El dólar en el nuevo orden mundial

La pasada semana, el dólar ha acentuado la caída que inició en marzo, acumulando una reducción cercana ya al 15% respecto de las principales divisas. En un sistema de tipos de cambio flexibles, las alteraciones en los precios de las divisas recogen las modificaciones, de carácter técnico y/o económico, que se operan en los mercados. De hecho, en ese descenso del dólar han incidido elementos de este tipo. Primero, a partir de la aparición de los brotes verdes, la pérdida del dólar reflejó la mejora de la confianza mundial y las ventas de aquellos que habían comprado en los peores momentos de la crisis en busca de un valor refugio. En segundo lugar, la acentuación de las pérdidas en los últimos días recoge el impacto, contrario al dólar, del alza de tipos de interés en Australia (la primera efectuada por un banco central desde el inicio de la crisis). Los mercados han interpretado que este aumento podía extenderse a los países con mayor orientación exportadora. Y así, las divisas de Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Indonesia, Tailandia o Canadá, entre otras, han experimentado, junto al mismo euro, alzas importantes respecto de la norteamericana. Su caída ha sido tan rápida e intensa que Lawrence Summers, uno de los principales dirigentes económicos de la Administración de Obama, ha tenido que salir en su defensa, reiterando que EEUU desea un dólar fuerte. Y Ben Bernanke, el responsable de la Reserva Federal, ha advertido que, si fuera necesario, los tipos de interés se elevarían antes de lo que podía esperarse.

Esta dinámica de los mercados, y la respuesta de la Administración norteamericana son solo parte de la historia. Entre bambalinas, se están produciendo movimientos de enorme importancia. El más importante, sin lugar a dudas, ha sido el de las sucesivas reuniones entre representantes de China, India, Rusia y otros países, entre ellos los del Golfo, en busca de un sustituto al dólar, que podría ser una cesta de monedas, entre ellas el euro, y el oro. Ello explicaría por qué su cotización, con unas perspectivas inflacionarias tan modestas como las actuales, ha alcanzado máximos históricos, por encima de los 1.000 dólares por onza. También forma parte de este proceso la decisión de Irán de demandar euros a cambio de su energía, abandonando el dólar, o las crecientes voces en los países exportadores de petróleo, incluso las de Arabia Saudí, acerca de la necesidad de cambiar la moneda de referencia del crudo.

Las razones de estos movimientos de mayor calado son, muy sintéticamente, dos. La primera, el temor de los mercados, y de los países con grandes reservas de divisas, como China o los exportadores de petróleo o gas, a que el dólar continúe su deslizamiento a la baja, a medida que su deuda pública aumente. Las previsiones para los próximos 10 años apuntan a un déficit anual en el entorno del billón de dólares, y una deuda pública que puede alcanzar el 85% del PIB en el 2016. Dada la muy baja tasa de ahorro de la economía estadounidense, ese enorme agujero tiene que financiarse con ahorro del resto del mundo. Y ahí es donde la disponibilidad para prestar recursos a EEUU, que hasta el 2007 habían mostrado algunos países como China o los de la OPEP, se ha evaporado. Además, a pesar de la retórica de su Administración, un dólar devaluado conviene a la economía norteamericana, que desea reconducir su modelo de crecimiento y orientarlo más hacia la exportación. Y ello añade más motivos de preocupación a los que han acumulado importantes reservas en esa divisa.

La segunda razón es todavía más relevante, y expresa el conflicto creciente entre la potencia emergente, China, y EEUU. Los chinos llevan tiempo pidiendo la sustitución del dólar. Y razón no les falta, cuando afirman que el planeta no puede funcionar adecuadamente cuando la moneda de reserva, aquella que más se utiliza en las transacciones internacionales, la norteamericana, está al albur de las necesidades internas de EEUU. Pero, más allá de la crisis financiera, la posición china sobre el dólar es un elemento más, cierto que de los relevantes, de la disputa sobre la hegemonía estadounidense. Y, en este orden de ideas, China no está sola. El recién elegido primer ministro japonés, Yukio Hatoyama, ha postulado la creación de un espacio económico común y una divisa panasiática (que incluiría las de Japón, China y Corea, entre otras), propuesta que enlaza con las reiteradas peticiones de creación de un fondo financiero asiático, independiente del Fondo Monetario Internacional (FMI). Y con el debate sobre la reforma del mismo FMI, dando mayor peso a China, entre otros países emergentes.

Política y economía encuentran, en el mundo de las divisas y las transacciones exteriores, una de sus conexiones más evidentes. El euro emergió como una concesión de Helmut Kohl a los temores franceses sobre la unificación de las dos Alemanias. Y Gran Bretaña no está en la moneda común, entre otras razones, por presiones políticas de la Administración de Estados Unidos, que no deseaba un gran éxito de nuestra divisa.
El nuevo orden mundial, el nuevo monarca, está naciendo. Y nosotros estamos en la sala de partos. ¿Se resistirá mucho el viejo rey? ¿Sobrevivirá el nuevo? La tendencia, la pérdida de hegemonía de EEUU, está clara. Pero en economía, como en todo lo humano, nada está escrito.

Josep Oliver, catedrático de Economía Aplicada, UAB.