El ejército turco arroja el guante

Tema: La amenaza del ejército turco de intervenir si el próximo presidente del país es islamista sumió a Turquía, que está negociando su ingreso en la UE, en su mayor crisis política desde 1997, cuando un golpe de Estado “blando” acabó con un Gobierno dominado por los islamistas. La decisión de convocar elecciones generales anticipadas el 22 de julio, y posiblemente, también presidenciales al mismo tiempo (por primera vez por votación popular y no parlamentaria) permitió salir del actual impasse político, pero no resolverá de por sí el problema fundamental de tener que conciliar el rígido laicismo turco con una democracia liberal moderna.

Resumen: La crisis surgió a raíz de la amenaza militar de intervenir si el Partido de la Justicia y Desarrollo (AKP, por sus iniciales en turco), actualmente en el gobierno y de raíces islamistas, mantiene como candidato a la presidencia a Abdulá Gül, su ministro de Asuntos Exteriores. El primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, rompió la tradición y desafió abiertamente a las fuerzas armadas, los autoproclamados guardianes de la constitución laica. Su portavoz les recordó que, constitucionalmente, las fuerzas armadas son quienes están obligadas a acatar las órdenes del primer ministro, y no a la inversa. Gül se negó a retirar su candidatura y, tras la decisión del Tribunal Constitucional, el bastión del laicismo, de obstaculizar su candidatura por el cuestionable motivo de que no se había conseguido en el parlamento el quórum necesario para elegirlo, Erdogan decidió adelantar las elecciones generales previstas para noviembre. Lo más probable es que, aún así, salga reelegido el AKP.

Análisis

Antecedentes

Las primeras muestras de descontento de la Turquía “laica” se produjeron el 14 de abril, cuando unas 400.000 personas se reunieron frente al mausoleo de Mustafá Kemal Atatürk, fundador de la República de Turquía en 1923, para protestar contra la posible candidatura a la presidencia del país propuesta por Recep Tayyip Erdogan, el actual primer ministro, cuyo partido, el AKP, obtuvo una aplastante victoria en las elecciones de 2002 y ostenta 353 de los 550 escaños del parlamento, el órgano responsable de elegir al presidente. Una enorme bandera turca se desplegó en el mausoleo entre los manifestantes de la administración pública, la judicatura y otros segmentos de la sociedad, conocidos como los “poderes fácticos”, encabezados por el ejército. Indudablemente, aquella demostración de fuerza persuadió a Erdogan de no optar a la presidencia, decisión que tomó el 24 de abril, momento en el cual su familia ya le había pedido también que no presentase su candidatura. El General Yaşar Büyükanit, jefe del Estado Mayor, había expresado su esperanza de que el próximo presidente fuera alguien leal al principio del secularismo de la república, “no sólo de palabra, sino también con hechos”.

Todo apuntaba a que Vecdi Gönül, ministro de Defensa, sería el candidato presidencial. Éste no procede de la rama del Partido del Bienestar (islamista y precursor del AKP) y su mujer, a diferencia de las de Erdogan y Gül, no usa hiyab (como se calcula que hace el 55% de las turcas), prohibido en los edificios públicos.[1] Bülent Arinç, portavoz del parlamento y peso pesado dentro del AKP, también albergaba ambiciones presidenciales y, según fuentes cercanas, vetó a Gönül. Arinç sugirió el mes pasado que el próximo presidente debía ser devoto, e incluso alardeó de superar tácticamente a Erdogan durante el proceso de nombramiento. También ha propuesto que se redefina la versión turca del laicismo. Todas estas declaraciones han molestado tremendamente al ejército. Tomando una decisión inteligente, el AKP eligió como candidato presidencial a Abdulá Gül, ministro de Asuntos Exteriores, una figura carismática y respetada en el escenario diplomático europeo por dirigir los esfuerzos destinados a conseguir el ingreso de Turquía en la UE.

