El efecto mariposa

Resulta sorprendente constatar hasta qué punto hay un fondo muy conservador en la forma en la que personas poco sospechosas de serlo en su actitud ante la vida buscan fórmulas para resolver o enfrentarse con los problemas políticos. Aunque parezca mentira es muy común que los mismos que sitúan correctamente las responsabilidades pongan la solución en manos de quienes sacan rédito de ella. ¿Pero cómo van a cambiar de actitud o de estrategia quienes se benefician de la que están siguiendo?

Viene esta reflexión a cuento de un «pensamiento» muy extendido en la política española: el bipartidismo es un horror… pero nada es posible sin el PP y el PSOE. El trabajo ha sido tan constante –y nuestra democracia es tan joven– que se ha acuñado y extendido la idea de que la estabilidad política de España pasa por la salud del bipartidismo y que cualquier alternativa política a la suma de los dos viejos partidos (y un único modelo) es el caos. Hombre, yo entiendo que ambas formaciones políticas –y sus múltiples voceros mediáticos– alerten sobre los males del fin del bipartidismo, esa época dorada en la que ambos partidos se han garantizado y ejercido el poder alternativo.

Pero, ¿y el resto? ¿No hay acaso en España nadie que considere que el modelo del bipartidismo asimétrico (que logra mayorías para definir políticas nacionales con partidos que no creen en la nación española) es una anomalía que no es compatible con una democracia de calidad?

Permítanme que insista en lo del modelo único PP-PSOE. Porque aunque pudiera parecer que en España se han roto todos los pactos, lo cierto es que existe un pacto de hierro entre el PP y el PSOE que se mantiene intacto al margen de toda coyuntura. Un pacto para que nada cambie y ambos tengan garantizado, alternativamente, el poder. Por eso ambos quieren mantener un entramado institucional superfluo e ineficaz como las diputaciones o los más de ocho mil ayuntamientos: porque esas instituciones, aunque no sirvan al interés de los ciudadanos, les garantizan el poder territorial y partidario cuando no ganan las elecciones a nivel nacional. Por eso ambos se niegan a cambiar una ley electoral completamente injusta: porque con esta ley se garantizan el poder al margen de la voluntad expresada por los ciudadanos en las urnas. Por eso ambos se niegan a reformar las leyes para garantizar la separación de poderes y la independencia de los órganos reguladores o de los órganos de la justicia, al margen de que discutan… sobre el tamaño de «su» cuota: porque a través de esos órganos se garantizan el control completo de la política y de las instituciones. Y así con todo lo importante, desde la competencia en materia de Educación, Sanidad o Servicios Sociales hasta las políticas de regeneración democrática.

Pues bien, estando estas cosas meridianamente claras –o sea, que España no ha llegado a esta situación por un despiste sino por una estrategia partidaria que no de país–; estando claro que hay que acometer profundas reformas en la estructura del Estado que van en la dirección contraria de lo que propugnan los dos partidos viejos; estando claro que nadie cambia de estrategia porque a otro le vaya mal con la que uno aplica… resulta que muchos nos quieren hacer creer que nada puede cambiar si no es de la mano de los que no quieren que nada cambie…

Por poner algún ejemplo: Se nos dice que la reforma de la Constitución requiere de una amplia mayoría. Claro, así es; pero si una amplia mayoría de españoles quiere que se cambie la Constitución parece absurdo que les den los votos a quienes no quieren cambiarla…

Se nos dice que es imposible que PSOE y PP cambien la ley electoral; pero si la mayoría de los españoles cree que es esa ley es injusta, parece absurdo que voten a quienes quieren perpetuar esa injusticia…

Se nos dice que ni PP ni PSOE van a querer suprimir las diputaciones, porque tienen ahí un granero de empleo partidario y de influencia; pero si a la mayoría de ciudadanos le parece un despilfarro que nos cueste 6.000 millones de euros al año mantener los chiringuitos de poder territorial de esos partidos, parece absurdo que sigan votándolos…

Se nos dice que ni PSOE ni PP van a querer que el Estado recupere la competencia en Educación, Sanidad o Servicios Sociales, porque el entramado actual les da mucho poder y porque no quieren tener líos con los nacionalistas; pero si la mayoría de los ciudadanos piensa que es necesario que esa reforma se acometa para garantizar la igualdad, la competitividad y la cohesió... deberían dejar de apoyar a quienes ponen por delante de los derechos de los españoles los intereses de sus afiliados…

Se nos dice que más del ochenta por ciento de los ciudadanos está en contra de que los partidos políticos lleven a imputados en sus listas, o los mantengan dentro de las instituciones; pues deberían dejar de votarles, porque sin el voto de los ciudadanos los partidos políticos no somos nada…

Como dije, hay una idea interiorizada muy conservadora: si no se ponen de acuerdo PP y PSOE, no hay nada que hacer. Naturalmente que quienes comparten esa idea no están de acuerdo en otras muchas cosas; por ejemplo, muchos de ellos piensan que es una pena que eso sea así y otros que menos mal que eso es así… Pero siguen compartiendo la mayor: sin ellos, nada es posible.

A esa idea, construida intencionadamente, se suma un pensamiento –también conservador– muy potente: aquí no puede surgir nada nuevo al margen de los viejos conocidos políticos, porque España es así… Quienes así reflexionan suelen recordar intentos «fallidos» de otros momentos de la reciente historia de España, como la Operación Roca o el CDS. Como si la España de hoy –y sus problemas– tuviera que ver con la de aquellos momentos.

Pues bien, frente a ese conservadurismo mental queremos levantar y sostener una bandera: la bandera del libre albedrío, de la independencia de criterio, de la capacidad del ser humano para provocar cambios profundos en la sociedad en la que vive. No es una alternativa partidaria la que estoy defendiendo en este artículo; es fundamentalmente un llamamiento al ciudadano que todos llevamos dentro, a la fuerza poderosa de su voluntad individual, a la necesidad de recuperar el valor de dar la batalla antes de resignarse a darla por perdida.

Tengo ya sesenta y un años, y he oído tantas veces a lo largo de mi vida: «no es posible», que de haber hecho caso nunca hubiera emprendido nada. La experiencia me ha demostrado que cuando algo es necesario termina siendo posible; por muy difícil que pueda parecer ( y resultar) o por mucho tiempo que se tarde en lograr el objetivo. Por eso no es ninguna ingenuidad por mi parte afirmar que en España estamos en condiciones de que se produzca, políticamente, el efecto mariposa, ese pequeño cambio que no es sólo un concepto complejo aplicable en las predicciones meteorológicas o científicas, sino que es toda una filosofía de vida. Porque el campo de la política –que no es sino la implicación de los ciudadanos para construir un determinado modelo de sociedad– , también es un sistema caótico y su comportamiento concreto no siempre es previsible.

Fue Edward Lorenz, un meteorólogo, quien demostró que la más mínima variación en las condiciones iniciales de un sistema (algo tan simple como utilizar tres o seis decimales) llevaba a grandes diferencias en las predicciones del modelo. O sea, que cambios minúsculos en el comportamiento de las personas conducen a resultados totalmente divergentes. En suma, que un pequeño gesto (la simple elección de los ciudadanos, libres de prejuicios) puede ocasionar grandes transformaciones en nuestra vida y en la de nuestros conciudadanos. Toda una revolución democrática que depende, eso es lo importante, de la voluntad de cada uno de nosotros. ¿Lo hacemos o nos resignamos a aguantar lo que nos echen?

Rosa Díez es diputada Nacional y portavoz de Unión Progreso y Democracia (UPyD).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *