El ejército europeo de Juncker, una herramienta más política que de defensa

Jean-Claude Juncker ha resucitado el debate sobre un ejército europeo, una vieja aspiración periódicamente torpedeada. En los años 50, cuando el proceso de integración europea se encontraba en fase embrionaria, seis naciones lideraron la Comunidad Europea de Defensa. Su objetivo era establecer un ejército europeo supranacional como alternativa al rearme alemán, pero dicha Comunidad nunca vio la luz debido al rechazo del país promotor de la iniciativa, Francia. En los años 90, cuando el Tratado de Maastricht puso en marcha la Política Europea de Seguridad Común, su pata militar también quedó mermada por las reticencias de los estados más atlantistas a constituir una defensa común europea.

Dos décadas después, no faltan razones para avanzar hacia un ejército común. Por un lado, la UE se encuentra rodeada de un creciente número de crisis internacionales que requieren un mayor foco en cuestiones de seguridad, defensa y posicionamiento geoestratégico. Las crisis en Ucrania, Siria o Libia son solo la punta del iceberg de lo que algunos han denominado un “arco de inestabilidad” que recorre las fronteras del viejo continente. Además, la amenaza terrorista en suelo europeo, ejemplificada recientemente por los atentados de Charlie Hebdo, ha fomentado la securitización de las agendas políticas nacionales.

Por otro lado, la crisis económica y las políticas de austeridad han mermado el gasto y las capacidades nacionales en materia de defensa. Ello ha puesto de relieve un necesario refuerzo de la cooperación europea para evitar duplicidades y el derroche de unos presupuestos de defensa que en contadas ocasiones llegan al 2% del PIB (objetivo acordado en el marco de la OTAN para 2024).

En este contexto, la propuesta del presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, de avanzar hacia la creación de un ejército pan-europeo parece una eficaz solución para aquellos asuntos que los estados miembros no pueden abordar por si solos. Y ello a pesar de que la defensa común haya sido tradicionalmente una de las mayores fuerzas de desunión entre los países europeos. La debilidad estratégica de la Unión ante un vecindario inestable y la tendencia de sus estados a la desmilitarización deberían ser, según Juncker, elementos suficientes para dotar a la Unión de mayor protagonismo en materia de defensa.

La propuesta de Juncker, sin embargo, poco tiene que ver con los debates actuales sobre defensa europea. A nivel jurídico-institucional, los Tratados no dejan lugar a dudas sobre la primacía de los Estados Miembros en seguridad y defensa. El Consejo Europeo y el Consejo de Asuntos Exteriores son las instituciones protagonistas en el proceso de toma de decisiones, siendo el papel de la Comisión Europea el de actor invitado. Los Tratados recogen también que la OTAN, a través de su cláusula de defensa mutua, es la principal garante de la defensa del territorio europeo. Además, las dinámicas nacionales se han impuesto en las recientes operaciones militares lideradas por estados europeos. Tanto en la intervención que facilitó la caída del régimen de Gaddafi en Libia como en la lucha contra el jihadismo en Mali, los socios europeos prefirieron actuar mediante coaliciones ad hoc, dejando a las instituciones europeas en último plano.

Pero más allá de dichos elementos, las actuales discusiones sobre defensa europea tampoco pivotan sobre la idea de crear un ejército pan-europeo. Las múltiples instituciones de Bruselas con responsabilidades en la materia -como la Agencia Europea de Defensa, el Comité Militar y el Estado Mayor de la UE y los órganos de apoyo operativo a la Política Común de Seguridad y Defensa, entre otros- centran sus debates en la consecución de compromisos ya adquiridos y plasmados en los Tratados.

Por un lado, la cooperación estructurada permanente permite a los Estados aumentar su cooperación y capacidades militares a través de la participación en fuerzas multinacionales, en programas europeos de equipamiento militar y en las actividades de la Agencia Europea de Defensa. Por el otro, la iniciativa “pooling and sharing” prevé que los Estados Miembros desarrollen conjuntamente capacidades militares, incluyendo cooperación en la planificación militar y la toma de decisiones. Así que, si la seguridad y defensa no son los elementos centrales de la propuesta de Juncker, ¿qué hay detrás?

Desde su nombramiento, la Comisión Juncker se ha marcado el objetivo de aumentar su perfil en política exterior -territorio reservado por excelencia de los Estados Miembros-. En la carta que el Presidente de la Comisión remitió a la Alta Representante, Federica Mogherini, antes de su nombramiento, destacaba la petición de crear una célula de política exterior bajo el liderazgo de Mogherini, encargada también de coordinar el trabajo de los comisarios con responsabilidades en acción exterior. Posteriormente, Juncker nombró al antiguo Comisario Michel Barnier asesor personal en Política de Defensa y Seguridad.

Como ya hiciera en materia económica mediante el Plan Juncker para el empleo, el crecimiento y la inversión, el luxemburgués ha movido ficha para reforzar el protagonismo de la Comisión en debates centrales de la agenda europea. Si ese Plan contrarrestó la centralidad del Eurogrupo y el Consejo Europeo en la gestión de la crisis económica, la propuesta del ejército europeo ha servido para apuntalar el papel de la Comisión en política exterior y de defensa. Puede que la iniciativa no contribuya a resolver los debates actuales sobre defensa europea ni sea una propuesta realista para el establecimiento de un ejército pan-europeo. Pero sí permitirá a la Comisión marcar perfil político de cara al Consejo Europeo de junio de 2015, donde los jefes de Estado y gobierno debatirán el progreso de la Unión en materia de defensa.

Pol Morillas, investigador principal, CIDOB.

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