El efecto mariposa

Su nombre es tan sugestivo que es difícil no usarlo al analizar los últimos acontecimientos en la política española. Que el aleteo de una mariposa en China pueda desencadenar un tsunami en Europa parece sacado de una novela de ciencia-ficción o de una película de extraterrestres. Pero algo así acaba de ocurrir en Murcia, donde un seísmo político de fuerza 9 ha echado por tierra el plan para dar la vuelta al Gobierno de aquella comunidad, con fuertes sacudidas en Madrid y otras ciudades españolas. Es verdad que la realidad nos muestra que los tsunamis tienen causas más amplias y profundas que el vuelo de las mariposas. Diría incluso que todas las mariposas batiendo simultáneamente sus alas nunca producirían un efecto semejante al de un maremoto. Pero la metáfora se mantiene, vistas las consecuencias: nunca tan poco ha surtido tanto efecto, lo que advierte de que la política no puede dejarse en manos de niños, resentidos o ignorantes, que fue el caso.

Nos hallamos en otro de esos momentos críticos de la Historia que igual anuncian un cambio de era que una vuelta al pasado, preguntándonos la causa y adónde nos conducirá. Lo más inquietante es que se repiten cada vez con más frecuencia. Hace medio siglo, los rusos pusieron un hombre en órbita terrestre, con los norteamericanos plantándolo en la Luna. La era espacial había empezado, y a estas alturas deberíamos estar sembrando de colonias nuestro sistema solar. Pero a lo más que hemos llegado es a enviar robots a Marte, ya que crear la atmósfera que el hombre necesita es demasiado complicado. Siguió la caída del Muro de Berlín, que iba a significar nada más y nada menos que ‘el fin de la Historia’, al haber resuelto nuestros dos grandes desafíos: el político, con la democracia vencedora de todos los demás sistemas, y el económico, con el mercado regulador de todas las diferencias. Echen una ojeada al mundo y verán en qué han quedado aquellos sueños. El ataque a las Torres Gemelas neoyorquinas marcó el inicio de otra era de inestabilidad, en la que ni siquiera los norteamericanos se sentían seguros en su casa, y la crisis económica de 2008 trajo billones de pérdidas y millones de parados en el considerado Primer Mundo. Reproducida diez años más tarde, junto a una pandemia protagonizada por un virus tan letal como contagioso, nacido en China, que pronto campeó por el entero mundo como si le perteneciese, sin respetar razas ni tipos de sociedad.

Cada una de esas crisis puede marcar una nueva era, con nuevos problemas y más difícil solución. Lo amedrentador de ello es que se repiten con plazos cada vez más cortos, obligándonos a replantearnos el sentido de la Historia y el papel del hombre en ella, justo cuando se creía el rey y señor del Universo. La definición de Hegel, «la larga marcha de la humanidad hacia la libertad», se ha quedado desfasada, ya que está visto que la Historia no marcha en línea recta, hace curvas e incluso retrocede si el obstáculo que encuentra es demasiado grande para tomarlo al asalto. De ahí que la interpretación de Vico, que la veía como una serie de círculos concéntricos, que repiten los acontecimientos con más fuerza en cada envite, resulte más plausible, sobre todo si pensamos que cada acción tiene su reacción, lo que a la postre produce el progreso. Si le añadimos los avances de la ciencia, cada vez más rápidos, empezamos a entender el Universo en que vivimos, con los científicos como gurús que anuncian el futuro y en muchos aspectos determinan las decisiones del gobierno, o sea, gobiernan. Lo malo es que no todas las ciencias son exactas. De hecho, sólo las matemáticas lo son. El resto tienen un largo camino por delante hasta haber aclarado todos los misterios de su campo. El propio Monod, que defendió la llegada de los científicos al poder, tuvo que echar mano del azar en su famoso libro para cubrir esas desnudeces. Y estamos viendo que el virus escapa en diversas cepas una vez que toma contacto con nuestro sistema inmunológico. Aparte de que ¿no estaremos llamando azar, o casualidad, a lo que realmente es ignorancia de lo que aún desconocemos? El haber descifrado nuestro código genético permitió combatir males que antes eran un misterio, y los investigadores del ‘Proyecto Cerebro’ buscan denodadamente la piedra Rosetta con que nuestras neuronas dan órdenes al resto del organismo para afrontar enfermedades como el alzhéimer, hasta ahora sin curación. Lo conseguirán, sin duda. La incógnita es cuándo.

Pero volvamos a nuestro caso y momento. Con quienquiera que uno se comunique, de palabra o por internet, encuentra la misma actitud e indignación: ¿cómo hemos podido llegar a esto, cuando habíamos alcanzado el sueño de nuestros abuelos, estar en Europa, tener una democracia, alcanzar uno de los índices más altos de longevidad y figurar entre los más visitados?

Pues por algo tan simple como tenerlo ante los ojos y no darnos cuenta: porque España es, en efecto, diferente. Ya sé que todos los países lo son. Pero España lo es por historia y geografía, nodriza de naciones. La más occidental de las tres penínsulas mediterráneas, con África al sur y América enfrente, con las que estuvo unida algún tiempo, siempre se ha sentido atraía por ellas, tanto o más que por el resto de Europa, de la que la separa la barrera de los Pirineos y con la que estuvo unida únicamente durante el Imperio Romano, sin participar en los acontecimientos europeos -guerras de los Cien y Treinta Años- durante la Edad Media. Tampoco participó en las Cruzadas, por tener una dentro de casa, para expulsar a los árabes. El mismo año que lo lograba, descubría América y empieza a crear un imperio más allá de los dos grandes océanos. Se extendió también por Europa, pero a costa de mucha sangre, dinero y tiempo. Tampoco participó en las Guerras de Religión, aunque las tuvo en casa con las Carlistas, ni en las dos Mundiales del siglo XX.

No voy a meterme en la polémica Unamuno-Ortega sobre la europeización, por anticuada, pero que España ha vivido largo tiempo de espaldas a Europa, y viceversa, es evidente. Como que ha llegado de sobra el momento de incorporarnos a ella. Encontrándonos con notables discrepancias. La más seria: que nuestra idea de la democracia, el gobierno, la justicia y la libertad es mucho más elemental, primitiva si lo quieren, que la de los franceses, alemanes y no digamos ingleses, pulida por siglos de práctica. Nuestra derecha e izquierda son mucho más radicales que las suyas. Algo que dificulta el entendimiento dentro del mismo ideario, y empuja al choque. Incluso dentro de los que se consideran liberales hay diferencias, pues todos ellos, más que bisagras, quieren el poder, como le ocurrió a Ciudadanos. De ahí que el ambiente político se asemeje cada vez más al de los años 30 del siglo pasado, con dos bloque pétreos, el ‘nacional’ y el ‘republicano’ que sólo esperan la ocasión para lanzarse uno contra el otro. El alza del nivel de vida y el rechazo europeo frenan tan suicida tendencia. Pero cuando el odio, la rabia, la ignorancia y la frustración alcanzan cierto nivel, no hay quien los frene. Y andan sueltos por nuestro país. Quiero decir, contradiciéndome, que en tal caso bastaría el aleteo de una mariposa en China para precipitar la tragedia. Aunque espero y deseo equivocarme.

José María Carrascal es periodista.

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