El dilema

En el debate de investidura de Pedro Sánchez como «Candidato Perpetuo a la Presidencia del Gobierno del Cambio por Designación Expresa de Su Majestad el Rey» –nombre por el que debe ser mentado de acuerdo con el nuevo libro de estilo del PSOE– Rajoy desbarató de forma brillante el tinglado de la farsa montada por los socialistas con la colaboración de Rivera y facilitada, reconozcámoslo, por la renuncia a ser candidato del propio Rajoy. Pero no resolvió Rajoy la disyuntiva ante la que estaba y sigue estando todavía hoy el PP: facilitar la formación de un gobierno PSOE/Ciudadanos o correr el riesgo de que el PSOE y Podemos consideren muy aventurado acudir a unas nuevas elecciones y consigan acordar una fórmula de gobierno con nacionalistas.

Sánchez sigue en el centro del escenario y el valor de los pactos y de las declaraciones es poco fiable en la política en general y en la izquierda en particular. El riesgo de una participación de Podemos en el gobierno existe y la disyuntiva para el PP sigue, por tanto, siendo la misma. Frente a esta realidad carece de sentido reclamar la presidencia de un gobierno de coalición bajo el argumento de que el PP es la fuerza más votada. Si algo ha quedado rotundamente claro es que esta opción no sería aceptada por los otros dos posibles socios en la coalición.

Rajoy ha convertido la disyuntiva del PP en un dilema en el que ambas opciones –gobierno con Podemos o sin Podemos– son igualmente rechazables si lo preside el PSOE. Pero lo cierto es que en política nunca hay dilemas entre opciones igualmente malas; hay siempre una opción mejor, o menos mala. Incluso aceptando que un gobierno presidido por Sánchez es en cualquier caso algo indeseable, siempre será un mal menor sin Podemos que con Podemos.

La doctrina del mal menor ha sido objeto de debate desde la antigüedad entre filósofos, teólogos y moralistas. No siempre ha sido pacíficamente aceptada. En política es también aplicable el principio del mal menor y, de hecho, su formulación más precisa procede de un gran político como Cicerón en su tratado De Officiis. Pero hay que reconocer que también en el ámbito de la política ha sido doctrina discutida. La negación más extrema es quizá la que se plasma en el lema de Fernando Rey de Hungría y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico: Fiat iustitia, pereat mundum, es decir, hágase la justicia aunque perezca el mundo. Y en el otro extremo, algunos años más tarde, se encuentra la justificación del tiranicidio por el padre Mariana, siempre, por supuesto, después de intentar todas las demás medidas pacíficas posibles.

No se trata ahora ni de perecimiento del mundo ni de tiranicidios. Pero, ante el riesgo de una participación de Podemos o de alguna de sus facciones en el gobierno, el PP se debería plantear seriamente la posibilidad de dar apoyo a un gobierno de PSOE con Ciudadanos. La abstención en una nueva sesión de investidura no le comprometería a nada, reforzaría al sector del PSOE que bajo ningún caso quiere a Podemos y daría un gran soporte a la política antiindependentista de Ciudadanos en el gobierno. Pero, sobre todo, otorgaría al PP la posibilidad de una renovación interna, que le hace falta, fuera de las tensiones del gobierno, en un congreso del partido bien preparado. Un gobierno PSOE/Ciudadanos sería sin duda un gobierno más que manifiestamente mejorable, pero con las dosis de sensatez que aporta Ciudadanos, y con una oposición firme del PP en el Congreso con el apoyo adicional que supone la mayoría absoluta en el Senado, pienso que no sería un drama. Sí lo sería por el contrario, seguramente, un gobierno con la participación o el apoyo de Podemos.

En teoría no se puede excluir la posibilidad de que PSOE y Podemos no lleguen a un acuerdo y que, o bien dentro del propio PSOE se rectifique y se admita dignamente al PP en un gobierno tripartito, o bien que haya nuevas elecciones con un resultado que favorezca un gobierno de preeminencia del PP. Esta ha sido claramente la estrategia de Rajoy, para lo que está ganando tiempo, disciplina en la que tiene un gran entrenamiento.

Lo que ocurre es que el riesgo es tan grave que no es fácil de asumir. En cierta medida, pienso en otra doctrina de gran predicamento. Concretamente la que don Pedro Escartín, maestro de árbitros, explicó mejor que nadie y que se conoce como la ley de la ventaja: si es evidente que el equipo objeto de una infracción puede obtener mayor ventaja con la continuación de la jugada, el árbitro no debe sancionar la infracción, sino dejar seguir el juego. Pero, ojo, solo si es evidente la ventaja; si no lo es, frente a una mera posibilidad, se considera más beneficiosa para el equipo perjudicado el señalamiento de la falta. Aunque sea lejos del área adversaria. Cicerón y don Pedro Escartín conducen al mismo resultado: la prudencia del mal menor o la del bien posible.

Daniel García-Pita Pemán, jurista.

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