El dinero fiscal puede salvar al euro, o destruirlo

El dinero fiscal puede salvar al euro, o destruirlo

Es una sensación curiosa cuando uno ve un plan propio usado para un propósito totalmente contrario al original. Es la que tengo desde que me enteré de que el gobierno de Italia tiene intenciones de implementar una variante del dinero fiscal que propuse para Grecia en 2015.

Mi idea era instituir un sistema de pagos digitales respaldado con la recaudación impositiva para crear un margen fiscal en los países de la eurozona que lo necesitaban, como Grecia e Italia. El plan italiano, en cambio, usaría un sistema de pagos paralelo para desintegrar la eurozona.

Según mi propuesta, a cada número de identificación tributaria de personas o empresas se le asignaría automáticamente una cuenta de tesorería (CT) con su respectivo número de cuenta para transferir fondos desde una CT a otra o al Estado.

Una forma de acreditar fondos en esas CT sería mediante el pago de cuentas atrasadas. Los contribuyentes a los que el Estado deba dinero podrían optar por recibir parcial o totalmente el saldo atrasado en su CT en forma inmediata, en vez de esperar meses a un pago normal. Eso permitiría eliminar de una sola vez varios atrasos, con lo que se liberaría liquidez en toda la economía.

Por ejemplo, supongamos que el Estado debe un millón de euros (1,1 millones de dólares) a la empresa A, y esta a su vez debe 30 000 euros a un empleado y otros 500 000 euros a la empresa B. Supongamos también que el empleado y la empresa B deben, respectivamente, 10 000 euros y 200 000 euros en impuestos al Estado. Si el Estado acredita un millón de euros en la CT de la empresa A, y esta usa el sistema para pagar a su empleado y a la empresa B, estos podrán resolver sus atrasos impositivos. Y en una sola pasada se habrán eliminado al menos 740 000 euros en deudas atrasadas.

La propuesta también incluye dar a personas y empresas la posibilidad de adquirir créditos para las CT mediante su compra directa al Estado a través de la banca electrónica. Para darle atractivo, el Estado ofrecería a los compradores una rebaja de impuestos significativa (por ejemplo, que con la compra de un euro de crédito hoy se puedan cancelar impuestos por, digamos, 1,10 euros de aquí a un año). En esencia, aparecería un nuevo mercado de deuda pública sin intermediarios, que permitiría al Estado pedir prestadas al sector privado sumas pequeñas, medianas o grandes a cambio de rebajas impositivas.

Cuando propuse la idea, los acérrimos defensores del statu quo cuestionaron enseguida la legalidad del sistema propuesto, con el argumento de que violaba los tratados que instituyen al euro como única moneda de curso legal. Pero recibí asesoramiento de especialistas que indica que el sistema supera el cuestionamiento jurídico. El departamento de hacienda de cualquier estado miembro de la eurozona tiene autoridad para emitir instrumentos de deuda a voluntad, y para aceptarlos como medio de pago de impuestos. Además, para las entidades privadas es perfectamente legal hacer transacciones con cualquier instrumento de su elección (por ejemplo, millas de viajero). El sistema sólo entraría en territorio ilegal si el gobierno obligara a vendedores a aceptar los créditos digitales como pago, algo que jamás fue mi intención.

Una reacción a mi propuesta totalmente diferente surgió de los partidarios de eliminar el euro como moneda única, pero no necesariamente como moneda común. Un ex economista principal de un importante banco europeo creyó ver en mis propuestas un esquema de su autoría para la creación de una moneda paralela, que pudieran usar Italia, Grecia y otros miembros de la eurozona en problemas para pagar salarios y pensiones. A eso respondí que una moneda paralela era a la vez indeseable e inútil, ya que el resultado sería una gran devaluación de la nueva moneda nacional (en la que cobraría la mayoría de la gente), mientras que las deudas privadas y públicas seguirían denominadas en euros. Era una receta para una cadena acelerada de insolvencias que terminaría inevitablemente con la desaparición de la eurozona.

También hubo quienes argumentaron que el anuncio de cualquier sistema de pagos paralelo iniciaría una corrida bancaria y una fuga de capitales, con lo que el país en cuestión se vería subrepticiamente empujado fuera de la eurozona independientemente de sus intenciones. Esta conjetura contiene una verdad importante: el sistema de pagos que propuse reduciría los costos del abandono del euro al abrir un sendero, escarpado pero transitable, hacia una nueva moneda nacional.

De hecho, si mi sistema paralelo denominado en euros hubiera estado operativo en junio de 2015, cuando el Banco Central Europeo cerró los bancos de Grecia para imponer por la fuerza al pueblo y al gobierno griegos el tercer préstamo de rescate, dos cosas hubieran sido posibles. En primer lugar, se hubiera producido un traslado masivo de transacciones desde el sistema bancario hacia nuestro sistema de pagos público respaldado por las CT, lo que hubiera reducido sustancialmente el apalancamiento del BCE. En segundo lugar, todos hubieran sabido que en un abrir y cerrar de ojos, el gobierno podía convertir el nuevo sistema de pagos denominado en euros en una nueva moneda.

¿Hubiera provocado el sistema la reconversión del euro al dracma? ¿O hubiera sido un llamado a la troika de acreedores de Grecia (la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el BCE) para pensárselo bien antes de cerrar los bancos de Grecia y amenazar con un Grexit?

La respuesta depende de la política en ambos lados. En este sentido, el sistema de pagos paralelo es neutral: puede usarse para reforzar la eurozona tanto como para desintegrarla.

En nuestro caso, la idea era mantener a Grecia dentro de la eurozona en forma viable, usando el poder de negociación adicional conferido por el sistema de pagos paralelo para negociar la profunda reestructuración de deuda que era necesaria para reactivar el crecimiento económico y garantizar la sostenibilidad fiscal a largo plazo. En la medida en que nuestros acreedores vieran que el costo para Grecia de volver al dracma se reducía, y mientras nuestras demandas de reestructuración de la deuda fueran razonables, lo pensarían muy bien antes de amenazarnos con el Grexit. La acción conjunta del BCE y de mi ministerio hubiera permitido presentar el sistema paralelo como un nuevo pilar del euro, cortando de raíz cualquier pánico financiero. Al poner fin a la difundida asociación entre el euro y el estancamiento permanente, el sistema paralelo sería favorable a la moneda única.

Lo que nos trae a Italia. Hay dos diferencias técnicas entre el sistema que diseñé y el plan italiano de crear miniletras del Tesoro. En primer lugar, el gobierno italiano pretende emitir las miniletras como papel impreso, algo a lo que me opuse para evitar un mercado gris. En cambio, la oferta total de créditos digitales en nuestro esquema se hubiera controlado con un sistema de registro distribuido basado en la tecnología de cadena de bloques, para asegurar total transparencia y evitar la sobreproducción inflacionaria de créditos. En segundo lugar, las miniletras serán bonos a perpetuidad que no pagarán intereses, sin rebajas de impuestos futuros.

Pero la diferencia real entre el esquema italiano y el mío sigue siendo política. Mi propuesta de un sistema de pagos paralelo buscaba usar la realidad de una reducción del costo de salida de la eurozona para crear más margen fiscal (y de paso ayudar a refinar la unión monetaria). El sistema de Italia, en cambio, es el primer paso hacia la creación de una moneda paralela con el objetivo de provocar el fin de la eurozona.

Yanis Varoufakis, a former finance minister of Greece, is Professor of Economics at the University of Athens. Traducción: Esteban Flamini.

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