El drama griego

Que Grecia es irrecuperable –su deuda es el 174% de su PIB–, es un hecho cierto; otra cosa es que por esa razón haya de dejar el Eurogrupo. La definición del problema ante el que nos encontramos no es si Europa ha de ayudarla, algo que se da por supuesto: el proyecto europeo se basa en la solidaridad. El problema a dirimir es si la ayuda a prestar es para que se vaya o para que se quede, y algunas señales acaecidas nos permiten imaginarlo.

Lo primero que hizo Tsipras nada más ser elegido primer ministro fue dirigirse al cementerio de Kaisariani, en Atenas, a rendir tributo a los doscientos partisanos comunistas asesinados por los nazis, y después hablar con los rusos. Dos mensajes que se condensaban en que los alemanes les debían reparaciones por la segunda guerra mundial y que Rusia sería «the best alternative to a negotiation process», lo que en términos académicos se conoce como «batna». Pero Rusia en sus actuales circunstancias no parece, lo digo con dudas, un «batna» creíble, ni Grecia se opuso al acuerdo de 1990 por el que quedaban saldadas las deudas de Alemania en concepto de reparaciones de guerra; liquidaciones que se reintegraron en 1960 con la promesa de no volver a pedir.

El drama griegoEn definitiva, Grecia ha ofrecido como contribución a Europa dos cosas: su ideario comunista, opuesto al espíritu del tratado fundacional y la pérdida, con sus declaraciones intempestivas, de la «affectio societatis» que precisa cualquier organización para tener un proyecto en común. Pero además, aporta otros tres problemas, difíciles de resolver: la confianza crediticia más baja del planeta, la segunda mayor deuda del mundo y el hecho de que el 30% de su población no ha soportado nunca un impuesto. Afirmaba Edmont About que Grecia como estado nunca ha existido y que desde el primer día, en que se independizó de los turcos, precisó padrinos y créditos. Y, sin embargo, ese cambio de cultura que implica sufragar los impuestos, ha sido la propuesta más verosímil que han ofrecido los griegos, en su reciente compromiso.

Los tiempos en el mundo de la empresa y de la política son distintos. En la empresa el empresario se juega su dinero y en la política los políticos juegan con el de los demás. En la empresa, probada la pérdida de «affectio societatis», la relación se habría interrumpido. En la geopolítica hay más variables y otros intereses. ¿Qué ocurriría si la Unión Europea se plantase de manera definitiva? ¿Sería una nueva debacle como la de Lehman? ¿Pulularían tres o cuatro millones de griegos como Juan sin Tierra por Europa? ¿Se enviaría el mensaje equivocado al resto de los socios y en especial a los más débiles?

Sabemos que la mitad de lo que recibe de los rescates Grecia lo emplea en devolver el principal de su deuda y que la austeridad agrava su situación social. También conocemos que Grecia necesita crecimiento y este exige dinero para invertir. El problema es a quién asignar ese dinero. ¿A los ayuntamientos como concibió Zapatero con su plan E que ayudó a pavimentar las aceras?, ¿o a las pymes que a base de negocios recurrentes crean empleo? Cualquier persona sensata optaría por lo segundo. Pero no son las pymes las mismas en todas partes. En Estados Unidos o el Reino Unido, con un gran capital emprendedor, la política del gasto puede funcionar porque se traduce en capital, gracias a una mentalidad muy inversionista. En el caso de Grecia, más allá de los armadores míticos, nunca han destacado por su cultura empresarial, ni siquiera en el turismo. Por lo que ofrecer dinero a Grecia para crecer, acaso no sea una buena idea.

Para algunos, la relación con Grecia ha muerto, y ahora queda por decidir cuándo enterrarla. Para otros, que todavía esperan el milagro de Lázaro, se precisarían tres cosas: ambición, capacidad y unos años de indiscutido crecimiento. Pero la realidad principal es que no estamos en un escenario en que Varufakis, al llegar a su casa, le cuenta a su mujer, mientras ella le prepara la tila, que «Europa se ha portado bien y a nosotros nos corresponde ahora hacer lo propio». Más bien la conversación podría haber sido: «Si piensan estos tíos que vamos a hacer lo que quieren, lo tienen crudo». Y si esto se desarrolló así, que es lo que todos imaginamos, se podrá perfumar al occiso, pero no resucitarlo.

La culpa, cierto, no solo es griega. Ellos nos engañaron (con el asesoramiento de la banca de inversión americana) y nosotros no lo advertimos. Y los errores se pagan. Ahora bien, antes se sale del error que de la confusión. Y admitido que los errores se pagan y que nos pueda costar lo mismo una solución que otra a lo largo de los próximos treinta años, en forma de quitas o planes humanitarios, desvincularnos graciosa y lentamente sería un corte más limpio que la opción contraria: haría más felices a ambos y enviaría un mensaje claro a los socios europeos que todavía no están en el euro, pero que aspiran a engrosarlo. Para el futuro de la cohesión europea son más preocupantes las permanentes vacilaciones del Reino Unido que el hecho de que Grecia nos abandonara, máxime cuando los prestamistas llevan un tiempo provisionando la debacle, y la estrenada unidad bancaria impide que los rescates los pague el contribuyente. Lo contrario, la confusión, que es donde nos encontramos ahora, es fruto de una experiencia devastadora, que nos obstaculiza creer que va a salir algo bueno de tanto engaño y que nos obliga a la vez por estatutos a confiar en cualquier nuevo intento.

En contra de lo que anuncian todos los políticos, incluidos los alemanes, ha habido un indicio que permitiría suponer que, llegado el caso, Europa se inclinaría más hacia la idea de ayudar a salir a Grecia que a favorecer su continuidad; y este síntoma ha sido la desganada aquiescencia con que han aceptado sus últimos ofrecimientos. Acaso, hayan explicitado que los de Syriza, aseguren lo que aseguren, no lo cumplirán y que lo único que ansían es ganar tiempo, para consolidarse en el poder. Esa inmediata concesión, podría interpretarse como un cargarse de razón definitivo, a la espera de que Grecia de el paso. Y es que, cuando los pitagóricos descubrieron los números irracionales (una cifra irracional restada de una racional da una cifra muy irracional), nunca pudieron imaginar que estaban asesorando al Eurogrupo.

Lo que estaría por definir a partir de mayo, fecha en que volverán las malas noticias, sería el consenso para afrontar la salida subvencionada al drama. Drama sí, porque el sufrido pueblo griego, al contrario de lo que deseaba, ha votado sin darse cuenta a favor de su alejamiento de Europa y todavía no lo sabe.

José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado.

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