El difícil reto de Rusia frente al terrorismo

Por Vladislav Surkov, vicejefe de la Administración del presidente ruso Vladimir Putin (EL MUNDO, 17/11/04):

Cuanto se ha podido decir sobre lo que está pasando en Rusia a raíz de los sucesos del pasado septiembre en la escuela de Beslán, al parecer ya está dicho. Los diagnósticos que le toca leer a uno son muy variados pero, resumiendo lo que se escribe en muchos medios de información extranjeros, el cuadro es el siguiente: Rusia reaccionará a la tragedia de Beslán con una restauración del régimen soviético en lugar de negociar sobre la independencia de Chechenia. Es, sin duda, muy aleccionador el leer y el escuchar todo esto, pero habría que ver qué clase de reacción se esperaba de Rusia después de lo ocurrido en Beslán y en los días anteriores, con la serie de atentados sufridos con bombas en aviones civiles y en lugares atestados de gente en las ciudades.

Sentaos a negociar, nos vienen diciendo. Entonces, surgen preguntas prácticas: ¿con quién, sobre qué base negociadora y con qué objetivo? Porque cuando las cosas pasan de ser exhortaciones generales sobre el arreglo en Chechenia a convertirse en preguntas obvias y precisas, no hay respuesta clara.

Recuerdo la experiencia que Rusia ha ganado, precisamente, en ese tipo de negociaciones, aquellas que derivaron en el acuerdo de Jasaviurt y gracias a las cuales Chechenia se quedó con un estatus aplazado. De hecho, se trataba de la independencia, aunque de una independencia muy rara, porque la Federación Rusa siguió financiando a la república chechena de Ichkeria, con Masjadov al frente, probablemente con la esperanza de comprar algo de seguridad, aunque fuese por un tiempo.

¿Qué es lo que ha ganado Chechenia con esta independencia? Juicios basados en las leyes de la sharia, ejecuciones en público, correligionarios apaleados, brazos y cabezas cortadas como resultado de esas «sentencias judiciales». Ni los talibán afganos llegaron a tanto.

Tampoco Rusia ha ganado seguridad. La Ichkeria independiente pasó a ser una amenaza creciente. Los criminales de Ichkeria no quisieron quedarse quietos con lo que ya tenían, su denominada independencia, y agredieron a la vecina Daguestán. ¿Cuál debía haber sido la reacción de Moscú? ¿Haberles cedido otra república? Y cuando más tarde volaron edificios de viviendas en la capital rusa ¿haberles entregado Moscú?

Aquella experiencia de las negociaciones de Jasaviurt ha resultado extremadamente difícil para Moscú. Pero también tenemos una experiencia distinta. Por alguna razón muy pocos ven una cosa obvia: Rusia ha hecho ya lo que, por alguna inercia inexplicable, la siguen pidiendo hacer. El asesinado presidente Kadirov fue más que separatista: había peleado con las armas en las manos contra Rusia. Luego vio qué clase de intereses económicos o de otra índole se ocultaban tras las consignas independentistas y se pasó al lado de su pueblo, al lado de Rusia. Le siguieron miles de personas, antiguos separatistas y hoy en día efectivos armados de la policía chechena o de nuestro Ejército. Ya son cuatro las ocasiones en que Rusia decretó una amnistía para los miembros de bandas armadas.

Se llegó a un acuerdo con ellos, se les concedió el perdón, pero ¿quién va a perdonar a Rusia -de entre los propios chechenos y otros habitantes del Cáucaso Norte que confían en Rusia- si ésta decide atenerse a los consejos y convocar nuevas negociaciones? Es decir, si renuncia a los acuerdos logrados con aquellos separatistas y los sustituye por otros, con criminales y terroristas que solamente saben matar.

El problema checheno no tiene solución rápida o fácil. Sólo hay cabida para una solución larga y difícil, y es precisamente por la que hemos optado: el desarrollo del Cáucaso del Norte, la creación gradual de las instituciones democráticas, así como de las bases de una sociedad civil en esta zona, de un eficiente sistema del orden público, capacidades industriales e infraestructuras sociales, la superación del desempleo masivo, de la corrupción y del atraso en materia de educación y cultura.

No vacilaremos en aceptar la ayuda de la comunidad internacional en esta faena. Y estamos dispuestos a prestar asistencia si alguien ve que el problema del terrorismo internacional no es tan simple, y que su solución requiere, aparte de la fuerza militar, de una consolidación de las instituciones democráticas y los mecanismos estatales. Es un asunto que, en nuestra opinión, rebasa el marco de Chechenia.

Los atentados terroristas de septiembre perseguían un objetivo obvio: socavar las bases del Estado ruso. Nuestra respuesta a ello es reforzar el margen de resistencia del sistema político.No restablecer el sistema soviético, rígido e ineficaz, sino atribuirle a la democracia rusa mayor flexibilidad y vitalidad.

