El efecto Núñez Feijóo

Alberto Núñez Feijóo no es el primer presidente autonómico que consigue cuatro mayorías absolutas consecutivas, pero sí es el primero que consigue traspasar el nivel autonómico de la política como consecuencia de tan brillante cursus honorum. José Bono estuvo a punto de conseguirlo por su parte, pero los guerristas no dudaron en unir sus votos a los de Pascual Maragall con tal de cerrarle el paso en el congreso socialista del año 2000. Ambos (Feijóo y Bono) fueron capaces de convertir sus respectivos partidos en hegemónicos durante más de una década y de proporcionar así una garantía de estabilidad para sus respectivas comunidades. Distinto es el caso de Aznar, que, como se recordará, ni siquiera llegó a agotar su primera legislatura como presidente de la Junta de Castilla y León, pero que pasó a protagonizar, sin solución de continuidad, la operación sucesoria diseñada por Manuel Fraga a finales de los 80. En cualquier caso, se trata de perfiles que contrastan con el de los que protagonizaron la repetición de las elecciones de 2019, representantes genuinos de una generación de políticos adolescentes que eludieron la responsabilidad de desbloquear la situación a riesgo de sucumbir en el intento (véase una antología selecta de errores estratégicos y faltas de responsabilidad en Errores que arruinaron la 'nueva política', EL MUNDO, 1/06/2021).

Esta es, por tanto, la primera vez que un presidente autonómico aspira a la presidencia del Gobierno nacional por derecho propio, lo que plantea la inevitable pregunta: ¿qué aporta Núñez Feijóo a la marca que representa? Como es bien conocido, él mismo hace gala de algunos de sus rasgos de imagen más notorios, como son la moderación, la competencia y la previsibilidad, rasgos que ya tienen traducción numérica en el barómetro de abril del CIS. En una primera aproximación, Feijóo mejora claramente los registros de Casado, pues así como este conseguía una valoración de 3,4 entre enero y marzo (media ponderada del trimestre), Feijóo consigue 5,2 en abril. Este primer dato va acompañado de una mejora sensible en la intención de voto al PP, pues así como el PP de Casado conseguía una intención del 23% en el citado trimestre (cuatro puntos por detrás del PSOE), Feijóo coloca al PP en una situación de empate técnico con el PSOE en abril (28%). Estos datos están en línea con las últimas estimaciones realizadas por las empresas demoscópicas, así que trataré de ir más allá de estas primeras evidencias, a fin de responder a las siguientes preguntas: ¿en qué medida los candidatos nacionales (Sánchez, Feijóo, Díaz y Abascal) son propulsores eficaces del voto a sus respectivas marcas? Y, más importante aún: ¿en qué medida estos candidatos suscitan el rechazo de los votantes de los demás partidos? Pues en la medida en que estos candidatos sean capaces de reducir los rechazos cruzados, podemos encontrar una primera pista de posibles transferencias de voto entre partidos que, según algunas encuestas, ya se estaría produciendo. Desde este punto de vista, la cuestión ya no es si Feijóo resulta mejor propulsor del voto que Casado (que lo es), sino que, a diferencia de Casado, sufre menos rechazo por parte de los votantes de los partidos colindantes, cosa que ya tanto Ciudadanos como el PSOE han empezado a notar.

Conviene advertir de entrada que la valoración de líderes tiene un valor relativo. Recordemos que líderes que contaban con buena valoración, como Julio Anguita, nunca rebasaron el 10% del voto. La cuestión no es, por tanto, si un líder saca mejor nota que otro, sino que cada líder tiene un umbral de valoración a partir del cual la probabilidad de voto a su marca respectiva aumenta o disminuye. Para ilustrar la cuestión, basta contraponer los ejemplos de Yolanda Díaz y Santiago Abascal: mientras Abascal consigue la mitad de los votos de los que lo puntúan con un 7, Díaz necesita una puntuación de 10 para obtener la misma proporción de votantes. La razón es sencilla: hay votantes socialistas que califican muy bien a Yolanda Díaz pero que solo la votarían si fuese en las listas del PSOE. En consecuencia, Yolanda Díaz sigue obteniendo una valoración por encima de sus posibilidades (5,1), dadas las dificultades organizativas con que tropieza el lanzamiento de su tantas veces anunciado proyecto (dificultades apenas disimuladas por la perífrasis de Pedro Sánchez: "el espacio que representa Yolanda Díaz"). De hecho, Unidas Podemos ha vuelto a caer al 10% de intención de voto, el mismo nivel en que lo dejó Pablo Iglesias, después de varios meses en los que la vicepresidenta segunda consiguió rozar el 12%.

En suma, ha bastado la desestabilización de la economía provocada por la guerra de Putin y la elección por aclamación de Feijóo como líder del PP para abrir paso a un nuevo escenario electoral. De tal manera que el efecto combinado de voto económico (propulsor de voto PP, tal como expliqué en una tribuna anterior: El retorno del voto económico, EL MUNDO, 24/03/2022) y la aparición de un líder que rebasa los límites de su propia marca electoral se ha confabulado para captar voto más allá de la frontera ideológica entre bloques al mismo tiempo que contiene a Vox. Así las cosas, no se trata solo de que el PP haya encontrado un candidato competitivo y experimentado, sino que la nueva situación pone en dificultades a Pedro Sánchez, cuya capacidad de atracción de voto está limitada a su izquierda, como consecuencia del impasse que se ha apoderado de UP. Pues así como el efecto Feijóo es perceptible entre los votantes centrados, el efecto Sánchez se nota, por el contrario, entre los votantes de UP. El dato es susceptible de interpretación, pero todo apunta a que la fijación de Sánchez con Vox como manera de opacar al PP ("el problema del PP es Vox") podía funcionar con el PP de Casado pero ahora mismo ya solo funciona de cara a los votantes de izquierda.

En este contexto opera la propuesta de Feijóo a Sánchez de aliviar la situación económica de las familias, la cual coloca a Sánchez frente al siguiente dilema: si acepta negociar la propuesta entra en el marco del PP (el alivio fiscal como cebo para incentivar el voto económico), pero si la rechaza corre el riesgo de perder a los votantes que han empezado a cruzar la frontera ideológica en busca de refugio ante sus penurias inflacionarias. ¿Encontrarán entre ambos el punto de equilibrio capaz de conciliar las demandas de tipo económico con los acuerdos necesarios para restablecer el normal funcionamiento de las instituciones?

El problema es que el calendario electoral avanza de manera implacable y los reveses electorales de los partidos que gobiernan España se suceden sin tregua desde que Núñez Feijóo consiguiese su cuarta mayoría absoluta en Galicia en el verano de 2020. Desde entonces, hemos pasado por distintos escenarios, entre los cuales el de Andalucía recuerda en cierto modo al que se encontró el PP en las elecciones de 2000, al término de la primera legislatura de Aznar: un Gobierno refrendado por una afortunada combinación de bonanza económica y paz social, ante unos votantes socialistas desmoralizados por las peleas internas, con la diferencia de que el espacio que entonces ocupaba la izquierda neocomunista (IU) está ahora atomizado por la implosión de la izquierda poscomunista (Podemos). Así las cosas, solo queda por saber si en las próximas elecciones andaluzas Vox va a seguir siendo el partido decisivo o, en paralelo con lo ocurrido en Madrid el año pasado, va a ser solamente el testigo invitado a la proclamación de un nuevo eje para entender la política española: el que va de Málaga a La Coruña. Después de todo, si la renovación del socialismo se hizo a partir del eje Sevilla-Bilbao, no sería de extrañar que la renovación conservadora tenga ahora esas coordenadas. Una vez más, la periferia extravertida y atenta a los cambios de época acude en auxilio de las inertes y ensimismadas elites.

Juan Jesús González es catedrático de Sociología de la UNED.

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