El efecto Bruselas en las finanzas sustentables

El efecto Bruselas en las finanzas sustentables
KENZO TRIBOUILLARD/AFP via Getty Images

Europa sigue liderando al mundo en materia de acción climática. Sólo la semana pasada, el Parlamento y el Consejo Europeo llegaron a un acuerdo provisional que plasma en ley el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero un 55% para 2030 y alcanzar cero emisiones netas en 2050. Por su parte, la Unión Europea publicó su muy esperada “taxonomía de finanzas sustentables” –una medida que podría convertirse en un patrón global para las inversiones verdes y transformar los mercados de capital.

En los últimos cinco años, la conciencia pública, corporativa y de los inversores respecto de los riesgos ambientales, sociales y de gobernanza (ESG por su sigla en inglés) ha aumentado marcadamente. Las inversiones ESG se expandieron de manera exponencial durante la pandemia, y ahora son una de las clases de activos de más rápido crecimiento del mundo –una tendencia que seguramente va a continuar.

De la misma manera, el mercado de bonos sociales, verdes y de sustentabilidad ha tenido un auge en los últimos años. Como muestra la figura 1, entre 2015 y 2019, la emisión mundial aumentó más de seis veces; el año pasado, la emisión total de bonos sustentables superó el billón de dólares.

El efecto Bruselas en las finanzas sustentables

La UE ha desempeñado un papel central en cuanto a impulsar este progreso. El Banco Europeo de Inversiones fue el que emitió el primer bono verde del mundo en 2007, y la UE sigue siendo un polo global de bonos ESG al día de hoy. Es más, el euro es la moneda global de elección para las finanzas sustentables. Como muestra la figura 2, aproximadamente el 50% de los mercados de capital sustentables a nivel global están denominados en euros, comparado con el 27% en dólares estadounidenses.

El efecto Bruselas en las finanzas sustentables

Durante la pandemia, la UE ha reforzado su liderazgo de ESG, inclusive incorporando bonos verdes y sociales en iniciativas de alivio. Por ejemplo, el Mecanismo Europeo de Estabilidad diseñó una línea de crédito de respuesta a la pandemia de 240.000 millones de euros (290.000 millones de dólares) para atención sanitaria en países de la eurozona. Si se lo solicita, este instrumento estaría financiado por bonos sociales.

Asimismo, la Comisión Europea anunció que el 30% del fondo de recuperación de la UE de 750.000 millones de euros estará financiado con bonos verdes, que comenzarán a ser emitidos en los próximos meses. Y toda la financiación para el programa Apoyo Temporal para Atenuar los Riesgos de Desempleo en una Emergencia (SURE por su sigla en inglés) de 100.000 millones de euros de la Comisión Europea vendrá en forma de bonos sociales.

Sin embargo, debe hacerse mucho más para aprovechar el pleno potencial del capital ESG. Se necesitan metodologías y terminología estandarizadas para minimizar una disonancia de mercado e impedir el llamado enverdecimiento (presentar una actividad o inversión como más sustentable de lo que es).

Aquí nuevamente la UE está tomando la delantera, al utilizar regulaciones y lineamientos para fortalecer el mercado de finanzas sustentables. Por ejemplo, la Comisión Europea ha creado lineamientos de presentación de informes relacionados con el clima para las empresas y ha venido desarrollando el Estándar de Bonos Verdes de la UE, para “incitar a los participantes del mercado a emitir e invertir en bonos verdes de la UE” y mejorar la “efectividad, transparencia, comparabilidad y credibilidad” del mercado.

La nueva taxonomía de finanzas sustentables es otro paso crucial hacia adelante. A partir de 2022, los inversores y las grandes corporaciones en Europa reportarán anualmente sobre la porción verde de sus carteras en base a criterios y definiciones claros de la taxonomía, que permitirán una mejor transparencia y comparación. Más importante, esto debería conducir a nuevos y mejores proyectos y actividades en línea con los criterios de la taxonomía, así como a un redireccionamiento de los flujos de capital y de las inversiones hacia estas actividades.

Pero el impacto de la taxonomía muy probablemente se extienda mucho más allá de la UE. Después de todo, las regulaciones europeas muchas veces tienen un impacto global.

Las corporaciones multinacionales siguen las regulaciones de la UE –desde su Reglamento General de Protección de Datos hasta sus reglas ambientales- para ganar acceso a sus mercados de consumo grandes y adinerados. Pero, dados los costos de ajustar sus operaciones a múltiples regímenes regulatorios, muchas veces también aplican estas reglas en todas sus operaciones globales. Éste es el “efecto Bruselas”.

Dado que la UE es el mayor mercado de ESG, las empresas globales tienen un fuerte incentivo para construir sus carteras ESG para alinearse con la nueva taxonomía –especialmente si los inversores cada vez más favorecen inversiones que cumplan con los estándares ESG de Europa-. Esto significa que la taxonomía de la UE bien puede convertirse en un estándar global para las finanzas sustentables.

Ayuda que las agencias de calificación hayan introducido nuevos ratings ESG. Así, si una empresa no cumple con un determinado estándar, se le bajará la calificación de la “lista verde” a la “lista marrón”, y tendrá que pagar una prima para acceder a los mercados de capital.

Como vuelve a confirmar el último Informe Global de Riesgos del Foro Económico Mundial, el cambio climático sigue estando entre las principales amenazas que enfrenta la humanidad. Sin embrago, los esfuerzos multilaterales para galvanizar las finanzas verdes muchas veces no han sido suficientes. El llamamiento del acuerdo climático de París para hacer que los flujos financieros fueran consistentes con un desarrollo resiliente al clima, al parecer, ha caído en oídos sordos.

Asimismo, Estados Unidos hasta el momento no ha brindado un liderazgo climático efectivo. Por cierto, el ex presidente Donald Trump buscó activamente limitar la inversión ESG. No debería sorprender, por ende, que el Tesoro de Estados Unidos no haya emitido bonos verdes, y que el dólar estadounidense esté muy rezagado respecto del euro como la moneda de elección para las finanzas ESG.

Sin duda, el presidente norteamericano, Joe Biden, recientemente prometió reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero (de los niveles de 2005) para 2030 –un cambio de marcha importante que debería ser valorado-. Pero cuando se trata de la inversión ESG, Estados Unidos está rezagado. La UE está mucho más adelantada. Y, a través del efecto Bruselas, está creando un camino mucho más tranquilo para todos.

Kalin Anev Janse is Chief Financial Officer at the European Stability Mechanism. Anu Bradford, Professor of Law and International Organization at Columbia Law School, is a senior scholar at Columbia Business School’s Jerome A. Chazen Institute for Global Business. She is the author of The Brussels Effect: How the European Union Rules the World.

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