El Dos de Mayo culminó en Cádiz

EL heroico levantamiento del Dos de Mayo tuvo su continuación en la Batalla de Bailén, donde, en julio de 1808, el ejército francés al mando del mariscal Dupont fue derrotado por las fuerzas del General Castaños. Era la primera vez que la máquina de guerra napoleónica sufría una derrota en campo abierto. La derrota obligó al rey José a salir de Madrid y colocó a los españoles que estaban dispuestos a luchar frente al invasor ante la necesidad de crear una nueva institución política de la Nación española que dirigiera la guerra de forma unificada y efectiva y que acometiera las reformas que España necesitaba urgentemente. La Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, presidida por el conde de Floridablanca y con el concurso inapreciable de la extraordinaria personalidad de Jovellanos, fue el organismo creado para alcanzar esos fines. Con su creación comienza un camino que culminará en las Cortes de Cádiz con la primera Constitución Española escrita.

La Junta se formó en Aranjuez, hoy hace doscientos años. La elección de ese lugar estaba llena de simbolismo porque el espíritu con el que nació la Junta era el de cerrar la profunda crisis institucional y dinástica que se había abierto, precisamente en Aranjuez, con el motín del 19 de marzo de aquel año. La formación de la Junta constituye una auténtica revolución de las estructuras tradicionales que hasta entonces habían regido España. Es el principio del fin del Antiguo Régimen y la demostración de que en aquella guerra se luchaba por mucho más que por un pedazo de tierra, se peleaba con ahínco por recuperar la independencia perdida tras la invasión napoleónica pero también por hacer de los españoles hombres libres e iguales ante la Ley. Las ideas de los españoles que combatían a Napoleón eran las del siglo y nuestros compatriotas de 1808 fueron vanguardia en Europa de la lucha por la libertad. La Junta supuso la encarnación de la voluntad de convertir el rechazo a la invasión napoleónica, no solamente en una cuestión de armas —iniciada con el Dos de Mayo—, sino también en una revolución de las estructuras políticas e institucionales que, con su fracaso, habían hecho posible la invasión francesa.

Compuesta por representantes de las distintas Juntas Regionales del Reino, la creación de la Junta Central Suprema supuso el reconocimiento de que el pueblo español, el conjunto de todos los españoles, se había convertido en titular de la soberanía nacional por encima de cualquier derecho histórico o divino. Su creación constituyó, además, una apuesta por la unidad como la mejor forma de afrontar la guerra y el nuevo proyecto político que se comenzaba a perfilar en nuestro país. En definitiva, puso los cimientos de una nueva España. Es importante destacar que la Junta surge del consenso acerca de la necesidad de un poder central que diese unidad al esfuerzo bélico e institucional de la España resistente. La Junta Central no sustituyó a las Juntas Regionales —que fueron las que reclamaron su creación—, sino que las complementó y, así, favoreció la unidad de acción política y militar. Hoy, doscientos años después, imbricar y armonizar adecuadamente en nuestro país lo que corresponde a la Nación y lo que corresponde a los territorios que la forman —reconocidos en el Estado de las Autonomías— es una tarea aún por completar. El ejemplo de la creación de la Junta Central y la armonía con que juntó lo nacional —lo que es propio de todos los españoles— y lo regional, en aras de alcanzar objetivos que nos son comunes a todos, resulta especialmente pertinente y revelador de lo que hemos hecho bien desde la Transición democrática y de los errores que se han cometido en los últimos años.

Al compás de la guerra, los miembros de la Junta Central Suprema habrán de abandonar Aranjuez, primero por Extremadura, después por Sevilla y finalmente por la Isla de León, en Cádiz, donde las vicisitudes bélicas llevaron a su disolución para ser sustituida por un Consejo de Regencia, que será el encargado de convocar las Cortes.

En el seno de la Junta pugnarán las ideas caducas que intentan sobrevivir en un mundo en el que ya no tienen cabida y el ideal de libertad y de igualdad surgido de las Revoluciones Americana y Francesa, que en España no quiso ser sangriento, anárquico y cruel, sino triunfar por el camino de la reforma y el debate. Las discusiones de la Junta marcan el comienzo de un proceso político de hondo calado. Un proceso que conducirá a que el espíritu del liberalismo español se consagre en Cádiz. Allí se elaboró la primera Constitución Española escrita, asentada sobre la libertad y la igualdad ante la Ley de los españoles. Una admirable Constitución que es un canto a la Nación como conjunto de ciudadanos libres e iguales y que constituye el resultado más perfecto de la rebelión cívica de los europeos contra el imperialismo en el que habían desembocado los excesos de la Revolución Francesa.

La celebración del aniversario del Dos de Mayo nos ha servido para recordar que los madrileños se rebelaron contra los invasores porque sabían y sentían que formaban parte de una Nación, de una Nación grande y antigua. En sentido contrario, es interesante señalar que los países alemanes o italianos que invadió el mismo Napoleón nunca tuvieron esa conciencia ni ese sentimiento nacionales y por eso no se dio ningún levantamiento popular contra él. Con el Dos de Mayo hemos conmemorado el primer paso de una auténtica revolución que hizo de España un país pionero a la hora de definir la Nación como unión de ciudadanos libres e iguales. La creación de la Junta Central Suprema supone un jalón especialmente relevante de ese proceso. Por primera vez en la historia de España, un órgano de poder de rango nacional se constituía no por delegación o gracia de una entidad superior, sino como cristalización espontánea de la voluntad libre del conjunto de los ciudadanos. Junto a la guerra que se libraba contra el invasor fermentaba una nueva concepción de la soberanía no como un bien privativo de una dinastía sino como el patrimonio de todo un pueblo que se proclamaba responsable de su propio futuro.

La Comunidad de Madrid ha creado la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad para articular y emprender iniciativas con el fin de conmemorar los hitos más importantes de ese proceso de afirmación nacional de España, que culminaron en nuestra primera Constitución. En el mismo nombre de la Fundación se recoge así: el Dos de Mayo, como punto de partida, y la Nación y la Libertad, como los valores que impulsaban aquel admirable esfuerzo bélico y político.

A los madrileños nos llena de orgullo que aquel camino en pos de la libertad se iniciase, como un trueno que hizo vibrar a toda Europa, con el Dos de Mayo. Y que apenas seis meses después, el 25 de septiembre de 1808, en Aranjuez, representantes de todos los rincones de España comenzasen a fraguar la patria de libertades de la que disfrutamos hoy. El camino iniciado por aquellos españoles comprometidos culminó en Cádiz, pero su estela ha perdurado hasta nuestros días. El orgullo por el camino recorrido y por las dificultades superadas no puede ser solo madrileño: es un logro de todos los españoles. No podemos permitirnos, doscientos años después, olvidarlo, porque la libertad y los derechos que han nacido de ese proceso son los que esta misma semana se han visto una vez más desafiados con el monstruoso atentando de Santoña.

Esperanza Aguirre Gil de Biedma, presidenta de la Fundación «Dos de mayo: Nación y Libertad»