El efecto Snowden

El proceso de filtración de información clasificada por parte del ex empleado de la Agencia Nacional de Seguridad americana, Edward Snowden, ha provocado acalorados debates acerca de la privacidad y el derecho internacional que, lamentablemente, han eclipsado la dimensión geoestratégica de sus acciones. En realidad, las revelaciones de Snowden sobre los programas de vigilancia de EE.UU. y su actual lucha para evitar la extradición, revelan mucho sobre la impronta de Barack Obama en las relaciones exteriores de EE.UU.

En el mundo entero, Obama ha generado más expectativas que cualquier otro presidente estadounidense en la memoria reciente. Sin embargo, ha demostrado que su interés principal, si no exclusivo, se centra en asuntos internos lo que conduce a una política exterior de reacción. El asunto Snowden actúa de revelador de este enunciado en tres áreas: las relaciones de EE.UU. y Rusia, la influencia de EE.UU. en América del Sur y las relaciones de EE.UU. con Europa.

La gestión del asunto por Moscú es indicativa de la tensión existente en las relaciones entre EE.UU. y Rusia. A raíz del fracaso del "reset" de las relaciones bilaterales, Rusia ha priorizado mantener su posición en el mundo en contraposición a EE.UU., provocando que muchos analistas recuperen, a ambos lados del atlántico, el vocabulario de la Guerra Fría. Más importante aún, el Kremlin utiliza la relación con EE.UU. para consolidar su posición interna. EE.UU. ha caído en esta trampa, proporcionando al presidente Vladimir Putin argumentos para reforzar su política.

Putin utiliza el antiamericanismo como herramienta eficaz en la contención del descontento interno. Actos como la promulgación por el Congreso de EE.UU. de la Ley Magnitsky -presentada como una provocación estadounidense- han permitido al Kremlin lograr apoyos con la adopción de medidas de represalia tales como la prohibición de las adopciones internacionales, al tiempo que ha servido de cortina de humo a la ofensiva contra la oposición interna.

Desde la intervención de Libia por la OTAN en 2011, interpretada por el Kremlin como un ejemplo más de extralimitación de Occidente, la posición internacional de Rusia se ha caracterizado por una creciente agresividad manifestada de forma principal como oposición a EE.UU.. El férreo apoyo de Rusia al régimen de Bashar al-Assad en Siria es un claro ejemplo. La negativa de Rusia de entregar a Snowden, bajo el pretexto del cumplimiento estricto de la normativa internacional, constituye una irónica pirueta de Putin frente a Obama, al presentarse como defensor de la legalidad y los derechos humanos.

Este golpe teatral alcanza toda su dimensión con la cínica afirmación de Putin de que Rusia sólo permitiría a Snowden quedarse si detuviera la filtración de información "destinada a infligir daño a nuestros socios estadounidenses". Sin duda, Putin no se opondría a que estos daños se perpetrasen a puerta cerrada, con los servicios de seguridad rusos recogiendo esa información.

Por otra parte, el asunto Snowden refuerza la percepción de que EE.UU. está perdiendo su influencia en América del Sur. Pese a alguna excepción destacada, como el embajador de EE.UU. en Brasil Tom Shannon, hace tiempo que la diplomacia de EE.UU. carece de una visión estratégica para América Latina. También en esta región, la elección de Barack Obama en 2008 creó grandes expectativas, pero el enfoque de su administración ha sido, en el mejor de los casos discutible y con frecuencia incompetente.

Mientras que la influencia de China en América Latina se multiplica, la pasividad caracteriza la política de EE.UU.. La visita de Obama en Mayo se presentó como un esfuerzo por revitalizar las relaciones en el contexto del auge de la región Asia-Pacífico. Lamentablemente, es difícil superar, con un solo gesto, tanta siembra equivocada.

En efecto, EE.UU. es con diferencia el socio comercial más importante de Ecuador, y concentra más de un tercio de su comercio exterior. Sin embargo, ante la posibilidad de que Ecuador pudiera conceder asilo a Snowden, EE.UU. manifestó una clara debilidad, con el vicepresidente Joe Biden intercediendo personalmente ante el ecuatoriano Rafael Correa, mientras Obama anunciaba que no se iba a involucrar en ningún "trapicheo político" en aras de la extradición.

Por otra parte, la amenaza proferida por varios responsables americanos de cortar la ayuda a Ecuador que ronda unos modestos $ 12 millones evidencia esa aproximación torpe, poco propia de una gran potencia. Las fuentes tradicionales de influencia de EE.UU. –el soft power, las alianzas regionales, y el apalancamiento financiero- parecen estar agotadas. El mensaje al mundo es claro: EE.UU. no es el poder regional que debiera ser.

Por último, y volviendo a Europa, la actitud impertinente de Obama respecto de la supuesta vigilancia a la UE muestra que el excepcionalismo americano está vivo y goza de buena salud. En vez de reconocer la legitimidad de las preocupaciones europeas, les restó importancia frivolizándolas: "[Os] garantizo que en las capitales europeas hay personas que están interesadas, si no en mi desayuno, en mis notas preparatorias de las reuniones con sus dirigentes".

EE.UU. tiene un interés claro en obtener datos para el análisis de la toma de decisiones de sus aliados europeos, más allá de lo que pueda arrojar una llamada, por ejemplo, a la canciller alemana Angela Merkel. Siendo realistas y aceptando que el espionaje es parte de las herramientas de trabajo empleadas por EE.UU., los europeos aspiramos a que esta actividad se lleve a cabo de forma responsable. Pero, al ignorar las preocupaciones europeas sobre el desarrollo de esta vigilancia, Obama ha caído en uno de los peores hábitos de EE.UU.- la condescendencia con Europa.

Los europeos han planteado serias dudas sobre las prácticas empleadas por los servicios de inteligencia de EE.UU. que van desde la falta de profesionalidad que refleja encargar a contratistas externos este tipo de trabajos, a la diferente clasificación de los miembros de la Unión: mientras que países como el Reino Unido y Nueva Zelanda quedan exentos de este trato, el resto de la UE entra en la categoría de carne de espionaje.

La amarga ironía es que esta imprevisible nefasta coyuntura coincide con la puesta en marcha por la UE y los EE.UU. de su empresa común más ambiciosa desde la creación de la OTAN: un acuerdo de libre comercio e inversión transatlántico. En aras de este proyecto, ¿es demasiado pedir a los americanos que desempeñen con conocimiento, habilidad y profesionalismo su papel internacional, y que traten a sus socios con respeto?
Ana Palacio, a former Spanish foreign minister and former Senior Vice President of the World Bank, is a member of the Spanish Council of State.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *