzar mucho hacia una Constitución de generación democrática, ya que mantiene la de 1980, cuyas sucesivas reformas , algunas políticamente significativas, no han podido alterar su esencia ultraliberal en lo económico y conservador en lo social.
Y, sin embargo, al calor de las próximas elecciones, una buena noticia ha florecido en la primavera de Chile. Se va a acabar con la ley reservada del cobre que asignaba directamente a los ejércitos el 10% del producto de la venta de cobre por la empresa estatal Codelco. Esos recursos iban directamente de las minas a los ejércitos sin pasar por el presupuesto y sin que el Parlamento tuviese nada que decir ni casi nada que saber sobre su destino. Durante los pasados años en los que el precio del cobre estaba por las nubes, esa ley asignó grandes recursos a la compra de material bélico sin ningún control político. Ahora se va a sustituir por una ley plurianual de dotaciones a las Fuerzas Armadas, como la que hicimos los primeros gobiernos socialistas en España, que será parte integrante de los presupuestos bajo control Parlamentario.

Se acaba así con un anacronismo heredado de la dictadura que podríamos llamar el «diezmo del cobre» por analogía al que cobraba la Iglesia medieval a los campesinos que dominaba. Es, sin duda, un gran avance aunque haya habido que esperar al final de 20 años de gobiernos democráticos. El anunciado proyecto de ley, depositado a pocos días de las elecciones será, sin duda, aprobado porque tiene el apoyo expreso del candidato de la derecha.
En Brasil también parece llegada la hora de que gobierne una mujer. Salvo que la división de la izquierda entre sus candidatas, la propuesta por Lula, Marina Rousseff, y la exministra de Medio Ambiente Marina Silva, que emerge de la extrema pobreza, lo impida.

Josep Borrell, ex presidente del Parlamento Europeo.