El dolor de recordar

Por Miquel Siguan, catedrático jubilado de la UB (LA VANGUARDIA, 09/10/06):

En la madrugada del 28 de abril de 1936 cayeron asesinados en la esquina de las calles Muntaner y Diputació de Barcelona los hermanos Miquel y Josep Badia. El crimen causó una extraordinaria conmoción en todas partes, y también en el patio de la facultad de Letras, donde yo era estudiante, pero sorprendentemente ningún periódico de Barcelona se atrevió a señalar a los posibles culpables. Sólo unos días después, en el semanario satírico El Be Negre,su director, Josep Maria Planas, un joven periodista de 29 años, conocido por sus deliciosas descripciones de la vida nocturna barcelonesa en la que Josep Maria de Sagarra era su mentor, firmaba con nombre y apellidos un editorial acusando a los anarquistas del hecho.

La motivación del crimen no es difícil de trazar.

En 1932, una vez aprobado el Estatut d´Autonomia, se había constituido un nuevo Gobierno de Catalunya. Dado que en el Parlament, Esquerra Republicana tenía la mayoría, Companys fue confirmado como presidente. Pero Esquerra, que se había fundado hacía poco, en los días finales de la monarquía, era en realidad un conglomerado de sectores entre los que estaba Estat Català, y fue su responsable máximo Dencàs, quien se hizo cargo de la cartera de Ordre Públic, una conselleria importante porque el Estatut de 1932, que no traspasaba a la Generalitat la enseñanza, en cambio sí que le traspasaba el orden público y, por tanto, la autoridad sobre la Policía y la Guardia Civil. Además, le autorizaba a crear su propia policía autonómica. Dencàs puso a Badia al frente de la policía y la policía significaba entre otras cosas la brigada social.

Es fácil hablar de los años de la República en tonos nostálgicos y edulcorados, pero la verdad es que eran tiempos revueltos en todo el mundo. La revolución rusa de octubre había triunfado hacía poco y muchos consideraban inminente su expansión. Por otra parte, en 1929 había estallado la crisis económica que durante muchos años atenazó la economía mundial y allanó el camino a los fascismos. Yen Catalunya, un territorio eminentemente industrial, la crisis repercutía con fuerza, la inmigración masiva que llegaba desde el sudeste español no podía ser absorbida, las huelgas eran continuas y los atentados frecuentes, y el movimiento anarquista, incluidas sus versiones más violentas, era muy activo. Era en estas circunstancias que Badia tenía que controlar el orden público.

Por aquellos días un pariente mío que pretendía ingresar en la Policía visitó la jefatura superior, en la Via Laietana, poco después de un célebre tiroteo en la calle Mercaders relacionado, si no recuerdo mal, con una huelga de la construcción, y en el sótano advirtió la presencia de algunos anarquistas, entre ellos García Oliver, con aspecto de haber sido interrogados a fondo. Y, por lo que sé, fue precisamente en aquellos sótanos y en aquellos días que un anarcosindicalista apellidado Aznar compuso la canción emblemática de los anarquistas de acción, la que empieza: "Arroja la bomba, que escupe metralla, coloca petardos y empuña la Star...", una canción que más de una vez canturreé en el frente de Teruel con los restos de la mítica columna de hierro valenciana.

Nacionalistas catalanes radicales y anarquistas estaban así claramente enfrentados, pero en cambio seis meses después y como consecuencia del alzamiento, se encontraron en el mismo lado de la barricada. El Gobierno de la Generalitat había logrado reducir la sublevación militar en Barcelona y, dado que el Gobierno de Madrid era prácticamente inoperante, podía en teoría declararse independiente, aunque solo en teoría, porque de hecho los anarquistas se habían adueñado de la calle y habían empezado la revolución, eliminando a los que consideraban enemigos de la justicia social, y con ello a buena parte del catalanismo tradicional en sus distintas orientaciones, incluso, por supuesto, a Planas, cuyo cadáver apareció una mañana, junto a tantos otros, en una curva de la Arrabassada. Y mientras continuaba la limpieza se formaban columnas de voluntarios que iban a Aragón para implantar la anarquía y derrotar a los sublevados. Por su parte, el Gobierno de la Generalitat pretendía tener autoridad sobre el ejército popular naciente y establecía una Escuela de Guerra y ponía en pie al menos una unidad militar propia, las Milicias Pirenaicas. El enfrentamiento era inevitable y ocurrió en los llamados Fets de Maig del 37, un enfrentamiento más sangriento que el propio 19 de julio y que terminó sin vencedores ni vencidos o, mejor dicho, con dos vencidos, la Generalitat y los anarquistas, y un vencedor, el Gobierno de la República, que mandó a Barcelona tres mil carabineros y se hizo cargo del orden público, dejando así en suspenso el Estatut. A continuación, se estableció en Barcelona, al mismo tiempo que lo hacía el Estado Mayor del ejército y el comité central del Partido Comunista Español. A partir de aquel momento la autoridad de la Generalitat fue poco más que simbólica y la guerra era cada vez más una guerra de liberación nacional española. Cuando a finales de 1938 se libró la batalla del Ebro, para contar con efectivos suficientes hubo que movilizar la quinta del biberón,por lo que buena parte de los aproximadamente cien mil hombres que intervinieron en la batalla en el lado republicano eran catalanes.En cambio, en el mando del ejército, tanto su jefe, Modesto, como los jefes de los tres cuerpos del ejército que lo componían (Líster, Tagueña y Vega), igual que sus respectivos comisarios políticos, todos ellos procedían del quinto regimiento, o sea, de la unidad de voluntarios que organizó al comienzo de la contienda el Partido Comunista en Madrid. Y del medio centenar de jefes superiores al mando de las brigadas y divisiones que intervinieron en la batalla, los que procedían de las filas catalanistas o anarquistas debían de contarse con los dedos de la mano.

Y una nota final. Víctor Alba, que en las aulas universitarias conocíamos como Pere Pagès, cuenta en algún lugar de sus memorias como acabada la guerra coincidió en una galería de la Modelo barcelonesa con el autor material de la muerte de Planas y con algunos colaboradores inmediatos de Badia en la jefatura, y cómo uno y otros no se hablaban aunque sabían que terminarían en el mismo paredón. Y muchos años después de tantas contradicciones y de tantos dolores, yo me asombro viendo con qué entusiasmo hoy hay quien rebusca en el pasado para hurgar en las viejas heridas y tocar a rebato.