El dinero saudí

Arabia Saudí intenta reproducir en el ámbito de la política lo que ya practicó en el mercado del petróleo, en el que se conduce como uno de los países denominados comodín,capaces de atender las necesidades del sector según los vaivenes de la coyuntura mundial y susceptibles de fijar el precio del crudo abriendo o cerrando el grifo de la producción del oro negro. La cuestión estriba en saber si la combinación del poder del rigorista islamismo wahabí y el dinero se demostrará tan eficaz como en el caso del petróleo.

El wahabismo es la religión oficial de Arabia Saudí, que practican tanto la familia real como el 20% de la población a cuyos ojos el chiismo es una herejía. El Gobierno saudí ha observado la caída de Iraq en manos chiíes (que son más del 60% de la población iraquí) con considerable preocupación y se opone abiertamente a las ambiciones del Irán chií.

Según fuentes de la oposición saudí en Londres, al menos cinco mil saudíes wahabíes luchan en las filas de Al Qaeda en Iraq y, además, desean asimismo derrocar a la familia real saudí. Se calcula que seis mil saudíes wahabíes se han entrenado en Iraq para regresar a continuación a Arabia Saudí, donde aguardan el momento propicio para prender la llama de la revolución. El Gobierno saudí ha decidido construir una valla de 600 kilómetros de longitud a lo largo de la frontera saudí-iraquí. Sin embargo, y aunque reduzca ese flujo, no lo detendrá. En realidad, el Gobierno saudí - y no por primera vez- adopta políticas contradictorias. No se opone a los ciudadanos saudíes que luchan contra los chiíes iraquíes e iraníes en Iraq, pero no quiere que vuelvan a Arabia Saudí para amenazar su estabilidad. El apoyo saudí a Al Qaeda en Iraq no es tampoco puramente pasivo: los grupos opositores tanto suníes como chiíes que he tenido ocasión de entrevistar - sin contacto entre sí- afirman que los miembros de la familia real saudí han proporcionado cuantiosas sumas de dinero a Al Qaeda. Se estima que el príncipe Sultán, príncipe heredero y ministro de Defensa, ha entregado a los combatientes desplazados a Iraq unos 25 millones de dólares. No es la primera vez que Arabia Saudí rivaliza por hacerse con el control de Oriente Medio. Bajo el rey Faisal, amparó y financió grupos islámicos que luchaban contra el nacionalismo árabe laico de Naser. Unió sus esfuerzos a los de Estados Unidos y, en último término, Naser fue derrotado en la guerra de 1967, perdió la guerra civil en Yemen y también el concurso sirio. Arabia Saudí afloró en calidad de líder del bando árabe conservador y pronorteamericano. Bando poseedor, por cierto, del poder y el dinero.

Bajo el reinado del rey Fahd - primero como hombre fuerte y heredero de su hermano Jalid y luego como rey- transcurrió la era dorada de la política estadounidense y el dinero saudí. Arabia Saudí financió la Irán-contra cuando el gobierno estadounidense no pudo obtener dinero del Congreso. Naturalmente, Arabia Saudí respaldó a Sadam durante la guerra entre Irán e Iraq. Se desconoce el montante de las sumas de dinero que Sadam recibió de Fahd, pero la mayoría de los observadores cita la cifra de unos 40.000 millones de dólares.

Durante la primera guerra del Golfo de 1990-1991, Arabia Saudí pagó 65.000 millones de dólares para financiar el coste de la operación Tormenta del Desierto para expulsar a Sadam de Kuwait. Arabia Saudí financió a los muyahidines (incluido ciertamente Osama bin Laden); luego, durante siete años y hasta el 2002 los saudíes dejaron de financiar movimientos y guerrillas insurgentes, dinámica que dio comienzo con la guerra de octubre de 1973 cuando respaldaron a Sadat. Hasta el 2004, el régimen saudí arrojó déficit presupuestario durante dieciocho años.

En tanto el precio del petróleo ha aumentado espectacularmente durante los últimos dos años, Arabia Saudí se halla en disposición de impulsar una activa y enérgica política regional e internacional, actitud que en su caso siempre equivalió a respaldar o financiar movimientos islámicos o gobiernos conservadores.

En la actualidad, las cartas presentan un aspecto diferente. Arabia Saudí se encara a un Irán herético a sus ojos (según parece, en pos de la bomba atómica) que aspira a convertirse en la potencia regional de Oriente Medio. He aquí, nuevamente, que Arabia Saudí no dispone de unas fuerzas armadas prestas para combatir a sus enemigos y ha de recurrir a la propaganda y la entrega de dinero a terceros. Y mientras tanto, el fracaso de Estados Unidos en Iraq coincide con un auge de la influencia de Irán en la propia región. De momento, Irán ejerce mayor influencia en Iraq que Estados Unidos.

Los saudíes no pueden apoyar a los suníes en Iraq de manera incondicional, pues se volverían contra Arabia Saudí y parecería entonces que los saudíes favorecen su propia caída... Sólo hay una vía susceptible de contrarrestar los grupos suníes en Iraq (como a Bin Laden, los kurdos y otros grupos) sin amenazar la posición saudí, y consiste en emplear las fuerzas armadas de los suníes Jordania y Egipto.

Sea como fuere, estamos entrando en una nueva era del respaldo saudí a las guerras e insurgencias. Sólo Alá conoce las consecuencias del enfrentamiento irano-saudí. Seguramente hay mejores maneras de gastar los ingresos procedentes del petróleo.

Said Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein. Autor de Nasser, el último árabe. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.