Sin embargo, esto no ha bastado para aplacar al ejército, que probablemente no iba a estar dispuesto a aceptar a ningún candidato del AKP, y varias horas después de que el parlamento votase el 27 de abril en primera ronda y no consiguiera llegar a un acuerdo en torno a Gül (el AKP se quedó a 10 votos de la mayoría de dos tercios necesaria), el ejército publicó una declaración en su página web en la que señalaba que se habían producido intentos de socavar el secularismo. Citaba cuatro ejemplos de actos religiosos organizados durante las celebraciones del día nacional, el 23 de abril, en que se conmemora la convocatoria del primer parlamento en 1920. En la declaración se criticaba a los gobernadores por no haber impedido estos actos; el mensaje implícito era que los órganos estatales no estaban haciendo su trabajo. Después se mencionaban los debates sobre el secularismo en el contexto del proceso de elección presidencial y se señalaba abiertamente que las fuerzas armadas no dudarían en cumplir su obligación legal (en virtud de la Constitución turca de 1980, redactada en gran parte después del golpe de Estado) de proteger el secularismo, y que nadie debía dudar de su determinación a hacerlo. Los turcos bautizaron este ultimátum como “golpe electrónico” o “golpe virtual”. Algunas fuentes se preguntan si la declaración contaba con el beneplácito expreso de la cúpula militar. Hay quienes consideran que el momento en que se produjo y lo errático de su prosa podrían apuntar a que la declaración fue una medida de última hora para evitar una intervención militar más directa.

La oposición, liderada por el Partido Republicano del Pueblo (CHP, por sus iniciales en turco), creado en torno a Atatürk, boicoteó la votación parlamentaria y posteriormente solicitó al Tribunal Constitucional, el órgano legal de mayor rango (entre cuyos antiguos presidentes figura Ahmet Necdet Sezer, actual presidente de la República), que anulara esa votación por no haberse alcanzado el quórum parlamentario necesario de dos tercios de los 550 diputados. El 29 de abril salieron a las calles de Estambul cerca de un millón de personas para manifestarse por segunda vez contra el Gobierno, profiriendo gritos de “no a los golpes de Estado” y “no a la sharia” (ley islámica).

El Tribunal falló a favor del CHP el 1 de mayo, anulando así la votación parlamentaria del día 9 de ese mismo mes, en la que sólo habría hecho falta el 50% de los votos, un porcentaje con el que el AKP podía contar fácilmente. La decisión del Tribunal no causó demasiada sorpresa, puesto que nueve de sus 11 miembros fueron nombrados por Sezer, militante del movimiento kemalista. Gül declaró que si ese fallo se interpretaba con todo rigor las votaciones parlamentarias por las que se eligió a los tres últimos presidentes tendrían que invalidarse.

La elite laica teme que si el AKP llega a controlar la presidencia además del parlamento y el Gobierno, desaparecería el sistema de controles y equilibrios. El presidente, que jura lealtad al “carácter secular de la República”, es el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, responsable de nombrar a determinados cargos superiores, y tiene poder de veto sobre las leyes que aprueba el parlamento. Sezer no ha dudado en usar ese poder: por ejemplo, vetó a la persona nombrada por Erdogan como gobernador del Banco de Turquía. Tanto Sezer como Büyükanit han declarado en diversas ocasiones que nunca antes se había enfrentado Turquía a una amenaza semejante a la actual. ¿Resultará cierta esta afirmación?

Islam político en Turquía

El año 1972 marcó un punto de inflexión en el auge de las políticas islámicas en Turquía, ya que ese mismo año el Partido de Salvación Nacional (NSP) obtuvo el 11,8% de los votos y 48 escaños en el parlamento (véase la Figura 1). En 1974, el NSP formó un Gobierno de coalición con el Partido Republicano del Pueblo y Necmettin Erbakan, líder del NSP, fue nombrado viceprimer ministro. En las siguientes elecciones generales, celebradas en 1977, el NSP perdió votos, descendiendo hasta el 8,6% y 24 diputados, aunque, con todo, siguió ejerciendo una fugaz influencia en el poder, como parte de una nueva coalición.

