El drama árabe

El mundo árabe ha entrado en el período más dramático de su historia moderna. Los regímenes opresivos caen a medida que el pueblo árabe finalmente toma su destino en sus manos.

Sin embargo, la emoción del momento no nos revela lo que depara el futuro. En el mejor de los casos, la democracia todavía yace en la distancia: los militares aún dominan en Egipto y Túnez, las fuerzas tribales van en aumento en Libia y Yemen, y es probable que las divisiones sectarias entre sunitas y chiíes dominen la política en Bahréin, como lo han hecho en Irak desde 2003.

No hay un solo relato que dé sentido a todo esto. Los regímenes de todo el Oriente Próximo, así como Estados Unidos y los gobiernos europeos, y también Al Qaeda y otros grupos islamistas, se esfuerzan por entender lo que viene a continuación.

Los estudiosos de la región, como yo, también están reconociendo que nuestra comprensión de la política árabe no previó esta exitosa ola de protesta. Hasta el levantamiento de Túnez, pensamos que el cambio político sería encabezado por fuerzas islamistas o por un golpe militar, no por masas desorganizadas y dirigidas por jóvenes.

Es bien sabido que en Oriente Próximo existe una pronunciada curva demográfica juvenil, pero nadie predijo que sus miembros movilizarían los medios de redes sociales y los teléfonos móviles para derrocar a dictadores largamente asentados. Se pensaba que las tecnologías de Internet fragmentarían las fuerzas de la sociedad en lugar de unirlas en una causa común. Y se consideraba que los regímenes eran demasiado brutales, como se ve trágicamente en Libia, como para venirse abajo sin luchar.

Al Qaeda fue sorprendida con la guardia baja (y así lo ha admitido), sin duda porque el argumento central del grupo ha sido que la caída de los gobiernos árabes opresivos podría ocurrir sólo a través de la violencia. En respuesta a los recientes acontecimientos, Ayman al-Zawahiri, segundo en el mando de Al Qaeda, dio a conocer un tedioso análisis estilo Powerpoint del derecho constitucional y la historia política de Egipto.

Al igual que ahora depuesto presidente de Egipto, Hosni Mubarak, el tono de al-Zawahiri era paternalista y condescendiente. En todo caso, la charla puso en evidencia lo desconectados que están los principales líderes de Al Qaeda con el espíritu de la época.

Un joven ideólogo de Al Qaeda es más convincente, sin embargo. En un mensaje del 16 de febrero de 2011, titulado "La revolución popular y la caída del sistema corrupto árabe: un nuevo comienzo y la destrucción del ídolo de la "estabilidad"", un libio que lleva por nombre Atiyat Allah escribe: "Es cierto que esta revolución no es el ideal que habíamos deseado .... Tenemos la esperanza de que sea el primer paso a tiempos todavía mejores."

Allah argumenta que estas revoluciones hicieron más que derrocar a regímenes como el de Mubarak: han destruido la doctrina de la "estabilidad" que permitió a los regímenes y a Occidente explotar la región y garantizar la seguridad de Israel.

Admitiendo su sorpresa por la velocidad de los acontecimientos, Allah aconseja a los grupos de Al Qaeda participar con cuidado con las fuerzas que protagonizan los levantamientos en estos países. Según él, tácticamente esta es la única manera de que Al Qaeda logre su objetivo final de hacerse con el poder.

Otros pensadores de Al Qaeda han expresado su admiración por la capacidad de jóvenes como Wael Ghonim para movilizar a miles de sus compatriotas egipcios al transmitir su sincero deseo de cambio y amor a la patria. Sin duda hay un cierto grado de envidia por lo que otros han realizado y un grado de desesperación acerca de cómo Al Qaeda puede sacar provecho de este cambio.

A diferencia de las revueltas en Egipto y Túnez, los actuales combates en Libia presentan a Al Qaeda la oportunidad de confirmar su narrativa clásica sobre la importancia del cambio a través de la violencia. Más preocupante aún es que la violencia de Libia revela ciertas características de Oriente Próximo que se habían olvidado tras el embriagador éxito en Túnez y Egipto.

Lo que es más claro es que el cambio político no se producirá de la misma manera en todos los diversos países del mundo árabe. A diferencia de Túnez y Egipto, que son en gran medida sociedades homogéneas, Libia cuenta con importantes divisiones tribales, mientras que Bahréin, Yemen y Siria están divididos por el sectarismo. En ausencia de instituciones nacionales sólidas, el cambio en estos países arriesga un significativo derramamiento de sangre.

Además, la violencia excesiva en Libia podría enviar el mensaje a otros pueblos de la región de que el coste del cambio es demasiado alto y que las transiciones relativamente pacíficas que se han  visto en Egipto y Túnez podrían no ser reproducibles.

Por último, el caos en Libia ha demostrado cuánto depende el resto del mundo del destino político de las sociedades de Oriente Próximo. Si el caos visto en Libia se produce en los países del Golfo Pérsico, por ejemplo, el mundo podría llegar literalmente a un punto muerto, dada la cantidad de petróleo que suministran.

Aunque es poco probable en el corto plazo, esta posibilidad debería hacernos reflexionar e impulsarnos a buscar políticas que ayuden a los árabes a encontrar la dignidad política y el buen gobierno que merecen a través de un proceso ordenado y pacífico. La alternativa es un mundo en el que seamos rehenes de las patologías de la región, que ofrecen grandes oportunidades para que Al Qaeda reafirme su narrativa e influencia.

Por Bernard Haykel, profesor de Estudios sobre Oriente Próximo en la Universidad de Princeton. Traducido por David Meléndez Tormen.

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