El dilema nuclear de Irán

Cuando los días 7 y 8 de noviembre, Estados Unidos y sus aliados reanuden las conversaciones sobre el programa nuclear iraní, comenzará la difícil tarea de convertir la reciente propuesta de Irán en un acuerdo duradero. De los muchos obstáculos que esto supone, uno de los menos analizados tiene que ver con el legado de las iniciativas de desarme nuclear referidas a Libia y Corea del Norte: ambas sientan precedentes que ni Irán ni Estados Unidos desean repetir, pero que no serán fáciles de eludir para ninguna de las partes.

Para Estados Unidos, Corea del Norte es un ejemplo de cómo un país pobre pero ambicioso puede llegar al desarrollo de armas nucleares mediante el recurso de ganar tiempo fingiendo disposición a negociar. Para Irán, la decisión de Muamar El Gadafi de abandonar el programa de armas de destrucción masiva de Libia en 2003 es un ejemplo de cómo un régimen (al que la comunidad internacional seguía repudiando incluso después de la normalización de las relaciones diplomáticas) puede haberse condenado a sí mismo a la caída en 2011 al renunciar a la creación de poder de disuasión nuclear. Un análisis pormenorizado de ambos casos pone en claro los desafíos a los que se enfrentan tanto Irán como sus interlocutores internacionales.

Para la comunidad internacional, el precedente de Corea del Norte es especialmente preocupante porque Irán ha seguido un derrotero muy similar al de Pyongyang. Es inevitable preguntarse si Irán no estará usando la actual ronda de negociaciones como una fachada para ocultar la continuidad de su programa de armas nucleares.

Veamos los paralelismos entre ambos países, con diez años de diferencia. En junio de 1993, después de conversaciones con Estados Unidos y amenazas de retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), Corea del Norte permitió al Organismo Internacional de Energía Atómica realizar algunas “actividades de salvaguardia” limitadas. Luego, en octubre de 1994, Estados Unidos y Corea del Norte firmaron un acuerdo marco para la congelación del programa nuclear norcoreano.

Por el lado iraní, en diciembre de 2003, tras ocultar al OIEA la construcción de la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz y otros sitios relacionados con su programa, Irán aceptó firmar (pero no ratificar) un “protocolo adicional” por el que se ampliaba el alcance de las medidas de salvaguardia del OIEA. Más tarde, en noviembre de 2004, en el marco de negociaciones con representantes europeos, Irán acordó suspender el enriquecimiento de uranio.

Pero ambos acuerdos fueron efímeros. En marzo de 1996, el OIEA informó que Corea del Norte estaba poniendo trabas a la verificación del plutonio en la planta nuclear de Yongbyon. El 9 de octubre de 2006, Corea del Norte hizo detonar su primera bomba atómica, ante lo cual, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 1718 por la que exhortó al país a abandonar el programa y reanudar las conversaciones de desnuclearización con la comunidad internacional. Después de eso, la comunidad internacional aplicó sanciones cada vez más duras, a lo que Corea del Norte respondió con otras dos pruebas nucleares, la segunda de ellas este mismo año, bajo el flamante liderazgo de Kim Jong-un.

Por el lado iraní, en enero de 2006, tras el fracaso de negociaciones con emisarios europeos, Irán rompió los precintos del OIEA en áreas de equipamiento y almacenamiento de la planta de Natanz. Al mes siguiente, el OIEA denunció ante el Consejo de Seguridad que la República Islámica estaba ocultando información relacionada con su programa nuclear. Después de eso, la comunidad internacional aplicó sanciones cada vez más duras, a lo que Irán respondió con la construcción de más centrífugas. La pregunta que nos hacemos es: ¿acabarán los paralelismos entre Corea del Norte e Irán con la llegada al poder del nuevo presidente, Hasán Ruhaní?

El precedente libio supone también un dilema, pero para Teherán. Igual que Irán, la Libia de Gadafi sufrió largos años de aislamiento político y económico, durante los cuales intentó llevar adelante un programa de armas de destrucción masiva. Pero a fines de los noventa, el régimen consideró que ya había tenido suficiente.

Hubo entonces una reunión secreta de negociadores británicos y estadounidenses con representantes del régimen libio para hallar una solución a la cuestión del atentado perpetrado en 1988 contra el vuelo 103 de Pan Am sobre Lockerbie (Escocia) y otros asuntos de terrorismo. A esto le siguió un intercambio de concesiones mutuas por el que Gadafi aceptó poner fin al incipiente programa nuclear libio, a cambio del regreso de Libia a la comunidad internacional. Pero puso una condición fundamental: Estados Unidos debía comprometerse a no intentar un cambio de régimen. El 19 de diciembre de 2003, Libia formalizó su renuncia total a desarrollar armas de destrucción masiva.

Ocho años después, acorralado por el ataque conjunto de un caza francés y un avión no tripulado estadounidense, Gadafi encontró su fin. La falta de poder de disuasión nuclear dejó al régimen libio inerme ante el incumplimiento del trato por parte de Estados Unidos. Una lección que Corea del Norte no desoyó.

El precedente histórico da a Irán fuertes incentivos para conservar al menos una capacidad de desarrollar armas nucleares en poco tiempo (es decir, concretar los pasos iniciales del desarrollo de armas y dejar pendiente la última parte del proceso). Por supuesto, es posible que los líderes iraníes consideren que el peor peligro para su régimen es el aislamiento económico. Pero el ejemplo de Libia les da motivos para temer que a menos que cuenten con suficiente poder de disuasión, puede sucederles lo mismo que a Gadafi. De hecho, en un comentario sobre el terrible final de Gadafi en 2011, el líder supremo iraní, ayatolá Alí Jamenei, dijo: “este caballero hizo un paquete con todas sus instalaciones nucleares, las metió en un barco, se las mando a Occidente y les dijo: «aquí las tienen». Ahora miren dónde estamos nosotros y dónde están ellos”.

Pero dos años después, ya es momento de que Irán reconsidere su situación. Mientras se mantengan las paralizantes sanciones económicas, el gobierno no podrá quedarse con el pan y con la torta. Permitir a Irán conservar parte de su capacidad de enriquecer uranio a niveles bajos sería una concesión aceptable (que además daría a los líderes iraníes un modo de salvar la cara), pero solamente con la condición de que Irán exponga en forma irrestricta su programa nuclear ante el OIEA y se confirme el cese de toda actividad conducente al desarrollo de armas nucleares. Y dada la gravedad de lo que está en juego, un acuerdo con la comunidad internacional debe incluir la garantía de que la falta de cumplimiento por parte de Irán generará una respuesta (que puede llegar al uso de la fuerza militar).

Con poco margen de maniobra, los líderes iraníes deberán entonces elegir entre dos opciones: imitar a Corea del Norte, sacrificar la prosperidad económica a cambio de la capacidad de desarrollar armas nucleares en poco tiempo y esperar que las declaraciones de Estados Unidos e Israel acerca de que “todas las opciones” están sobre la mesa sean un farol; o elegir la prosperidad económica, renunciar a la capacidad de construir armas nucleares y esperar que no se produzca en Irán una revuelta como la de Libia que condene al régimen a un destino similar al de Gadafi.

No es una elección fácil, pero los líderes iraníes no pueden postergarla mucho tiempo.

Bennett Ramberg served in the Bureau of Politico-Military Affairs in the George H. W. Bush Administration. He is the author of several books on international security. Traducción: Esteban Flamini.

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