El ejército turco arroja el guante

Durante la década de 1980, el sucesor del NSP, el Partido del Bienestar, quedó fuera del parlamento por una serie de cuestiones relacionadas con el golpe de Estado de 1980 (restricciones impuestas a los partidos, prohibiciones a determinadas personas a presentarse a las elecciones, incluido Erbakan, además de cambios en la ley electoral que fijaban un límite del 10% de los votos para obtener un escaño en el parlamento). En 1991, cuando Erbakan volvió a tomar las riendas, el Partido del Bienestar regresó al parlamento uniendo sus fuerzas con las de otros dos partidos para superar la barrera del 10% y ya en 1995, sin necesidad de coligarse, fue el partido más votado al obtener 158 escaños, lo que causó una conmoción entre la clase política. Por aquel entonces, el Partido del Bienestar había logrado movilizar a las clases bajas urbanas, empobrecidas por los cambios en las políticas económicas que se produjeron a partir de 1980, y ocupaba el vacío dejado por el debilitamiento de los partidos de izquierdas. El Partido del Bienestar resultaba especialmente atractivo entre quienes emigraban a Estambul y Ankara desde las zonas rurales, vivían en barriadas y trabajaban en unas condiciones rudimentarias, ya que les ofrecía servicios sociales que el Estado no les facilitaba. Malise Ruthven señala que “la emigración del campo a la ciudad suele conllevar un aumento de la religiosidad, ya que una práctica religiosa más intensa y con mayor conciencia propia compensa los ritmos de vida más relajados de la vida rural… con lo que las clases marginadas de las urbes se vuelven particularmente susceptibles a los mensajes de predicadores populistas”.[2] Los votos al Partido del Bienestar reflejaban asimismo la enorme pérdida de confianza en un sistema político corrupto y desacreditado y la creencia de que las reglas del juego de un partido islamista serían más limpias.

El Partido del Bienestar formó el primer gobierno de coalición de Turquía dirigido por un partido islamista, aunque en junio de 1997 un golpe de Estado “blando” le obligó a abandonar el poder (era la cuarta vez que se obligaba a un gobierno electo a abandonar el poder desde 1960, pero sin derramamiento de sangre). El Tribunal Constitucional disolvió el partido en 1998 y Erbakan fue de nuevo inhabilitado. El sucesor del Partido del Bienestar, el Partido de la Virtud, obtuvo el 15% de los votos en las elecciones generales de abril de 1999, lo que le convirtió en el principal partido de la oposición, con 111 escaños. En 2001, el Tribunal Constitucional ilegalizó el Partido de la Virtud y en 2002 el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), un nuevo partido fundado por Erdogan y Gül como escisión del AKP, obtuvo una victoria aplastante en las elecciones generales, con un 34% de los votos. El Partido de la Virtud se reorganizó bajo el nombre de Partido de la Felicidad, pero no obtuvo más que un 2% de los votos. Prácticamente todos los partidos tradicionales, considerados corruptos por los votantes, fueron eliminados del parlamento, lo que supuso un enorme golpe para el statu quo kemalista. Los resultados del AKP fueron en gran medida una victoria personal de Erdogan y Gül, que habían fundado el partido tras romper con el provocador Erbakan, que trató de situar al país en la senda islamista.

Ninguna de las sucesivas ilegalizaciones de los partidos islamistas han sido efectivas; más bien se ha producido el efecto contrario: la conversión del islam político en una fuerza de masas. La clase dirigente laica no supo comprender que el islamismo turco era un movimiento más que un partido, y que estaba “enraizado en la cultura local, en las relaciones personales, en las redes de la comunidad, y conectado a la política nacional de partidos a través de las organizaciones de ciudadanos”.[3] El AKP es un movimiento de base que ha logrado enfrentarse con éxito al paternalismo autoritario y centralizado del sistema político. Esto explica por qué ha logrado mantener el impulso político, a pesar de todas las ilegalizaciones por las que ha pasado.

Erdogan, antiguo alcalde de Estambul de gran dinamismo, no pudo asumir el cargo de primer ministro con carácter inmediato (fue asumido por Gül) por haber cumplido una condena de 10 meses de cárcel en 1999 y haber sido inhabilitado de por vida para ejercer un cargo público por incitar al odio religioso con ocasión de la lectura en público de un poema (“Las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestras corazas, los minaretes son nuestras bayonetas y los creyentes, nuestros soldados”). Como no podía ocupar su escaño parlamentario por ese motivo, no pudo ocupar el cargo de primer ministro hasta marzo de 2003, una vez que el parlamento controlado por el AKP modificó la constitución y Erdogan ganó las elecciones celebradas para cubrir un escaño vacante en el parlamento.

