El embrión marginado

Las páginas de los periódicos se han vuelto a llenar de noticias que reflejan la fractura social que produce el debate en torno al aborto 37 años después de su primera aprobación in extremis por el Tribunal Constitucional.

Son casi cuatro décadas de discusión, que es el tiempo que llevo ejerciendo mi carrera profesional como ginecólogo. Durante todo este período, desgraciadamente, todas las argumentaciones se han polarizado enfrentando dos realidades que se nos muestran contrapuestas. Por un lado, los derechos y libertades de la mujer gestante; por otro, los derechos de esa vida que comienza y que infelizmente todavía no ha obtenido de nuestra sociedad la salvaguarda que tenemos los seres humanos adultos.

Mientras tanto, nuestros ciudadanos contemplan con pasividad el país con menos hijos por pareja del mundo, con una disminución sostenida de la natalidad: 337.000 recién nacidos en 2022, la cifra más baja desde 1941 y un dato que refleja la necesidad de abandonar en la migración la esperanza en la supervivencia social.

En este contexto, durante el año pasado se registraron oficialmente más de 90.000 abortos, una cifra donde no se incluyen los innumerables abortos tempranos no registrados tras inducción médica sin ingreso, porque esos números escapan a cualquier control.

En España, una de cada cuatro mujeres embarazadas decide abortar. Entre ellas, encontramos más frecuentemente adolescentes o mujeres menores de 30 años, muchas inmigrantes. Un tercio del total ha abortado previamente una o más veces…

Compasión, autonomía y libertad

Todas estas realidades contrastan con una sociedad que es particularmente vigilante con la discapacidad, la injusticia social, la discriminación de cualquier índole o el maltrato animal. Sin embargo, el embrión humano no es objeto de respeto alguno. Se podría decir que no tiene ningún derecho, porque no produce ninguna compasión.

En la cara b de esta realidad, los ginecólogos somos testigos del milagro del desarrollo de la vida desde los primeros momentos de las historias humanas. Él embrión sigue siendo objeto de nuestro asombro, de nuestro cuidado y de nuestras preocupaciones. Sobre nosotros recae la responsabilidad de cuidarlo como a cualquier otro paciente adulto. Con los ecógrafos de última generación y con las imágenes de endoscopia fetal podemos apreciar, fascinados, toda la belleza de un ser que se abre camino de un modo admirable. El avance de la ciencia y de la tecnología nos ha permitido acompañar y cuidar mejor a nuestros pacientes. A la madre y al hijo.

Una mujer que se enfrenta a la terrible decisión de abortar nunca debería hacerlo sola o desinformada. Cerrar los ojos –o los oídos– a la vida que se abre paso en su vientre no cambia la verdad de lo que su cuerpo alberga, nutre y cuida. Mostrar esa realidad y las opciones a las que se enfrenta una mujer en esa situación, en algunos casos, dramática, es dotarla de la información que le permite decidir autónoma y libremente. La información empodera, la ignorancia nos hace manipulables. Todas las decisiones que tomamos llevan inexorablemente aparejadas unas consecuencias. Conocerlas antes de dar un paso importante es lo que garantiza que se asuma la decisión con absoluta libertad y coherencia.

Primum non nocere. Y cuando un tratamiento conlleve un daño, que sea proporcionado al beneficio que obtenemos. Es posible que una exposición a un Doppler tenga alguna consecuencia que no conocemos totalmente. Lo que sí sabemos es que un aborto siega una vida, la misma que queremos proteger del potencial daño de una humilde ecografía.

Luis Chiva y Juan Luis Alcázar son directores del Departamento de Obstetricia y Ginecología de la Clínica Universidad de Navarra.

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