El discurso de Ratisbona

Por Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Fundamentalismos y diálogo de religiones (EL PAÍS, 20/09/06).

El discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, que ha irritado a tirios y troyanos, se sitúa dentro de la lógica de su pensamiento desde que iniciara el giro conservador en la década de los setenta del siglo XX. Como presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger condenó a varios teólogos que estaban elaborando una teología del pluralismo religioso en diálogo con otras religiones. El ceilandés Tissa Balasurya fue suspendido a divinis y posteriormente rehabilitado. El jesuita belga Jacques Dupuis, profesor de Teología durante casi cuarenta años en la India, sufrió un largo calvario por su obra Hacia una teología del pluralismo religioso, acusada de graves errores contra principios fundamentales de la fe divina y católica. También fueron condenadas algunas obras del jesuita indio Tony de Mello. Pero los tres tuvieron defensores de lujo: la conferencia de provinciales jesuitas de Asia se pronunció a favor de Tony de Mello; el arzobispo de Calcuta, Henry d' Suoza, y el arzobispo emérito de Viena, cardenal Franz König, se definieron a favor de Dupuis; numerosas instituciones teológicas del mundo se colocaron del lado de Tissa Balasuriya.

El mayor ataque de Ratzinger contra el diálogo interreligioso fue la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe Dominus Iesus, de 2000, que abrió una brecha profunda entre las iglesias cristianas, al tiempo que dinamitó todos los puentes que veníamos tendiendo teólogos y teólogas de las diferentes religiones, líderes religiosos, intelectuales y políticos. Ratzinger afirmaba allí que la Iglesia católica es "la Iglesia verdadera" y que las "Iglesias particulares" (ortodoxas) y las comunidades eclesiales (protestantes y anglicanas) "no son Iglesia en sentido propio" (n. 17). El tono era igualmente excluyente en relación con las religiones no cristianas. "Si bien es cierto -decía- que los no cristianos pueden recibir la gracia divina, también es cierto que, objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvífica" (n. 22, subrayado mío).

La denuncia de la "dictadura del relativismo" es una constante en el pensamiento de Ratzinger. En la Dominus Iesus condenaba las teorías de tipo relativista que tratan de justificar el pluralismo religioso, "no sólo de facto, sino de iure", el subjetivismo, el indiferentismo, etcétera. Todavía resuenan en mis oídos las severísimas críticas lanzadas contra el relativismo en la misa previa a la celebración del cónclave en el que sería elegido Papa. Críticas hechas desde la conciencia de poseer la verdad en exclusiva, no desde la búsqueda conjunta.

La crítica del relativismo lleva derechamente a la simplificación, deformación y falseamiento de las posiciones del contrario. Esas desviaciones son las que se dan en el discurso de la Universidad de Ratisbona del 12 de septiembre, a partir de una cita, a mi juicio desafortunada, del emperador bizantino Miguel II Paleólogo, que ofrece una idea beligerante de la religión musulmana y una imagen violenta del profeta Mahoma. La propia cita, independientemente de que se comparta o no, no es casual, revela ya la tendenciosidad del discurso y, objetivamente, sitúa el discurso del Papa en el horizonte de la teoría del choque de civilizaciones de Huntington, para quien el islam es "la civilización menos tolerante de las religiones monoteístas", y en el planteamiento etnocéntrico de Sartori, que califica al islam como religión totalitaria e incompatible con la sociedad pluralista, ya que, dice, sigue pensando en la espada. "Debe quedar claro -afirmaba Ratzinger en 1996- que no se inserta en el espacio de libertad de la sociedad plural".

Benedicto XVI podía haber elegido otros testimonios de la época más respetuosos con el islam como los de Francisco de Asís, de Raimon Llull en El gentil y los tres sabios o de Nicolás de Cusa en La paz de la fe. Francisco de Asís se mostraba partidario del diálogo islamo-cristiano y contrario a la cruzada contra los musulmanes por considerar que el Evangelio manda amar a los enemigos y no hacerles la guerra. Una vez convocada la cruzada, se dirigió al campo de batalla y se entrevistó con el sultán. Los dos dialogaron en un clima pacífico y rezaron juntos. Estos testimonios hubieran sido más conformes al objetivo del diálogo de las culturas que el Papa decía proponerse.

Por lo demás, la violencia no pertenece a la esencia del islam, ni la guerra santa es uno de sus pilares y, menos aún, un deber de los creyentes musulmanes. Constituye, más bien, una perversión, una patología de la religión musulmana, como lo es también del cristianismo. Como se han encargado de demostrar los estudiosos del islam, resulta incorrecto y tendencioso traducir yihad por guerra santa. Su verdadero significado es esfuerzo.

Según Sayyid Abul al' Mawdudi (1903-1979), escritor y político musulmán indio, yihad es ante todo una lucha moral en el interior de la comunidad islámica orientada a su reforma, que consiste en el cambio tanto personal como social. Sin cambio personal en las motivaciones, los puntos de vista, los objetivos y la personalidad de cada individuo no sirven de nada los cambios políticos y económicos. Cambio que ha de llevarse a cabo de manera gradual y a través de la educación, no por la fuerza. Junto al cambio personal hay que luchar contra las injusticias y por las reformas sociales, fomentando la cooperación para el logro de mejores condiciones de vida para todas las personas, con atención especial a las personas más necesitadas, como las viudas y los huérfanos, los lisiados e incapacitados.

Hay que agradecer las excusas de Benedicto XVI y valorar positivamente la aclaración de que no se identifica con el testimonio de Miguel II Paleólogo. Pero el problema no está en una cita o en un párrafo de la alocución del Papa. Es el discurso en sí, en su conjunto, cristiano-céntrico y euro-céntrico, el que hay que revisar en profundidad, porque no contribuye al diálogo. Y optar por el paradigma intercultural, interreligioso e interétnico en sintonía con la teología liberadora de las religiones y en convergencia con las distintas iniciativas de paz en el plano internacional.