El AKP lleva 50 años siendo el partido de mayor éxito de Turquía. Su historial de reformas en todos los frentes es superior al de cualquier otro, como era necesario si el Gobierno quería convencer a la UE de que iniciara negociaciones de adhesión como lo hizo en 2005, más de 40 años después de que Turquía se hubiera convertido en miembro asociado de la entonces CEE. Uno de los motivos de que el AKP sea proeuropeo es que cree que la pertenencia a la UE permitirá un mayor grado de libertad para ejercer la religión musulmana (las actividades de algunas minorías cristianas en Turquía también se ven significativamente restringidas). En vez de flirtear con Estados islamistas como Irán (como hizo Erbakan) y aprobar políticas nacionales de carácter populista, Erdogan, ayudado enormemente por Gül (que fue portavoz y secretario de Estado para las Relaciones con el Mundo Islámico del Gobierno de Erbakan), se puso a la fundamental tarea de reformar el poder judicial, la Constitución y la economía (se ha conseguido contener la inflación, la renta media per cápita se ha duplicado prácticamente entre 2003 y 2006 hasta alcanzar los 5.477 dólares y han tenido lugar grandes entradas de inversión extranjera directa). Ha mejorado el respeto de los derechos humanos y la libertad de prensa, aunque no lo suficiente, y se ha reducido el poder de los militares, especialmente en el Consejo de Seguridad Nacional, una especie de gobierno en la sombra, aunque tampoco lo suficiente, como ponen de manifiesto los últimos acontecimientos. El AKP no ha destruido el orden secular ni ha creado una sola ley que intente allanar el camino hacia el fundamentalismo islámico. En cuanto se ha producido el más mínimo intento de adoptar medidas radicales como la propuesta de tipificar el adulterio como delito, la sociedad ha reaccionado de forma inmediata y el Gobierno ha dado marcha atrás.

Al AKP no le agrada el calificativo de neoislamista, prefiere que se le compare con algún partido cristianodemócrata europeo (como el alemán, por ejemplo) pero entendido en un contexto musulmán. El razonamiento del AKP es que, del mismo modo que no se forma ningún escándalo porque un católico practicante ascienda al poder, tampoco debería formarse, y mucho menos proferirse amenazas, porque un demócrata musulmán lo haga. Sin embargo, el caso de Turquía es un caso muy especial.

La modalidad turca de secularismo

El secularismo (inspirado en el principio y la práctica de la laïcité francesa) es la base de la República, fundada en 1923, y muchos turcos consideran que, de no ser por él, Turquía no sería actualmente el país más democrático del mundo musulmán. Con todo, el islam sigue siendo la religión predominante en el país y las personas son libres de practicarlo, pero al mismo tiempo está microgestionado por la Dirección de Asuntos Religiosos del Gobierno, que redacta los sermones y mantiene un control sobre los imanes, algo que choca con el concepto occidental de libertad de culto. La educación islámica en Turquía, a diferencia de lo que ocurre en el resto del mundo musulmán, se organiza siguiendo la línea de enseñanza religiosa europea, no los modelos islámicos tradicionales. Para los fundadores de la República, el islam era una fe que debía limitarse a la esfera privada y era intolerable organizarlo de tal forma que desempeñara un papel influyente en la vida pública, ya que lo contrario sería volver al atraso del pasado otomano. Kemal Atatürk abolió el califato, sustituyó la ley islámica por la legislación occidental, introdujo el alfabeto latino y concedió a las mujeres el derecho a votar y a acceder a todas las profesiones. El amplio movimiento conocido como kemalismo sigue siendo actualmente una especie de religión estatal, a la cual jura firme lealtad un amplio sector de la sociedad (funcionarios, académicos, periodistas, diplomáticos, estudiantes universitarios, el ejército y las clases profesionales).

Resulta significativo que la frase “Turquía es laica y seguirá siendo laica”, más que un llamamiento a una mayor democracia, fuera el lema que más enérgicamente se gritaba durante las masivas manifestaciones públicas de Ankara y Estambul. En Turquía, el laicismo se identifica más con occidentalización y modernidad que con democracia. De hecho, si se pidiera a los fervientes kemalistas que, con total sinceridad, dijeran si preferían sacrificar el laicismo o una democracia liberal, probablemente la mayoría renunciaría a la democracia, en vez de decir que los dos conceptos deberían ser complementarios, como lo son en Occidente.

