El dilema judicial de Trump

Perder al buque insignia de los derechos de las mujeres es doloroso. Perderlo en medio de tanta muerte y tantas pérdidas económicas debidas a la pandemia, de la violencia, las protestas, los incendios y los huracanes, y de una campaña presidencial profundamente divisiva, supera los límites de la aflicción que un país debería tener que soportar. Pero las cosas van a ponerse peor: la muerte de la magistrada del Tribunal Supremo de Estados Unidos Ruth Bader Ginsburg sienta las condiciones para una batalla brutal en los próximos meses por quién elegirá a su sustituto.

Poco antes de enterarse de su muerte, Trump advertía a sus partidarios en un mitin de que “el próximo presidente nombrará uno, dos, tres, cuatro magistrados del Tribunal Supremo”. Cambiar la composición del tribunal a fin de anular la sentencia del caso Roe contra Wade que legalizó el aborto es el santo grial de los conservadores, en especial de los evangélicos.

Trump se dio cuenta de ello tras ganar la nominación en 2016 y enterarse de que sus sondeos no estaban al día. “No tenía ni idea de lo importante que eran los jueces del Tribunal Supremo para los votantes. Ni la menor idea”, recordaba. “Me estaba haciendo mucho daño, porque tenían miedo de que fuese a elegir demasiados jueces liberales”. Trump puso remedio al asunto haciendo pública una lista de jueces conservadores que tendría en cuenta para sustituir al magistrado fallecido Antonin Scalia si salía elegido. Scalia murió en febrero de 2016, dejando una vacante que Obama tenía que cubrir. Pero el líder republicano del Senado Mitch McConnell se negó a someter a votación al candidato de Obama, Merrick Garland, alegando que “el pueblo estadounidense debería tener voz en la selección de su próximo magistrado del Tribunal Supremo”. Con ello sentó un peligroso y resbaladizo precedente que enfureció a los demócratas.

Todo el mundo pensaba que Hillary Clinton ganaría las elecciones y nombraría a alguien más a la izquierda. No fue así. Ganó Trump y se apresuró a poner al muy conservador Neil Gorsuch en el tribunal. Es difícil exagerar la rabia que aquello provocó en los votantes demócratas; su indignación por el desprecio de McConnell a la Constitución y con su propio partido por no haberse tomado la batalla más en serio fue total. Llorar a Ginsburg a tan solo seis semanas de las elecciones y por el hecho de que Trump esté en condiciones de sustituirla por otro ideólogo conservador es como encender una cerilla en una habitación llena de hidrógeno.

Ginsburg sabía muy bien lo que su muerte iba a significar y su último deseo fue “no ser reemplazada hasta que un nuevo presidente haya tomado posesión”. Sus palabras se han convertido en un grito de guerra para los demócratas, ya que Trump ha prometido actuar deprisa para sustituirla, y McConnell se ha comprometido desvergonzadamente a someter el candidato a votación. Los republicanos tienen una ajustada mayoría de 53 a 47 en el Senado, y no podrán confirmar al candidato si hay cuatro republicanos incapaces de soportar la hipocresía. De momento, las senadoras republicanas Lisa Murkowski, de Alaska, y Susan Collins, de Maine, han declarado que no apoyan la confirmación de un magistrado del Tribunal Supremo antes de las elecciones. Había algunas esperanzas puestas en los senadores Charles Grassley, de Iowa, y Mitt Romney, de Utah, pero ambos han señalado que votarán para cubrir la vacante y la mayoría de los republicanos los han secundado.

Si bien muchos conservadores instan a Trump a que se dé prisa en nombrar a un candidato, y el presidente ya ha dicho que probablemente será una mujer, hay una razón para esperar hasta después del 3 de noviembre: hay quien piensa que, una vez resuelta la cuestión, Trump se quedará sin un incentivo que ofrecer a sus más fervientes partidarios para que vayan a votar. Con unos números ya bajos en los sondeos, cualquier pérdida de votantes supone un problema para él, pero lo cierto es que la derecha suele acudir a las urnas.

Los demócratas presentan el asunto como una batalla por la sanidad y la pandemia, acusando a los republicanos de acelerar el proceso para tener en el sillón a un magistrado receptivo a una causa para anular la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible (Obamacare), lo cual privaría de atención médica a 23 millones de estadounidenses. El tribunal de la opinión pública también intervendrá, y como la izquierda ya tiene ganas de protesta, sin duda vendrán más.

Si el nombramiento no se confirma antes del 3 de noviembre y Trump gana, se acabó la partida. Si gana Joe Biden, los republicanos todavía pueden intentar que la nominación se confirme en la sesión del Congreso saliente, pero estarían tentando a la suerte, ya que, después de los años de Trump, el partido se enfrenta a una reconstrucción en profundidad. Si los demócratas ganan la Casa Blanca y el Senado, y los republicanos fuerzan la nominación antes de la toma de posesión, la solución final podría ser ampliar el Tribunal Supremo de dos a cuatro magistrados. Eso arrancaría aullidos a los republicanos, pero si la derrota es grave, no les quedará mucha fuerza. La situación ha dado un vuelco a las elecciones, y este otoño se ha vuelto más cruento.

Alana Moceri es analista de relaciones internacionales y profesora de la Universidad Europea e IE School of Global and Public Affairs.

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