Allá por el año 427 a.C. la Asamblea de Atenas se enfrentó a una ardua decisión. La ciudad de Mitilene, situada en la isla de Lesbos, y gobernada por un partido oligárquico y nacionalista, se había sublevado contra la liga de Delos, inspirada y dirigida por la democrática Atenas. Para ello se apoyó en su enemiga, Esparta, que lideraba la denominada liga del Peloponeso. Los atenienses, gracias al vigor de su ciudadanía y de su flota, y con el concurso de los mitileneos opuestos a la oligarquía local, hicieron capitular a los rebeldes. Lo que en la Asamblea ateniense se debatía era cómo había de procederse con Mitilene por su deslealtad.
Conviene señalar que el régimen democrático de Atenas no era óbice para que mostrara una clara pulsión imperialista, y que en la liga que encabezaba no todo eran democracias; esto es, que la decisión tenía más que ver con la robustez del conjunto del que la polis ateniense se sentía responsable que con la ideología de quienes habían desafiado su autoridad. En todo caso, no era este el objeto fundamental de la discusión, sino los términos en los que se planteó si Atenas debía o no conducirse con clemencia.
La respuesta más áspera la encarnó en el debate un orador de tono bronco, pero con gran capacidad de arrastre, Cleón, que se mostró partidario de la mano dura con la ciudad que aliándose con Esparta había puesto en grave peligro la causa de Atenas. «La piedad –cuenta Tucídides que alegó ante la Asamblea– es justo que sea el pago que se dé a gentes que estén animadas del mismo sentimiento, y no a gentes que no corresponderán con idéntica compasión y que, de necesidad, son siempre enemigos». Sobre esta premisa, acabó Cleón interpelando a la Asamblea con estas palabras cargadas de intención: «Reflexionad sobre lo que ellos verosímilmente hubieran hecho si os hubieran vencido, tanto más cuanto que fueron ellos los primeros en cometer injusticia».
Frente a esta postura, tomó la palabra Diódoto, un orador diestro en el razonamiento y de carácter mucho más templado. Se inclinó desde el principio por mostrar hacia los insurrectos y ahora vencidos la mayor indulgencia posible, no sólo porque era interés de Atenas preservar a Mitilene, sino también para lanzar el mensaje de que los atenienses podían acoger de nuevo a su lado a los que se habían alzado contra ellos. «Tened en cuenta –es también Tucídides quien recoge sus palabras– que actualmente si una ciudad que se ha rebelado comprende que no va a triunfar, puede llegar a un acuerdo», pero «con el otro sistema ¿qué ciudad según vosotros, no se preparará mejor que ahora y no soportará el asedio hasta el final?». Y como hiciera su oponente, terminó apelando a la Asamblea con razones de singular calado: «Aunque sean culpables, debemos fingir que no lo son (…). Y pienso que para el mantenimiento del imperio es mucho más útil el hecho de que nosotros suframos de buen grado una injusticia que aniquilar con justicia a aquellos cuya destrucción no nos conviene».
Desde que los independentistas catalanes consumaran en octubre de 2017 su desafío a la ley democrática española, se puede afirmar que entre nosotros –a grandes rasgos y salvando todas las distancias– se ha producido una división análoga a la que Mitilene provocó en Atenas: de un lado, los émulos de Cleón, partidarios de la severidad implacable con los levantiscos; y de otro, los de Diódoto, más proclives a la generosidad con quienes menospreciaron la legalidad común, o lo que es lo mismo, dieron en atropellar los derechos y las libertades amparados por ella. No le duele a quien esto firma declarar que ya hace años –y ahí están las hemerotecas para atestiguarlo– se inclinó por Diódoto frente a Cleón, con alusión a este mismo antecedente histórico.
La ley de amnistía pactada por el PSOE con Junts y ERC a cambio de la investidura de Pedro Sánchez, y que, como esta misma, resulta previsible que reciba el respaldo de la mayoría del Congreso de los Diputados, parece representar el triunfo final de la tesis de Diódoto acerca de nuestra Mitilene particular. Antes de nada, interesa aclarar que el refrendo mayoritario de la Cámara confiere legitimidad democrática a la solución, y que el cauce para impugnarla, si es que a pesar de esa legitimidad se considera que es antijurídica y lesiva, no puede ser otro que el recurso a las vías legalmente previstas y a los mecanismos democráticos para en su caso promover, cuando toque, la alternancia en el poder.
No debe pues caerse en la tentación de propalar mensajes desaforados o apocalípticos, y menos aún de alentar o justificar el recurso a violencias como las que en su día acarrearon justas imputaciones penales a los independentistas. Tampoco es crucial en este punto dilucidar si la amnistía cabe en la Constitución, porque argumentos jurídicos pueden encontrarse a favor y en contra, si se considera el asunto en abstracto y a la luz de los precedentes constitucionales propios y de nuestro entorno. Y se me permitirá que no me sume a las descalificaciones personales ni a la presunción de deshonestidad de las motivaciones, por muy oportunistas que parezcan ciertos virajes. No es útil, como diría Diódoto, entrar en atribuciones subjetivas de culpabilidad.
La cuestión esencial aquí es que la medida de gracia, lejos de contribuir a robustecer a la sociedad que la concede, en primera instancia la tensiona y envenena, sin que los beneficiarios de la amnistía hayan hecho, ni parezcan dispuestos a hacer, el menor esfuerzo mitigatorio. Antes bien festejan –y no lo ocultan– que se extienda a los españoles la fractura que el independentismo provocó entre los catalanes. Por otra parte, es una concesión de índole extrema –por el agravio penal comparativo– a cambio de prácticamente nada. La amnistía es irreversible; la renuncia a la unilateralidad –en el caso que se entienda hecha, lo que requiere algún esfuerzo hermenéutico– puede revertirse a conveniencia. De hecho, desde Junts ya han dicho que en cuanto interpreten que el PSOE incumple el acuerdo lo darán por amortizado.
La Asamblea ateniense respaldó la moción de Diódoto, y en ese momento no fue mala solución. Cabe preguntarse si habría sido ese su voto si Diódoto hubiera propuesto a Atenas privilegiar a los oligarcas de Mitilene, contra la cohesión de los atenienses y con ninguneo de los mitileneos afectos. Y si esta ley de nuestra Asamblea, donde a diferencia de la ateniense votan quienes no se identifican con la polis, tendrá un resultado satisfactorio.
Cuando menos, no parece descabellado ponerlo en duda.
Lorenzo Silva es escritor.