Aunque el AKP no ha incorporado ninguna ley islámica a la legislación turca, sigue teniendo que ganarse la mente y el corazón de los laicistas del medio urbano (conocidos como “turcos blancos”), a diferencia de lo que ocurre con los votantes, más religiosos, de las zonas rurales (y los que emigraron a las ciudades). Cinco años después de que el AKP accediera al poder, la elite laica sigue temiendo que el partido cuente con un programa oculto y que, si llegase a controlar la presidencia además del parlamento y el Gobierno, estaría en posición de dirigir el país hacía una teocracia islámica. A nivel local, donde muchos de los ayuntamientos están controlados por el AKP, se ha producido ya cierta tendencia progresiva hacia la islamización (prohibición del alcohol en algunos pueblos, por ejemplo). Tampoco hay que olvidar que Turquía comparte frontera con Irak, Irán y Siria y que los militares sienten una honda preocupación sobre la seguridad nacional.

El AKP ha demostrado ser un partido político proeuropeo y moderno, pero esto no ha sido suficiente. Los “poderes fácticos” siguen anclados en el pasado, especialmente el ejército, y aún no han llegado a aceptar del todo la nueva realidad. Por tanto, era inevitable, y Erdogan debía haberlo sabido, que al reivindicar el derecho democrático del AKP a nombrar a un candidato a las elecciones presidenciales fuera a producirse un enfrentamiento. De hecho, puede incluso que se haya tratado deliberadamente de llevar la situación a un punto crítico.

En Occidente nunca se ha comprendido del todo el laicismo turco, como tampoco se entienden sus Fuerzas Armadas, que hoy por hoy sigue siendo la institución más respetada del país, según los sondeos de opinión. La tendencia de los generales en prácticamente los últimos 50 años puede parecer antidemocrática, pero como señalaba el columnista Metin Munir, podría decirse que los políticos a los que derrocaron los militares eran más antidemocráticos que los propios militares y que los medios empleados para derrocarlos.[4] El primer golpe de Estado, en 1960, acabó con un Gobierno que se había vuelto corrupto y déspota, había aplastado a la oposición y silenciado a los medios de comunicación; el primer ministro, Adnan Menderes, fue ahorcado. El segundo golpe, en 1971 (en forma de ultimátum) provocó la caída de Süleyman Demirel y, en 1980 el ejército se hizo con el poder en un momento en que el país se encontraba prácticamente en estado de guerra civil, con constantes enfrentamientos en las calles entre la izquierda y la derecha. En 1997, el ejército alzó de nuevo la voz y puso fin a un Gobierno dominado por los islamistas, sin necesidad de sacar un solo tanque a las calles. El poder fue devuelto a los civiles de forma relativamente rápida y la presidencia fue asumida por antiguos militares o por figuras cercanas a la línea de pensamiento del ejército.

La debilidad y fragmentación de la oposición, tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político, tampoco contribuye a la causa del laicismo. Existen motivos sólidos para creer que esta oposición pretendía conseguir en el Tribunal Constitucional y en las manifestaciones masivas lo que no ha podido conseguir en las urnas. No parece existir nadie en torno al cual pudieran ponerse de acuerdo como candidato presidencial. Un candidato sólido y pragmático podría ser Kemal Dervis, antiguo ministro de Economía, que actualmente trabaja en las Naciones Unidas, si alguien lograra convencerle de que volviera a la vida política del país.

Irónicamente, el 10% de los votos necesarios para conseguir representación en el parlamento, un umbral fijado principalmente para los partidos kurdos, también está perjudicando los intereses de la oposición del AKP y, por ende, de la elite laica. El parlamento no está equilibrado: el AKP cuenta tan sólo con el 34% de los votos, pero con casi dos tercios de los escaños. Como resultado, la candidatura islamista a la presidencia está generando un reordenamiento de los partidos políticos. Dos de los partidos que en su día dominaron Turquía pero que hoy por hoy han pasado a ser partidos conservadores insignificantes, el Partido de la Madre Patria (ANAP) y Partido de la Recta Vía (DYP), van a unirse bajo la bandera del Partido Demócrata.