Veamos qué es lo que propone el presidente Vladimir Putin. Primero, no designar a los jefes de las entidades federadas, sino elegirlos, en base a las candidaturas presentadas por el presidente, en asambleas legislativas locales. Conste que, tras ello, los máximos dirigentes regionales tendrían mayores poderes. El centro federal y las regiones dejarían de competir en algo que en estos últimos 15 años ha cansado a todos: quién pasa mejor la pelota de los desaciertos políticos y los fallos de organización.

Los candidatos presentados por el presidente deberán someterse primero a una prueba más difícil de la que les toca ahora. Es cierto que la fracción presidencialista, Rusia Unida, es mayoritaria en la Cámara Baja del Parlamento federal, la Duma de Estado, pero en las asambleas legislativas de las regiones sólo tiene mayoría en 17 de las 89 entidades federadas. De modo que el presidente pondrá a sus candidatos cara a cara con la oposición.

El mismo sentido tiene la propuesta de pasar del actual sistema electoral mixto, es decir, uno que combina la elección de los legisladores por listas de partido y por circunscripciones, hacia el sistema proporcional. ¿Quiénes saldrían ganando? De los 221 parlamentarios elegidos en circunscripciones uninominativas, 184 son miembros de Rusia Unida, lo que significa que es precisamente el sistema electoral en vigor el que proporciona hoy a nuestra facción la mayoría constitucional, lamentada por muchos. Y esta ventaja va a desaparecer en el futuro.

Todos los partidos, entre ellos, Rusia Unida, tendrán que mejorar su estado deportivo con el nuevo sistema, dedicar mucha más atención a la labor organizativa y promover programas razonables. Así que el objetivo de esta reforma no es reforzar aún más el poder de Putin, pues resulta poco ventajosa, usando un término suave, para el partido presidencialista.

También hará falta bastante tiempo para introducir las respectivas enmiendas en las constituciones y en los estatutos de las entidades federadas. Y en cualquier caso, todos los dirigentes actuales elegidos de conformidad con el reglamento vigente podrán agotar sus respectivos mandatos. Este periodo de transición se va a prolongar por varios años, y sólo para 2007 la totalidad de los líderes regionales habrán sido elegidos de acuerdo con la nueva ley.

Lo cual significa que el cambio se va a consumar por las mismas fechas en que esté expirando el segundo mandato presidencial de Vladimir Putin.

Las reformas propuestas, que aún están por realizar, son necesarias para consolidar la democracia rusa. Las elecciones por listas de partidos podrán reflejar de manera más fiel las preferencias de los votantes y contribuirán a bajar el grado de corrupción entre los diputados. Los comicios pasarán a ser una lucha de ideas y programas. Como consecuencia, los ciudadanos tal vez logren superar su actual repulsión al circo preelectoral, ése que vemos con tanta frecuencia en las regiones y que se traduce en índices de participación a las urnas de un 15%, 20% o 25% durante las elecciones de un gobernador.

Por último, el nuevo sistema contribuirá a revitalizar la oposición política, hoy prácticamente inexistente. Necesitamos una oposición capaz para que el mecanismo democrático pueda funcionar con normalidad. Ahora bien ¿qué será de aquellas fuerzas de oposición que no hayan logrado escaños en la Duma? Para resolver este problema, el presidente sugirió crear una Cámara Social adjunta a la Asamblea Federal (Parlamento). Da la impresión de que nadie ha reparado en esta propuesta.

¿Qué es lo que se contempla ahora, cuando el concepto aún no está desarrollado del todo? Creo que la Cámara ha de representar asociaciones de ciudadanos y organizaciones no gubernamentales tanto de escala nacional como regionales. Sus representantes no deberían ocupar cargos públicos ni puestos dirigentes en partidos políticos. La Cámara, probablemente, debería agrupar a todos aquellos partidos que hayan superado la barrera del 1% en las últimas elecciones parlamentarias.

El objetivo de dicha estructura es someter la burocracia al control cívico, asegurar el peritaje de los proyectos de ley y actos más importantes por parte de la sociedad, para lo cual es necesario que la Cámara Social desarrolle un mecanismo seguro de cooperación con el aparato de Estado y el poder judicial, así como que pueda llevar a cabo investigaciones públicas en el caso de una violación de los derechos cívicos.

Los escépticos afirman que todas esas funciones las debe desempeñar el Parlamento. Y lo hace. Pero el problema eterno del parlamentarismo es que los diputados miran siempre a las elecciones, las recientes y las futuras, lo cual lleva a constantes discursos populistas.Los expertos de la Cámara, en cambio, dependerían mucho menos de la coyuntura política. Se trata, en principio, de uno de aquellos mecanismos de cooperación permanente con la sociedad civil que son usados tanto por el Parlamento Europeo como por las asambleas legislativas de las democracias más antiguas. Claro que la necesidad de encontrar una respuesta al terrorismo nos ha empujado más rápido hacia todas estas medidas, pero una democracia cabal y eficiente es necesaria no sólo para combatir la amenaza terrorista.La necesita Rusia, todos nosotros, independientemente de que alguien nos exhorte a ello o no.