El ébola, más que un virus

El ébola, como el sida, es más que un virus y que una enfermedad. El sida afectaba más a ciertos grupos sociales muy influyentes y poderosos que al resto y el ébola afecta a todos los grupos sociales y, hasta ahora, se ha cebado sólo en etnias africanas sin influencia ni poder y en grupos de gente generosa: cooperantes y misioneros, quienes ponen en peligro su vida por amor a los demás. El neopopulismo, siempre en contra de las migraciones, ahora tiene un argumento más para estar en contra de los inmigrantes procedentes de África Occidental por ser el foco del ébola, un peligro para el mundo blanco que viene del mundo negro.

Mientras permaneció encerrado dentro de las fronteras y no salió de África, no era un peligro; ahora que las saltó, han saltado todas las alarmas. El ébola es como un ser embozado, no se sabía nada, ni de dónde venía, ni a dónde iba, ni qué podía dar de sí. El acontecimiento del ébola es una de las consecuencias y un indicador de la gran transformación y de los cambios vertiginosos que están afectando al mundo. El epicentro de este acontecimiento radica en la malignidad, la rapidez y el desconocimiento del modus operandi del virus y la facilidad de las comunicaciones entre pueblos y continentes. Los infectados son muchos más de los que las instituciones nos quieren hacer creer. En muchos lugares azotados por el ébola no existen registros o son muy poco de fiar. Además, dado que algunas etnias lo consideran un castigo divino, ocultan a sus enfermos.

El ébola, más que un virusLa conexión de las cosas y las personas en una red mundial conduce a una era de bienes y males compartidos. Las plagas y las pestes se extienden con más facilidad y rapidez que el descubrimiento de sus remedios. No saber nada de algo que existe y es peligroso crea un estado de angustia social, una alarma como en su día la creó el sida. A este miedo hay que añadir que, ya algunas personas procedentes del África amenazan y chantajean con contagiar el ébola. Cuando en un avión se corre el rumor o la noticia de que un viajero tiene el virus, el pánico se adueña del pasaje y de la tripulación.

Muchos tertulianos, quiero decir charlatanes, dicharacheros, babean cuando hablan del determinismo, de la incertidumbre, del azar que rigen nuestras vidas, pero a la hora de estudiar un caso olvidan todas sus teorías que le sirven para darse el pote de progres y arremeten como toros ciegos contra todo lo que se les pone delante. A algunos les oí citar revistas científicas y opiniones de científicos sin decir nombres ni dar referencias de ningún tipo. Han logrado manifestaciones, histerias, gritos, atropellos a las puertas de los hospitales. Una vez más se confirma que los que tienen algo que decir guardan silencio y aquellos que deberían callar, por no tener nada que decir, hablan sin parar. La masa habla del ébola, como en su día hablaba del sida, no por lo que oye a los científicos y a los estudiosos del tema sino a los tertulianos que, a su vez, hablan de oídas oscureciéndolo todo, dando por sabido lo que no sabe nadie. Es evidente que problematizar la situación es parte de su solución cuando los planteamientos se ajustan a la realidad.

En momentos de crisis emocionales, sentimentales, económicas, políticas, sociales, científicas, los sentimientos y las emociones son malos consejeros. Las decisiones ponderadas y equilibradas se toman con la mente fría y bien informada. «En tiempo de crisis, no tomar decisión», se podría traducir el célebre dicho de San Ignacio. Los graves problemas como el ébola hay que estudiarlos en todos sus elementos para poder tomar decisiones que lleven a la solución. Los científicos no daban crédito a la verborrea de los políticos, de una parte y de otra, sin que ninguno supiera nada. Algunos políticos no han estado a la altura, otros se han rebajado al nivel de carroñeros. Las declaraciones del Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid no hicieron más que agravar la situación.

Visto desde fuera y con distancia para analizar, el comportamiento de Teresa en algún momento ha sido chocante. Por ejemplo, en su domicilio ya había tomado precauciones y cuando llega al médico no le dice nada. «La confesión de Teresa despeja una duda fundamental pero no diluye responsabilidades», se ha escrito en la prensa. ¿Cuántos de los que han hablado, escrito, se han preguntado si han respetado la intimidad de Teresa y si han puesto su salud por delante de todo otro interés? ¿Cuántos antes de abrir la boca se preguntaron si lo que iban a decir podría ayudar a Teresa o a mejorar la situación global? ¿Cuántos han tratado de ponerse en la piel, considerar su angustia y la de los suyos; su soledad impenetrable y el bochorno de verse convertida en arma política?

El mundo rico quiso ignorar que en el mundo globalizado los problemas son globales y que los virus, como las ondas, son como los flujos económicos, no reconocen las fronteras y viajan sin permiso de nadie. Un problema global sólo puede solucionarse con soluciones globales aunque sea cierto que se puede luchar localmente contra problemas globales. Y en el mundo rico no existía el ébola; a pesar de que todo el mundo era consciente del problema, nadie trató de ponerle remedio porque estaba lejos y no era un peligro para nosotros. Si algo positivo tuvo el hecho de que haya saltado a Europa es que forzó a los países ricos a interesarse por el asunto y ponerle remedio, porque ya no está a la puerta sino que ya ha entrado, pero no se solucionará mientras no se erradique el foco originario, el manantial, el reservorio natural. Los controles en las fronteras y aeropuertos sólo lograrán calmar la ansiedad de la población pero no erradicar el mal.

El ébola transformó la agenda política y los programas de los medios de comunicación, barrió de la parrilla al nacionalismo catalán y las tarjetas opacas. Llegó ahí, alguien lo arrojó, está entre nosotros. Nadie en Europa ni en ninguna parte del mundo estaba preparada para hacer frente a la emergencia del ébola porque nadie está preparado para algo que no existe. Es una situación desconocida por nueva; hasta aquel momento prácticamente lo único que se sabía era que su comportamiento variaba de una situación a otra y de un momento a otro en el mismo enfermo, por eso se puede decir que el mismo enfermo sufre muchas primeras veces (por los cambios del virus).

El acontecimiento, además del sufrimiento imponderable de los afectados, está en la interpretación que hagan del caso los políticos y el cambio que ha supuesto en el mundo occidental frente al grave problema del ébola. Los políticos seguirán tratando de sacar partido del sufrimiento que haya sembrado, y lo convertirán en bandera, unos porque lo han frenado y los otros porque lo dejaron llegar, los unos porque murieron pocos o nadie y los otros porque pudieron haber muerto más o algunos. El accidente fue una tragedia, la cobertura mediática un drama sensacionalista y la actuación del Gobierno un fiasco. Creo que habría que pedir responsabilidades a las aves de mal agüero que han sembrado por doquier y sin pudor alarmas innecesarias. Los más alarmistas son siempre los más inoperantes.

Todo ha sido un poco catastrófico hasta que el Comité Científico tomó las riendas del asunto. Ahora se trata de abrirlo en canal, destazarlo, destriparlo para saber qué es. Y eso sólo lo van a lograr los científicos con estudio y con medios. Los científicos aprenden por aproximación y tanteos, errores y aciertos. Los descubrimientos puede que no se den de buenas a primeras, y porque nadie es infalible, hay que admitir que en el camino se den fallos humanos y estructurales. En este caso, los tratamientos son experimentos sin haber tenido tiempo de comprobaciones que garantizan los medicamentos. Los científicos terminarán poniendo remedio a la epidemia porque se acercan a ella con el único propósito de ponerle remedio.

Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor y teólogo. Autor del Blog: Diario nihilista. Su último libro: Viaxe sen retorno (Ediciones Sotelo Blanco).

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