Conclusión: Turquía ha cambiado considerablemente en los 10 años posteriores al golpe de Estado “posmoderno”. El proceso de adhesión a la UE, parcialmente paralizado desde el pasado diciembre por no haberse conseguido resolver el ya duradero conflicto en torno a Chipre, ha sido un tremendo catalizador del cambio. Los militares, sin embargo, no han modificado suficientemente su forma de pensar. Oli Rehn, comisario europeo para la Ampliación de la UE, recordó a los generales que la UE se basa en una serie de principios entre los que se incluye “la supremacía del poder democrático civil sobre el militar” y que si un país quería “convertirse en miembro de la Unión debía respetar esos principios”.

Los militares consiguieron restar importancia a esa advertencia, en parte porque Europa cada día adopta una postura distinta con respecto al ingreso turco en la UE y está perdiendo influencia entre las fuerzas armadas y apoyo entre los ciudadanos, cuyo entusiasmo va en descenso. La elección de Nicolas Sarkozy como nuevo presidente de Francia fue una mala noticia para las expectativas turcas de cara a la UE, ya que éste se muestra inflexible en su postura contraria al ingreso turco. Washington, para quien Ankara es un aliado crucial (su ejército es el segundo de mayor tamaño en la OTAN) y con quien han empeorado sus relaciones como consecuencia de la guerra en Irak (que ha provocado un aumento del sentimiento antiamericano entre los turcos), tampoco se mostró demasiado enérgico en su denuncia contra los generales, por miedo a contrariarles.

El modo en que termine resolviéndose la cuestión no sólo resultará importante para Turquía, sino también para el resto del mundo musulmán y para quienes creen que pueden conciliarse laicismo y democracia. Si el parlamento no aprueba los cambios constitucionales de forma que el presidente pueda ser elegido por votación popular, puede que la cuestión se someta a referéndum en las mismas fechas que las elecciones generales previstas para el 22 de julio. Según una reforma propuesta, el presidente podría ocupar un máximo de dos mandatos de cinco años cada uno, en vez de uno de siete años, y el mandato del parlamento duraría cuatro años en vez de cinco. Gül dijo que se presentaría a las elecciones presidenciales si finalmente la votación fuera popular. Así, parece inevitable una nueva confrontación con los militares, a menos que el AKP cambie de opinión y proponga una figura no islamista como presidente.

La mejor opción para Turquía sería que el AKP resultara reelegido y accediera a la presidencia y que se redujera el poder tanto del ejército como del presidente. El rey Juan Carlos I de España, que ascendió al trono en 1975 tras la muerte del General Franco, hizo la confidencia de que la democracia de su país no se consolidaría realmente hasta que los socialistas llegaran al poder (lo hicieron en 1982). Y lo mismo puede decirse de que un islamista se convierta en presidente de Turquía, ya que eso significaría que el país ha llegado a su mayoría de edad como democracia moderna.

William Chislett, periodista y escritor.

[1] Mientras que a la mujer de Erdogan se le ha permitido entrar en la Casa Blanca en Washington con un hiyab, no se le permite llevarlo en el palacio presidencial de Ankara. La cuestión del hiyab en Turquía es extremadamente compleja. En noviembre de 2005, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos rechazó una apelación de una estudiante que en 1998 había denunciado que no se le había permitido entrar en un aula de la Universidad de Estambul por llevar la cabeza cubierta con el pañuelo islámico. El fallo, fundamentado en la necesidad de “preservar el carácter laico de las instituciones educativas”, supuso una amarga decepción para Erdogan, que esperaba recibir apoyo de la UE y poder relajar así las restricciones al uso del hiyab. En el Reino Unido, por ejemplo, una estudiante habría ganado ese caso, mientras que en Francia se han endurecido las leyes que regulan el uso de símbolos religiosos como parte de la vestimenta. No existe ninguna postura oficial al respecto en el seno de la UE.

[2] Véase Malise Ruthven, A Very Short Introduction to Islam, Oxford University Press, 1997, p. 137.

[3] Véase Jenny B. White, Islamist Mobilization in Turkey, University of Washington Press, 2002, p. 27.

[4] Véase “Turks Want Neither a Coup nor an Islamic State”, Financial Times, 2/V/2007.