El efecto Weinstein: #MeToo

Estos días estamos viendo cómo decenas de actrices de Hollywood están saliendo a denunciar los abusos y acosos sexuales de Harvey Weinstein. Desde que The New York Times sacara a la luz el historial de acoso del productor de cine, en apenas unos días ya son más de 30 las mujeres que han denunciado que ellas también fueron acosadas o agredidas. Para visibilizar que el acoso es algo que viven una gran mayoría de mujeres y que suele quedar por debajo del radar de la atención pública ha salido estos días la campaña #MeToo, que en apenas horas ya se había viralizado.

A esa campaña también nos hemos sumado muchas mujeres españolas, también mujeres conocidas, mujeres con perfiles públicos y mujeres políticas que hemos hecho visible nuestro derecho a denunciar agresiones, algo a lo que, por cierto, no estamos nada acostumbrados. A los cargos públicos se les exige que muestren invulnerabilidad, y por eso fue tan sorprendente que hace más de un año Ada Colau denunciara en un acto público en el que participábamos varias mujeres de la política y la cultura, una agresión sexual recientemente vivida. Todo lleva a que sintamos que esas fragilidades están mejor escondidas, y por eso las declaraciones de Colau, extrañas en una política, llenaron portadas de forma inmediata. Como ella misma dijo en ese momento, las mujeres que tenemos un perfil público, las políticas pero también las actrices, no solo tenemos el derecho a denunciar una agresión propia, tenemos, sobre todo, la responsabilidad de mostrar todas esas agresiones que sufren mujeres que no tienen un altavoz para contarlas. El acoso sexual no es algo que les ocurra solo a las mujeres de Hollywood, lo viven o lo han vivido la gran mayoría de las mujeres.

Una mujer que conozco sufrió un abuso sexual por parte de su médico en la consulta de su centro de salud y acabó poniendo una denuncia. Cuando el caso llegó a los tribunales salieron a la luz otras mujeres que también habían sufrido abusos sexuales, ¡en esa misma consulta y ese mismo día! Este efecto de denuncia en cadena, el "efecto Weinstein" podríamos llamarlo, se produce en muchas ocasiones y revela dos cosas. Por una parte, pone sobre la mesa la impunidad de quienes agreden desde posiciones de poder; un productor, un médico, un jefe, pero sobre todo un hombre en un mundo en el que ser hombre implica tener más poder. Que Ada Colau fuera acosada siendo alcaldesa de Barcelona o que Teresa Rodríguez fuera agredida siendo diputada y portavoz en el Parlamento andaluz revela hasta qué punto algunos hombres viven la masculinidad como una fuente de poder, privilegios e impunidad incluso frente a mujeres que son cargos públicos y representan a miles de personas.

Por otra parte, el "efecto Weinstein" revela la soledad de las mujeres que, solo si se ven acompañadas por otras mujeres —es decir, porque no se ven acompañadas por la sociedad—, se atreven a denunciar.

Estos días hemos podido leer muchos relatos de experiencias de mujeres en el marco de la campaña #MeToo y, sobre todo, muchas experiencias similares. Entre las cosas compartidas hay una especialmente reveladora: estos casos, además de que no pasan solo en el mundo de las películas o en ciudades lejanas como Hollywood, no pasan en la privacidad, en lugares oscuros o en sitios reservados. Pasan en las calles, en los bares, en los autobuses, los vagones de metro o las oficinas. Pasan en espacios públicos y pasan ante la vista de todos, como durante años y años en Hollywood ha pasado lo que era un “secreto a voces”.

Es ese consentimiento colectivo, ese silencio atronador, el que calla a las mujeres. Si la mayoría de las veces no nos atrevemos a gritar, si a veces no nos defendemos ni pedimos ayuda es porque cuando miramos a nuestro alrededor vemos que nadie se extraña. Si a todo el mundo le parece normal, ¿seré yo quizás la que exagera? O, ¿me quedaré sola si me enfrento? Pero aún más, porque hay un efecto aun más perverso y es cuando la culpa se vuelve contra nosotras. Nos bajamos del autobús, salimos del bar o nos vamos del despacho y de pronto nos invade la rabia, la sensación de que no nos hemos defendido como debíamos. ¿Por qué no grité, por qué no le empujé, por qué no denuncié, por qué no me defendí mejor, por qué dudé de mí misma? Y a continuación la misma rabia cuando te dicen: ¿por qué no gritaste, por qué no le empujaste, por qué no denunciaste, por qué no te defendiste mejor, por qué dudaste de ti misma?

Si los abusos de Weinstein han ocurrido durante años, si esas situaciones que tantas mujeres hemos relatado en la campaña #MeToo son normales, es precisamente porque ocurren todos los días y ante la mirada de todos y todas. Para que dejen de serlo no solamente tenemos que identificarlas, reconocerlas y denunciarlas las mujeres sino el conjunto de la sociedad.

Clara Serra es diputada de Podemos.

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