El efecto soufflé y la volatilidad electoral

Las últimas encuestas publicadas han venido a reforzar los resultados de las elecciones andaluzas, haciéndonos recordar que todo lo que sube habrá de bajar, como dicen en la Bolsa. En efecto, parece que PP, IU o UPyD se desfondan mientras Ciudadanos se dispara hacia lo alto. Pero el caso más peculiar es Podemos, cuyo ascenso interruptus ahora suena a triunfo fallido porque abrigaban expectativas de ganar mucho más. Así se ha planteado la hipótesis de que, tras tocar techo en invierno, ya no cabe esperar que siga creciendo y, antes al contrario, comenzará a declinar. Su ventana de oportunidad abierta con las elecciones europeas estaría empezando a cerrarse antes de alcanzar verdadero poder real, y mucho menos la augurada mayoría popular. Y si tales indicios se confirman en mayo, eso significará que Podemos ha sido otro soufflé como el procés catalán, entendiendo por ello un alza súbita de expectativas electorales predestinadas a frustrarse al poco tiempo.

En efecto, de la aventura soberanista emprendida por Artur Mas se pudo pronosticar lo mismo: más dura será su caída, pues todo lo que sube habrá de bajar. El independentismo tocó hace dos años su techo mayoritario con un 55%, según los datos del CEO (el CIS catalán). Pero tras la eclosión de Podemos y la confesión de Pujol, comenzó a descender hasta llegar al 44% del último barómetro del CEO, mientras el rechazo de la independencia pasaba del 38% en 2013 al 48% de febrero pasado. Parece pues evidente, como reconoció Artur Mas al Wall Street Journal, que el favor popular ha comenzado a evadirse del procés soberanista para dejarse atraer por el nuevo imán de Podemos.

En realidad, ambos soufflés surgieron por efecto de la desafección política ante la corrupción y la austeridad, fermentando en el caldo de cultivo del 15-M que floreció después con la PAH y las mareas blanca y verde. Así brotó de la Diada de 2012 el soufflé soberanista que aconsejó a Mas encabezar el procés, culminando con la gran cadena humana de Portbou a Vinaròs. Mientras que el soufflé de Podemos creado a su imagen y semejanza hubo de esperar a 2014, cuando hizo eclosión contra todo pronóstico. Y fue a partir de ahí cuando se fue desinflando el soufflé catalán, como se pudo constatar en el simulacro de referendo del 9-N, que no llegó a alcanzar ni dos millones de papeletas. Pero a su vez el soufflé de Podemos ha comenzado a deshincharse en Andalucía por la sorprendente eclosión de Ciudadanos, que no sólo ha desactivado a Podemos sino que también ha desbancado a UPyD, otrora un antiguo soufflé que había atraído a bastantes desafectos.

¿Cómo se entiende esta cadena de alzas y bajas en la participación política que fluctúa de la desafección a la efervescencia y de la euforia a la frustración? ¿A qué se debe esta vertiginosa sucesión de turbulencias políticas que se solapan y suplantan unas a otras? Nos hallamos ante una extremada volatilidad electoral, cuyo errático vaivén demuestra que no obedece a vigorosas corrientes de fondo, ancladas estructuralmente, sino a las volubles tendencias que confluyen en la superficie de las aguas políticas, permanentemente agitadas por cambiantes climas de opinión. Una volatilidad originada en el fuerte incremento de la desafección política que arrancó en mayo de 2010 (inicio del austericidio) para alcanzar su cénit en febrero de 2013 (papeles de Bárcenas), determinando la pérdida de fidelidad de los votantes y su permanente disponibilidad para abrazar las causas más novedosas y entusiastas, por ruinosas o irrealizables que puedan resultar.

Pero se trata de una volatilidad que no sólo afecta a los viejos partidos de la casta, PP, PSOE e IU, sino que también se ceba con los nuevos partidos emergentes, estrellas fugaces que tras un periodo de auge pronto se desfondan ante la llegada de nuevos soufflés de reemplazo. De modo que la volatilidad causada por la desafección afecta tanto a los partidos del régimen como a los de refresco o de recambio que se ofrecen a regenerarlo. Ahora bien, la diferencia entre una y otra volatilidad es que los partidos más antiguos parecen conservar intacto un suelo electoral de reserva debido a la fidelidad de su núcleo duro de votantes, como acaba de demostrar la fuerte resistencia contra Podemos opuesta por el socialismo andaluz. Quien tuvo, retuvo. Mientras que en cambio los nuevos partidos emergentes no parecen disponer de un suelo electoral comparable, ya que sus recientes votantes están dispuestos a abandonarlos a las primeras de cambio como acaba de revelar el hundimiento de UPyD. Y es que la continuidad histórica de la que carecen los nuevos dota a los viejos de una especie de seguro contra la volatilidad, garantizándoles una caja de resistencia para afrontar su vejez.

En todo caso, una vez liberada, la volatilidad queda disponible para entregarse al mejor postor. ¿Cómo entender sus cambiantes turbulencias? Para explicar el procés se aplicó la teoría de la “espiral del silencio” de Noelle-Neumann, sosteniendo que el griterío independentista habría acallado a la mayoría silenciosa reduciéndola al silencio por temor al aislamiento social. Pero este enfoque es demasiado negativo, pues el poder inductor de los climas de opinión no se reduce al aislamiento sino que genera otras espirales más activadoras. Y la clave reside en que los electores forman sus preferencias en función de sus expectativas sobre lo que harán los demás. Si creen que los otros se retraerán, entonces se produce una espiral del silencio. Pero si confían en que los demás protesten o cambien de voto, entonces puede que se sumen al coro.

Aquí me remito al magisterio de Hirschman, quien en su obra maestra Salida, voz y lealtad (1970) identificó las opciones que se abren ante la desafección institucional, que es precisamente nuestro caso actual. Así, a la espiral del silencio (abstencionismo) habría que añadir otras tres espirales más: la espiral de salida (cambio de preferencias), la espiral de la voz (activismo antisistema) y la espiral de la lealtad (fidelidad electoral). Y el que se opte por una u otra opción no depende de la libre decisión personal sino de las expectativas que se abriguen sobre el sentido agregado de las actitudes de los demás.

Esto lleva a dejarse afectar por el abstencionismo, la indignación, el transfuguismo o la fidelidad de los más próximos, según sea el contexto microsocial en que se esté situado, pero también de los más distantes, tal como son percibidos a través de los medios y los memes virales. Pues hoy ya nadie se deja guiar por los viejos líderes de opinión que antes influían verticalmente a escala estatal sino por las redes horizontales de influyentes locales que circundan a cada cual. Pero estas redes sociales son necesariamente transversales, mediadas como están por las nuevas redes digitales que sólo se activan para difundir las últimas epidemias virales. Y aquí siempre se impone el efecto sorpresa que antes o después habrá de verse anulado por la redundancia del efecto repetición cuyo cansancio lo hará declinar.

De ahí que impere el culto a la última novedad que hace envejecer a la novedad anterior a la que termina por suplantar. Ayer el independentismo, hoy Podemos, mañana Ciudadanos y pasado quién sabe. O dicho de otro modo, a la espiral de la lealtad le sucede la espiral de la voz, a ésta la del silencio, y a ésta la de salida. Epidemias miméticas que se ceban con la credulidad del electorado desencantado y desafecto, pero sin embargo dispuesto a dejarse encandilar con nuevas esperanzas destinadas a su vez a frustrarse.

Enrique Gil Calvo es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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