El efecto Erasmus

La consecución del mercado interior y la voluntad de la Unión Europea de aumentar la competitividad del sistema universitario han llevado progresivamente a las instituciones de más de cuarenta países europeos a comprometerse plenamente con la creación de un espacio europeo de educación superior (EEES). Desde su establecimiento, el programa Erasmus constituye, sin duda, la auténtica joya de la corona de la Unión Europea para este propósito. Ha servido como banco de prueba para la puesta en marcha del EEES y ha sido el germen de otros programas para la promoción de la movilidad de la comunidad universitaria (Leonardo, Tempus, Erasmus Mundus, Erasmus Mundus External Cooperation Windows).

Así, la colaboración de las más de doscientas universidades europeas que forman parte del programa Erasmus ha facilitado el camino para reformas tan importantes como el establecimiento de sistemas comparables de titulaciones, la articulación de itinerarios académicos homogéneos, la consolidación de un sistema de transferencia de créditos europeos o la posibilidad de establecer titulaciones conjuntas de grado y de máster. Lo más importante, probablemente, es que ha permitido la libre circulación de los estudiantes europeos en un contexto de fomento de la calidad, y ha transformado, a su vez, el paisaje universitario mediante la promoción de una cultura internacional y multicultural en nuestros campus, un elemento que hay que considerar hoy en día como un valor añadido a las competencias relacionadas con el desarrollo profesional, científico y personal de los individuos. En definitiva, ha proporcionado y está proporcionando nuevas y mejores herramientas a nuestros estudiantes para entender la sociedad actual.

Por otro lado, la movilidad internacional no sólo supone un elemento esencial en la construcción de una auténtica ciudadanía europea y en la promoción de un espacio del conocimiento en Europa; también constituye una herramienta privilegiada para visibilizar y prestigiar nuestras universidades, puesto que los estudiantes a la vez que se forman y interactúan en un entorno internacional y multicultural, son nuestros mejores embajadores en el exterior. Nuestras universidades tienen, en el programa Erasmus (el ejemplo probablemente más documentado), un lugar preferente. De las veinte universidades europeas que recibieron y enviaron mayor número de estudiantes en el año académico 2005-2006, trece y doce respectivamente son españolas, entre las que se incluyen las tres principales universidades del sistema público catalán (UB, UAB, UPC), siendo España el primer país receptor de estudiantes extranjeros y el segundo país en exportar estudiantes. Sin embargo, la realidad es obstinada, y el dato que tener en cuenta es el que nos muestra que en nuestro país sólo un 1,5% de los estudiantes matriculados en el sistema público de educación superior en este mismo año académico se benefició de las ventajas de este programa, una cifra que en términos generales se aproxima al 2% en el que se ha estabilizado la movilidad de los estudiantes de las universidades europeas. Muy lejos aún, por tanto, del objetivo de los tres millones de estudiantes móviles que persigue la Comisión Europea para el año 2010.

La movilidad internacional de estudiantes sigue estando muy relacionada con su financiación y el nivel socioeconómico de los países de procedencia y de destino, mientras que, por ejemplo, el cambio en la estructura de los grados y posgrados en el sistema de educación superior en Europa parece tener un impacto más marginal, al menos en los sistemas que aplican la fórmula de los tres años para el grado y dos años para el máster. Por tanto, sigue habiendo retos muy importantes que deben afrontar el sistema universitario y los poderes públicos, entre los que no son menores la flexibilización de los programas de estudios y el completo reconocimiento de la actividad académica que se lleva a cabo en las universidades de destino, o la eliminación de los obstáculos administrativos y legislativos con que se encuentran los universitarios extranjeros para legalizar su situación en nuestro país.

Por otro lado, es necesario abordar la dimensión internacional de este 98% de estudiantes que empiezan y terminan sus estudios universitarios sin salir de su universidad y que carecen por tanto de la experiencia académica y humana que les aporta un periodo de estudios en una universidad extranjera. En definitiva, la movilidad internacional de los estudiantes constituye la llave de bóveda de la consolidación del EEES. Sin embargo, que sus efectos reviertan equitativamente en todos aquellos que son sus potenciales beneficiarios depende también de las condiciones académicas, económicas y legales en que deban producirse estas movilidades, y muy principalmente del impulso y las políticas proactivas de los poderes públicos.

Mar Campins Eritja, vicerrectora de Política Internacional y Movilidad. Universitat de Barcelona.